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lunes, 15 de junio de 2020

LA COBARDÍA DE NO PENSAR

Imagen de "Desde mi ventana"
Por Roberto Marra
Huir es un acto que, en general, está catalogado como una cobardía. Aun cuando está aquello de que “soldado que huye, sirve para otra guerra”, no está bien visto aquel que abandona su camino por no enfrentar la realidad. Claro que, muchos de quienes no se cansan de abonar el desprecio hacia los abandónicos que no se animan a continuar o comenzar una determinada acción, no representan tampoco el ejemplo más específico de la valentía. A veces son, incluso, los más cobardes de todos, cuando se esconden detrás de un grupo en el que se apañan, u ocultan la mano con la que acostumbran a tirar las piedras de sus virulentas manifestaciones de odio.
Ahí están, en la vanguardia de estos últimos, los integrantes de esas pobres reuniones de “caceroleros” anti-todo (todo lo que tenga “olor” a popular, claro). Ellos representan lo peor de la sociedad, lo más ruin de las bajezas humanas, el más putrefacto rincón del infierno ciudadano, ese de donde siempre han salido las consignas más atroces y de donde se han extraído los ejecutores y acompañantes de las aberraciones más repugnantes de la historia. 
 
Ninguno como ese grupejo de engreídos de superioridades sociales, para demostrar la cobardía cuando no están amontonados por el viento del desprecio cotidiano en el que viven sus vidas de acomplejados pseudo-oligarcas. Solos, ni siquiera se detienen ante alguien que les reproche sus actitudes de monstruos antisociales. Son individuos que “funcionan” a base de una batería de imbecilidades con las que alimentan sus pocas neuronas, unidas en una eterna sinapsis de locura antipopular, para cuya reacción en cadena les hacen falta el abono de otros energúmenos semejantes a ellos, pero que actúan desde la protección de las pantallas televisivas, el rincón desde donde emanan las consignas truculentas que después saldrán a gritar desaforadamente sus “alumnos” trogloditas.
Claro que se trata solamente de la “infantería” de los auténticos hacedores de todos los males que padecemos, en una sociedad maniatada a un sistema donde la igualdad es una quimera y la justicia una definición de libros que nadie lee, ni siquiera los jueces que dicen aplicarla. Los compradores de almas, los constructores de la destrucción, los miserables acumuladores de fortunas obtenidas exprimiendo la sangre de las mayorías, se regodean con esas pobres reuniones de idiotas útiles a sus objetivos, que siempre serán nefastos para el resto de la sociedad.
Entre los miembros de las corporaciones que manejan a sus antojos el aparato productivo y financiero, están los “grandes empresarios”, que no son, como podría suponerse, quienes lideren empresas destinadas a contribuir con el desarrollo de la Nación que les da cobijo y beneficios para sus administraciones. En realidad, son las “capataces” de un supra-estado transnacional, que busca extraer de cada región del Planeta el jugo de los territorios que dominan en base a la presencia de todo un esquema de dominación programada.
La resignación de las mayorías, es parte de este sistema opresivo, que se construye con un sub-sistema educativo y cultural destinado a “fabricar” seres humanos poco o nada pensantes, proclives a las cobardías asumidas como blindajes de los temores en los que les obligan a sobrevivir. Ahí anida el caldo de cultivo de ese “virus” del fraude social que expresan con especial ahínco los brutos “caceroleros” de “gente bien”.
No pueden extrañar los apoyos a los defraudadores públicos, a los gobernantes fugadores de divisas de dudoso origen, a los empresarios que no pagan los pobres impuestos que tanto aterrorizan a los falsos “economistas de café” que pululan en los programas televisivos. No resulta raro que se produzcan manifestaciones de esos grupúsculos de enajenados alentados por “cronistas” que envilecen al periodismo, para “socorrer” a los “empresarios a los que les interesa el País”. El país de ellos, por supuesto, que nunca será el nuestro.
Tampoco pueden sobresaltar las toneladas de falacias esgrimidas para evitar cualquier acto soberano de un Gobierno elegido para ejercer su función de manera opuesta a como lo hacía su antecesor, fugador serial que, cual Atila sin caballo, aplastó a cada trabajador y verdadero empresario que habitara esta tierra pródiga en canallas y ladrones de guantes blancos, pero también fecunda en buena gente que intenta erigir una Patria, algo más que sólo un territorio poblado por gente disgregada que sirva como “carne de cañon” de unos pocos estafadores.
Tal vez la peor de las cobardías es la de no asumir la simple responsabilidad de pensar. Ese solo hecho natural, es la base desde donde emprender el complejo pero imprescindible camino al Mundo que todas las generaciones han soñado, que se ha puesto en marcha tantas veces como luego fuera derrotada. Hacerse cargo de la historia, parece ser el destino inalterable de cada uno, pero más importante todavía, del colectivo de almas urgidas de derechos reales, reclamantes de vidas dignas, necesitados de desarrollos personales y sociales que enaltezcan el futuro y prepare conquistas superiores. Será el fin de la huida hacia la nada, arrinconando, en el fondo del repudio y el olvido, a los oligarcas y sus estúpidos secuaces, los auténticos cobardes de todos los tiempos, los pusilánimes devastadores de nuestras vidas que, ahora mismo, estamos obligados a reconstruir.

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