Por Roberto Marra
En el teatro y el cine, hay actores principales y actores de reparto. Los protagonismos de los primeros se destacan porque llevan el peso de los roles que fundamentan los guiones, sobresalen del resto porque sus figuras permanecen por mayor tiempo frente a las cámaras o el público. Sin embargo, sin los actores de reparto, aunque se les tenga menos en cuenta a la hora de valorar la obra en cuestión, no sería posible realizarla. Sus protagonismos son, pese a sus limitaciones temporales, los que hacen posible que se complete el mensaje, tengan un correlato de certezas las expresiones de las “estrellas” que atraen al público, se anuden con las que generen los menos conocidos y terminen por componer el sentido final de la obra.
Tal como en esas expresiones artísticas, en la política también se suelen repartir los roles entre “principales” y “de reparto”. Es la diferencia entre los líderes y los liderados, entre los conductores y los conducidos. Los problemas surgen cuando, parecido a lo que se manifiesta entre los actores y actrices, se genera una necesidad de exceso de protagonismo de algunos de ellos respecto a las mayorías de quienes les sostienen.
No se trata de pensar que esos liderazgos no tengan fundamento. No es cuestión de estimar que sus roles no son verdaderamente preeminentes. No resulta tampoco favorable desconocer los valores que los llevaron hasta ocupar esas funciones, la mayoría de las veces surgidas por la fuerza de sus convicciones y sus conocimientos puestos a ejercer los desafíos que se les demandan. Son, justamente, sus capacidades superiores desde donde emergen los reconocimientos de los liderados. Al menos, en algunos casos...
Ahora, cuando la demanda de salidas perentorias resultan insoslayables, cuando la miseria está golpeando la puerta de la mayoría de la población, cuando el reparto de la riqueza se produce cada vez con mayor inequidad, cuando el embrutecimiento mediático ha arrastrado a la inacción y el desprecio de la política como la herramienta fundamental de superación social; ahora mismo es imprescindible que esos liderazgos den un paso trascendente para generar una salida pronta, rotunda y sostenible, otorgando mayor protagonismo a los liderados, dándoles el valor que se les ha negado hasta el hartazgo, abriéndoles el camino hacia el empoderamiento que merecen.
No es cuestión de pedir sus votos, ni invitarlos a una fiesta callejera para después resolver entre cuatro paredes los destinos de quienes construyen el día a dia de la vida económica y social de la Nación. No se trata de emitir almibarados discursos de aprecio a sus actuaciones, para luego decidir sólo con los poderosos actores económicos las medidas a tomar para desarrollar los procesos productivos, financieros y sociales. No es posible que se vuelva a pedir participación popular sin otorgarle el protagonismo real que de verdad deben tener quienes siempre cargan sobre sus espaldas el sobrepeso de los dolores del parto de una nueva sociedad.
Cambiar no es maquillar la realidad. Evolucionar no es aparentar ser novedosos sin terminar con lo viejo. Transformar no es modificar lo superfluo sin adentrarse en lo profundo de los padecimientos populares. Progresar no es proyectar el presente hacia la incertidumbre, sino determinar, con valentía infinita, el futuro al que deseamos arribar con los esfuerzos que se les demanden, no a quienes siempre los han sufrido, sino a los evasores de sus responsabilidades, a los generadores de tantas desgracias padecidas, a los pretendidos dueños de nuestras vidas, a los genocidas de los menos favorecidos, a los negadores de la historia que nos parió.
Son tiempos de necesarias revoluciones. Son momentos donde los “actores principales” deben ser los de “reparto”, son épocas que requieren de corajes inconmensurables, de certezas inapelables, de fuerzas inconmovibles. Ahora es cuando se debe ver la capacidad de conducción de un proceso inevitable, pero que puede derivar en fracaso, si no se conviene con los iguales y los parecidos el modo de finalizar con esta película de terror. Y elaborar el nuevo “guión” del porvenir, sin arriar ni una sola bandera, ni someter a la derrota al Pueblo que las sostiene, sólo por intentar ser la “estrella” de un drama sin final.
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