Las palabras son muy importantes. Sobre todo las que pronuncian los líderes políticos sobre cualquier tema trascendente, tanto interno como externo. La coherencia de esas palabras a lo largo de la vida de esos líderes, valen como referencia para sus seguidores y aun para quien no lo son, pero los respetan. Por eso resultan tan necesarios los pronunciamientos sobre los temas candentes que atraviesan los sentidos mayoritarios, los que calan hondamente en lo profundo de las almas de los seres humanos.
Sin embargo, poco y, mejor expresado, nada, hemos escuchado o leído de parte de las figuras más importantes de la política argentina sobre la masacre genocida que está cometiendo Israel en Gaza, El Líbano, Yemen y Siria. Con la inverosímil teoría de los dos demonios, cuando mucho “llaman” a la paz con palabras huecas de sentidos reales, vacías de contenidos prácticos, esas medrosas expresiones que atienden prioritariamente (y casi con exclusividad) los intereses del estado sionista al que le rinden pleitesía permanente.
No se trata de pretender cosa diferente de parte de los actuales títeres elegidos por una población enferma de odio inyectado por la mediática obscena a lo largo de décadas. El problema son aquellos que se dicen “nacionales y populares”, con importantes trayectorias gubernamentales o probadas capacidades de funcionarios eficaces para sus esperticias. El drama son los líderes que se suponen amantes de los derechos humanos, pero que no parecen reconocer sus violaciones cuando suceden por las manos de los gobernantes de Israel.
¿Qué extraña “bacteria” les ataca a sus mentes para no reaccionar como cualquier humano bien nacido, cuando esas bestialidades se pueden observar con detalles horrendos en las redes, o en los canales de noticias que no esconden las verdades negadas por el imperio y sus periodistas “estrellas”? ¿Qué miedo tan profundo les paraliza la lengua (y por qué razones lo tienen) cuando se contabilizan decenas de miles de niños asesinados como supuestas “represalias”? ¿Qué cosa los convierten en semejantes cobardes, incapaces de plantarse ante tan repugnantes genocidas y gritar el horror con el sentimiento que todos debiéramos tener frente a semejante matanza?
Quienes sentimos el dolor ajeno como propio, quienes nos reconocemos en los otros cuando sufren tanto como lo están haciendo por aquellas tierras mancilladas por la bota genocida de una nación inventada para suprimir a otra, no podemos dejar de reclamar a nuestros pretendidos líderes populares, que se pronuncien con vehemencia contra semejante inhumanidad, que salten la valla de la intrascendencia y hagan ahora lo que se necesita.
¡Dejen de esconderse en las especulaciones pusilánimes frente a las amenazas imperiales, abandonen los discursos complacientes con los poderosos y hagan tronar la voz de la defensa irrestricta de nuestros hermanos palestinos, libaneses, yemeníes o sirios! La vida de aquellos pueblos lo reclama. Y la dignidad del nuestro, mucho más.
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