La dignidad de un ser humano es un valor inherente al mismo, derivado de la sola condición de serlo. Esta acepción es la que se corresponde con los derechos humanos consagrados y sostenidos (al menos en los papeles) por la mayoría de las convenciones internacionales. Ahora, esa dignidad tiene como base de su existencia real, el respeto a las personas y sus decisiones autónomas, a la libertad de ejercer sus voluntades, con el límite impuesto por el igual derecho de cada una de los demás individuos.
Cuando alguien se arroga una dignidad superior a otros, comienzan a desmoronarse esos valores para transformarlos en privilegios de quien se cree poseedor de exclusividades respecto a los demás. En esta instancia nos encontramos ahora en nuestro País, donde un ridículo personaje nacido de la imaginación de los grupos de tareas intelectuales del Poder Real, se pretende superior, perteneciente a una especie de “nobleza” de cabotaje, degradada y monstruosa, cabeza de playa de un ataque despiadado a la honra nacional y promotor de su destrucción por implosión de su economía, su historia y el grueso de su población.
Frente a semejante degradación de la palabra “dignidad”, escasean las acciones antagonistas concretas, aunque sobran las declamativas. Incluso esas declaraciones suelen estar contaminadas de un pseudo-institucionalismo exasperante, por lo paralizante de las reacciones esperables. Pocos se animan a llamar a las cosas por sus nombres, a plantear oposiciones tajantes e irrenunciables, a levantar un muro de contención a la parafernalia de brutalidades al servicio de la disolución nacional. Y cuando alguien se anima a hacerlo, no tardan en asomar las sugerencias de esperar hasta que las acciones gubernamentales den sus frutos (podridos).
Puede que la estrategia de la “paciencia” sea la correcta en el aspecto teórico-político, aunque queda la duda del costo en vidas que demanda tal modo de encarar el desvarío en el que estamos inmersos. Resulta obvio que los millones de estupidizados por el mensaje degradante de la condición humana predominante, necesitan enfrentarse a los hechos consumados para comprender la realidad (y a veces, ni aún así lo logran). Pero la inanición, el hambre, la miseria, la negación de lo humano para cada uno de los más postergados de este País pródigo en lo que no se reparte, no puede ser la moneda de cambio de esa espera de “mejores momentos estratégicos” para actuar contra los trogloditas que ofician de conductores de una Nación a la que quieren dinamitar, literalmente.
Y, en todo caso, quienes promueven tal modo de enfrentar a este enemigo implacable y genocida, debieran plantear y asegurar un sistema alternativo de contención real de aquellos que no pueden ser, por enésima vez, la carne de cañón de la especulación política. Contención a la que debieran contribuir con sus (muchas veces) nutridos emolumentos, cediendo parte de ellos en favor de esa masa inerme cuya dignidad ha sido violada y pisoteada mil veces, incluso en nombre de la democracia y la institucionalidad.
La dignidad también debe ser defendida con la palabra certera difundida por quienes no estén al servicio de su exterminio. La comunicación es el otro aspecto fundamental al que prestar atención especial, elaborando estrategias que permitan construir redes de acercamiento de las verdades sustraídas de los relatos maniqueos que sirvieron y sirven a la conformación de un pensamiento único, nefasto antecedente de la destrucción de la voluntad de los individuos, paso imprescindible para su más fácil dominación.
Estamos frente a un enemigo envalentonado por la pasividad con la que se le oponen. Aprieta el acelerador y avanza con la clara intención del atropello feroz y despiadado. Anula la historia con la irracionalidad del odio contaminante de las consciencias, apropiándose de la realidad, haciéndola papilla para hacérnosla digerir con facilidad, atravesando los sentidos éticos que sucumben ante el bombardeo sucio de sus voceros mediáticos. Se agranda con la colaboración de los traidores que se venden como reemplazo de los líderes auténticos. Ve allanado su camino con los palabreríos insulsos de legisladores sin fanatismo por sus convicciones, poniendo en duda que las tengan.
Volvamos a la dignidad de ejercer nuestras ideas con la pasión que demandan los hechos. Regresemos a las fuentes donde beber la savia que alimente otra vez nuestras verdades nunca fenecidas. Hagamos realidad la realidad, démosle vida a la razón del corazón que nos bulle de dolor por la pérdida inminente de la Patria en manos de la oscuridad de un pasado que regresó, justamente, por el olvido de lo que nunca debió ser olvidado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario