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Por Roberto Marra
La saliva, ese fluido corporal
incoloro que sirve para lubricar la cavidad bucal, es muy importante
para facilitar la función del habla, favorecer la limpieza bucal,
ayudar a masticar y tragar los alimentos, además de controlar los
ácidos al comenzar la digestión. Por todas esas funciones, resulta
más que claro que debiéramos cuidar su producción, para lograr una
mayor sanidad de nuestra boca. En función de estas definiciones, es
que se suele utilizar popularmente una especie de “sentencia”,
que nos dice que no hay que gastar demasiada saliva en hablar sobre
temas o personas que se nutren, justamente, de nuestros dichos para
sostener sus altos grados de imbecilidades.
Nada les sería tan sencillo, si
no contaran con el inestimable apoyo del sistema mediático
concentrado. Más aún, es éste quien suele “darle letra” a
estos energúmenos con mínima capacidad parlante, como parte de toda
una estructura de poder que facilita la continuidad y
profundizamiento de la dominación social sobre las mayorías. Son
sus bocas sucias las que hacen de altavoces de las elucubraciones
sesudamente elaboradas en algún “focus group” imperial o, aquí
mismo, en alguna de esas “fundaciones” con nombres libertarios,
reducto de lo peor de la oscuridad del pensamiento antinacional.
No hay tema que los intimide, ni
valores que los sostengan. Sólo el grito feroz y destemplado hacen
de sus vidas el “portento” en el que creen estar, elevan sus egos
más allá de lo habitual para un ser humano y estimula sus centros
de placer, haciendo daño a sus enemigos ideológicos, profiriendo
absurdas definiciones de lo que ni siquiera conocen y reproduciendo
el odio que los nutre como único alimento para sus almas ganadas por
la perversión de sus mandantes.
Qué hacer con ellos, es la
pregunta. Qué estrategia adoptar para disminuir sus estropicios y
alentar al resto de la sociedad, la parte más sana de ella, a
continuar con la construcción de las esperanzas que le den fuerza
para transcurrir sus días en medio de tantas desventajas, esas
arteras maniobras elaboradas por los enemigos de sus sueños. No son
una simple valla en el camino, ni una banda de inocentes equivocados,
ni será demasiado probable dar vuelta sus pensares.
Se trata, antes que nada, de un
grupo que debe ser aislado desde nuestras conciencias, elevando el
nivel del debate, reduciendo la participación boba de los más
pensantes hombres y mujeres del campo popular en sus programejos
televisivos, como alimento de fieras que permanecen listas siempre a
saltar sobre esas presas colocadas cual gladiador en el Coliseo de
las cámaras. Se trata de aplastar sus verborragias inútiles con la
eficacia que otorga el ignorarlos, para que continúen reproduciendo
sus alaridos bestiales sin la claque que, aun si aplaudirlos, le
sirven como bolsa de arena al boxeador, aumentando sus musculaturas
influyentes en la sociedad que mira impávida semejantes
teatralizaciones de la irrealidad.
No hay que gastar pólvora en
chimangos, se dice en el campo. No hay que utilizar saliva en
expresar opinión alguna sobre los dichos de semejantes orates sin
cerebro. No debemos malgastar energías, tan necesarias para imaginar
un nuevo Mundo, que lo soñamos siempre justo y solidario. No podemos
terminar sirviendo a los intereses del Poder, haciendo lo que éste
quiere que hagamos, solo por responder a tanta inutilidad
parlanchina, vacía de contenido real y sostenida en base a la
supuesta igualdad ciudadana que tengamos con ellos.
Allá sus desvencijadas opiniones
sobre la nada misma. Allá sus miserias elevadas por el temblor de
los cobardes y la traición de los especuladores. Allá sus
oscuridades gritadas por la falta de razones y la sobra de
putrefacción de sus flacos cerebros. Aquí, de este lado de la vida,
en el sector popular de la construcción social con justicia y
soberanía mental, sólo debe escucharse el dolor de los que nada
tienen, de los perdidos en la ruta de un destino fabricado por ese
enemigo resbaloso y fatuo, de los eternos marginados por la inequidad
económica que nunca terminamos de desarmar. Aquí está nuestra
misión, lejos de los griteríos de los imbéciles malgastadores de
salivas, que ni siquiera son las suyas.
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