Imagen de "América Latina en movimiento" |
Por
Roberto Marra
Si
hay algo que les molesta especialmente a los representantes
(declarados o no) del denominado “establishment”, es que un
gobernante manifieste una propuesta que toque, aunque sea
mínimamente, a sus intereses. Ahí comenzarán las retahilas de
discursillos donde una palabra será la “vedette” en cada
exposición antagónica de las medidas tomadas por el gobierno de
turno: “ideologización”.
Resulta
inverosímil las pretensiones de eludir la exposición de la
ideología que contiene una medida económica, financiera,
productiva, educativa, cultural o diplomática. Está en la génesis
de cada una de esas disposiciones la intervención imprescindible de
las ideas para su elaboración, porque los humanos son,
invariablemente, sujetos que basan sus actos en ellas. Todos tenemos
una ideología que nos guía, para bien o para mal, incluso quienes
dicen no tenerla, como vemos en esos energúmenos que gritan su odio
a “la política”, cuando logran juntarse para hacer su
insoportable ruido opositor a los gobiernos populares haciendo …
política.
La
misma característica se pone al frente de cada exposición
mediática, donde los periodistas “serios” no cejan en su empeño
de no molestar al Poder, para lo cual adoptan también ese lenguaje
ilógico, introduciendo la “palabrita” maldita en medio de sus
editoriales, esas monsergas vanidosas de quienes se piensan a sí
mismos como tocados por el dedo de Dios. Del Dios mercado, claro.
Alaban los discursos de los gobiernos que “no ideologizan”
(dicen) las propuestas, lo cual significa que, o se trataba de
declamaciones vacías de contenido, o lo que resulta peor, no
comprendieron el mensaje de su alabado.
Se
sabe que cuando mayor nivel de brutalidad de la población, su
dominación resulta más fácil de concretar y sostener. De ahí la
persistente utilización de esa idea de que no deben expresarse las
ideas. La insistencia ha logrado sus frutos, al punto de escucharse
en las repetidas víctimas de tales consejos las mismas taras de sus
“maestros” televisivos, gritando que no se “ideologicen” los
discursos. El veneno negador de la realidad ya ha traspasado sus
espíritus, ha vencido las murallas de la lógica que todos
disponemos para pensar. Justamente, pensar, es el hecho maldito de
esta sociedad marginadora y falaz, donde la mentira manda y los
discursos se deconstruyen para satisfacción de quienes mandan de
verdad, los que nunca abandonan sus poderes, siempre basados en la
ignorancia de las mayorías.
En
estos últimos veinte años, aproximadamente, también se ha
utilizado, con la misma intencionalidad que la palabra
“ideologización”, la derivada del apellido del líder de la
Revolución Bolivariana, Hugo Chávez. De él han elaborado esa otra
expresión, tan usada por los “mentimedios” y sus habitantes del
horror semántico: “chavización”. Tremendo insulto les parece a
estos ridículos escribas, el señalar ese supuesto direccionamiento
en los gobiernos de otros países. Y en el nuestro, por supuesto.
La
“chavización” es, según estos borrachos de ignorancia, el
horror mismo, la llegada al infierno, el final de nuestros días de
“placer” antisocial, donde el valor de las vidas se miden por la
herencia de apellidos o la acumulación de fortunas. Al igual que la
“ideologización”, la sentencia está anticipada en la definición
del aludido como partícipe del que consideran el máximo oprobio de
un político “de raza”, como les gusta denominar a aquellos que
nacieron de sus entrañas oligárquicas.
A
partir de estas oscuridades, estas noches. En base a semejantes
definiciones obtusas, los logros de los gobiernos populares se
reducen, los miedos de algunos representantes a perder sus pequeños
privilegios les hace alejar de sus ideologías, ocultándolas tras un
velo de supuesta “convivencia” con los opositores, a quienes
parece que no hubiera que contradecirlos, para ser considerados
“buenos políticos”. Ese será el momento en que todo rasgo de
prosperidad comenzará a anularse, donde los atisbos de justicia
social se empezarán a desdibujar tras la niebla de las cobardías de
llamar a las cosas por sus nombres.
La
ideología de la desideologización está presente en cada grito
destemplado de los cobardes que acostumbran a resolver todo con
insultos y rebuznos incoherentes. Está en cada declaración o
solicitada de los grupos de pretendidos “intelectuales” que se
creen dueños de la verdad que les prestan los poderosos para exhibir
sus inequidades como “gloriosos” actos de rebeldía antipopular.
Está en las maniqueas enunciaciones de sus ideales, los intocables,
los que les pertenecen y manejan para obligar al resto de la sociedad
a no tenerlos. Está en la brutalidad que ejercen con sus policías y
gendarmes al servicio de un Poder Judicial que también tiene
ideología, la más espeluznante, porque destruye vidas ajenas en
nombre de su pertenencia a una “nobleza” tan innoble como
degradante.
Es
tiempo de construir poder, de reparar los daños producidos por estos
aparentes “desideologizados”, caterva de inútiles con demasiado
poder y escasas capacidades neuronales. Llegó la hora de olvidar sus
definiciones absurdas, de jugar con la verdad en la mano, de trazar
una línea que nos separe para siempre de sus desvíos antisociales.
Es ahora cuando las ideas, esas invencibles manifestaciones del
raciocinio y la soberanía mental, deben ponerle fin a tanta
oscuridad semántica y lanzar al viento las invencibles verdades
populares.
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