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lunes, 23 de junio de 2025

LA REBELIÓN NECESARIA

Por Roberto Marra

Fukuyama no tenía razón, y la historia nunca terminará. El problema es que la historia es una construcción, y depende de la voluntad constructora de los partícipes en ella. Pero para tener voluntad constructiva de la historia, primero hay que poseer raciocinios y sentimientos combinados en justas proporciones. Antes hay que saber escuchar a los que nunca acceden de verdad a las decisiones, a quienes se les engaña con una pretendida “democracia” de papeletas electorales con muchas caras sonrientes y pocas definiciones para un futuro que, indefectiblemente, será demasiado lejano para las demandas perentorias de los sufrientes ciudadanos.

Ahora, cuando el manejo institucional está teñido de oscuridades judiciales, de semánticas de horrores convertidos en alegrías para brutos, de tranzas entre traidores disfrazados de (supuestos) “verdaderos peronistas”, de discursos capciosos hacia quienes molestan para los eternos arreglos cupulares; se insiste con la palabra “unidad” al frente de cada exposición, al tiempo que se desconocen las advertencias sabias de los de abajo, los que sí saben de los dolores padecidos por imperio de los desmanejos caprichosos de los supuestos “eruditos” en materias que nunca sintieron en sus propios “cueros”.

Es una guerra sórdida, pergeñada por perversos y abrazada con pasión por algunos creídos de capacidades que nunca poseyeron. Es, al igual que las desatadas con misiles y átomos a punto de su fisión por el imperio decadente y sus monstruosos adherentes, una guerra irracional, pero sobre todo, inhumana, incapaz de comprender lo que sufren quienes sufren, porque no se desea hacerlo. Los objetivos son de destrucción, siempre. La meta es la dominación infinita sobre los padecientes, últimos orejones de un tarro que cada vez contenga más pobres y donde nunca haya capacidad de reacción contra semejante brutalidad.

Convocan a participar, pero niegan el derecho a disentir los modos. Abren las discusiones, pero les cierran las puertas a quienes no comulgan con sus formas. Señalan con certeza las brutales decisiones de quienes ahora conducen los destinos de la Nación, pero les otorgan categoría de “adversarios”, cuando son enemigos de la Patria. Se suman a las manifestaciones populares, pero no terminan de comprender el llamado masivo a modificar de raiz el sistema que nos aplasta, dando vueltas sobre los mismos discursos medrosos, donde la palabra “revolución” nunca tiene cabida, porque sigue ganando la cobardía ante el Poder Real, al que temen ofender.

Al igual que con las guerras imperiales, las que desatan aquí los poderosos sólo se podrán frenar con transformaciones absolutas. El sentido de la palabra “unidad” se ha terminado por disolver con la hiel de las amarguras de las experiencias anteriores, con las traiciones de quienes nunca podrían ser nuestros aliados, por evidentes serviles del establishment. Pero ahí vamos otras vez, rejuntando voluntades sin voluntad de cambio alguno, como no sea de algunos modos y pocas dádivas hacia los “nadies”, que ya ni siquiera atienden los llamados a elecciones, porque intuyen el enésimo fracaso posterior.

El horror es un sentimiento que puede desatar rebeliones, sólo si se tiene conciencia de sus orígenes y sus hacedores. La primera misión, entonces, de quienes crean que pueden conducir esa transformación de la quietud social en revolución, será la de cambiar su lenguaje y sus modos temerosos, para regresar a las fuentes de una ideología que nació al calor de una sublevación popular que logró traspasar los tiempos por efecto de su aplicación certera. Y hacer del Pueblo su auténtico y único consejero, para redimirnos de todas las injusticias, retomar la historia soberana y liberar la Patria de traidores.

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