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sábado, 5 de octubre de 2024

DE PALOS Y ZANAHORIAS

Por Roberto Marra

Palo y zanahoria. O zanahoria y palo. El orden de los factores no altera el producto. Y el producto es el adiestramiento de la sociedad (o, al menos, a gran parte de ella) para que, en cualquier caso, la reacción social a los males provocados por los poderosos propietarios de los destinos económicos y financieros no sea impedimento para la continuidad de sus poderes.

A lo largo de la historia han ido cambiando las herramientas, pero nunca los objetivos, que no son otros que la acumulación de riquezas de territorios que no son suyos y del exceso de trabajo de quienes resultan explotados y convencidos de que sus explotaciones son el único destino para ellos. Una especie de “síndrome de Estocolmo”, aunque al secuestrado se le permita trasladarse de su casa-cobacha al lugar donde se ejercita el abuso legalizado. Y para que la domesticación sea más completa, les hacen pagar por trasladarse en medios de transporte que les pertenecen a otros explotadores. Y les cobran los alimentos cada vez más caros, producidos por otros súper-explotadores, los del campo, ámbito donde la esclavitud nunca desapareció del todo.

Las “zanahorias” se muestran desde los medios de comunicación, ahora multiplicados por las llamadas “redes”, nunca tan bien denominadas, porque allí atrapan a los incautos, cada vez más fácilmente. Los convencimientos llegan al paroxismo de negar los propios sufrimientos con “analgésicos” de odios hacia los señalados por esos medios como los causantes de todos los males sociales, políticos que se atreven a pensar por sí mismos, líderes que intentan ordenar las consciencias de los sometidos, o simples rebeldes a las atrocidades de los perversos productores de miserias.

Los palos son parte del andamiaje sometedor que es asegurado desde el otro factor fundamental de la dominación y el ultraje: el poder judicial y sus letales “fuerzas de seguridad”, que sólo son fuertes con los más débiles y que únicamente brindan seguridad a sus mandantes genocidas. La letalidad de los brutos representantes del “órden”, es festejada, incluso, por gran parte de los oprimidos, convertidos ya en “fierecillas domadas” por el bestial régimen de oprobio y desprecio.

La cuestión a resolver es cómo terminar con los palos (y con las bestias que los esgrimen) y cómo hacer que las “zanahorias” dejen de ser seguidas por los cautivos de sus horrores. Lo importante es descubrir el camino por donde transitar hacia la liberación real de semejante desdicha programada, con qué bases ideológicas, con cuales dirigentes que se atrevan a dejar de lado el temor reverencial al Poder Real. El tema trascedental es la recuperación de la esperanza, pero más aun de las certezas sobre la historia, que nos robaron para construir un remedo de historietas mal contadas y peor referenciadas en realidades paralelas.

La especulación no puede primar cuando de la vida se trata. El tiempo no puede ser tratado con la liviandad de una espera sin límites precisos, porque la muerte se regodea con las víctimas más inocentes, los niños negados de derechos tan elementales como la alimentación. Se acaba la posibilidad de soportar tanto daño irracional, tanto anticipo del infierno, tanto holocausto disfrazado de futuro promisorio.

Ahora mismo es el tiempo de la reacción popular. En este mismo instante debemos tomar en nuestras manos el palo de la defensa de la vida, hacer puré con las “zanahorias” imbecilizadoras, retomar el uso del albedrío colectivo y aplastar a los oscuros poderes engreídos de eternidades imposibles. Es eso, o rendirse para siempre ante la maldad y la injusticia denigrantes. Es eso, o dejar de soñar con la dignidad merecida por el solo hecho de ser humanos. Es eso, u olvidar hasta el último recuerdo de los buenos tiempos de felicidades a la vuelta de la esquina, para abrirle la puerta al mismo diablo imperial, para que nos impregne definitivamente con el horrendo “olor a azufre” del coloniaje.

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