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martes, 16 de enero de 2024

LA CRUELDAD DOMINANTE

Por Roberto Marra

La crueldad hace rato que dejó de ser mal vista por un amplio sector de la población del Mundo. Si no fuera así, no se explicaría la poca reacción ante los bestiales procederes de quienes se pretenden los amos del Planeta y sus adláteres locales. El morbo por la violencia puede más que el humanismo que impida los sufrimientos de sus víctimas. Los poderosos se pasean orondos mostrando sus superioridades materiales, haciendo gala de sus ventajas obtenidas mediante la degradación moral y el aplastamiento de los derechos ajenos; los genocidas dirigen sus misiles hacia las viviendas del “enemigo” sin ningún otro objetivo que la exterminación de cualquier tipo de vida que no sea la propia; los funcionarios de las organizaciones supuestamente destinadas a evitarle a la humanidad los dolores de las guerras, sólo se dedican a discursear en esos hipócritas “foros” donde todos se saludan y rien como si nada estuviera pasando en los países a los que consideran de menor rango.

Nada surge por generación espontánea. La preparación cultural forma parte indisoluble de los modos en que los imperios introducen la variable del desprecio por la vida en las poblaciones. Es fácil notarlo al observar las series televisivas o los filmes de sus prolíficas productoras hollywodenses, donde matar se convierte en la acción más repetida, donde las risas de sus protagonistas al culminar sus asesinatos “permitidos” son moneda corriente y señal del desprecio a quienes no consideran seres humanos, generalmente latinos, negros, musulmanes, chinos o rusos.

Particular dedicación ponen en la preparación de niños y jóvenes para ese mundo de muerte cotidiana a la que necesitan acarrearlos para su más fácil dominación y explotación. Los “juegos” para computadoras y celulares son, prácticamente todos, dedicados a la persecución y muerte de enemigos caracterizados de acuerdo a los intereses del imperio para su “limpieza” étnica e ideológica. No es de extrañar que surjan después conductas violentas y sectarismos sociales, para solucionar lo cual aparecerán las clásicas “recetas” de la baja de la edad de imputabilidad judicial, un método sumamente ineficaz para modificar esas conductas, pero muy conveniente para el reclutamiento de adolescentes para el narcotráfico comandado también por los mismos productores de la violencia, el odio y las guerras.

Aparecen aquí los y las “dirigentes” inescrupulosos, falaces y brutos, adueñándose de gobiernos, apoderándose de las estructuras del Estado para exterminar a sus enemigos ideológicos y acabar con posibles rebeliones. De paso, culminan sus labores vendepatrias con la entrega del patrimonio nacional a los poderosos de siempre y sus socios del imperio. Todo solventado por la parálisis de una ciudadanía inerme, cooptada por las brutalidades mediáticas o aplastadas por la miseria económica y la derrota cultural. La violencia toma también el cariz del hambre, promoviendo la disgregación social y profundizando los desprecios de quienes se pretenden pertenecientes a una clase superior, el mediopelo acostumbrado a traicionarse a sí mismo y provocar su propia caída en la pobreza.

Negocio redondo el de la violencia promovida por el Poder. Matan a sus enemigos, reducen a escombros (literalmente) las economías de los paises que después “ayudan” a reconstruir, subsumen a la población en una cultura del odio irracional a enemigos inventados, promueven actos de violencia extrema sobre ellos y generan gobiernos amigables con sus pretensiones dominantes. Nada nuevo bajo el sol, pero profundizado por la pasión de los imbéciles fabricados para acabar con ellos mismos. Todo un reto multiplicado para reconstruir y amalgamar a una sociedad cancerosa y disgregada, poco dispuesta a escuchar las verdades y, por el contrario, lista para recibir con beneplácito las sandeces mediáticas que obnubilen sus raciocinios.

El regreso a las fuentes ideológicas es imprescindible, como método de superación de esta época nefasta de degradación social. Es un camino largo y atravesado por desafíos multiplicados por el manejo cultural del enemigo sobre las mentalidades propensas al engaño. Pero es una lucha inevitable para quienes se asuman como parte de un colectivo cuyos propósitos no se aparten un ápice de las éticas banderas que construyeron un imaginario que nos llevó, en otros tiempos, a consumar la construcción de una esperanza cuya concreción ya se vivía como al alcance de la mano.

Estamos en desventaja, corremos desde atrás, andamos descalzos y harapientos, pero conservamos las ideas y la razón como respaldo. Y es una carrera donde nos va la vida. Esa que, desde las pantallas, nos invitan con crueldad a despreciar, a destruir y a gozar con su final infeliz.

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