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jueves, 28 de mayo de 2020

AZUL

Imagen de "Infobae"
Por Roberto Marra
La tritanomalía es la incapacidad parcial o total de percepción del color azul. Las personas con dificultades para distinguir el color azul se denominan tritanómalas. “Tritanómalos sociales”, se les podría denominar, entonces, a quienes durante décadas debieron haber visto lo evidente ante sus ojos de responsables del manejo de lo público, teniendo frente a ellos a la (ahora famosa) Villa Azul, una notable extensión territorial cubierta de casillas miserables, repletas de personas hacinadas, rodeadas de basura y restos de una sociedad tan “tritanómala” como muchos de sus dirigentes.
Las enfermedades, tan destructivas e inesperadas, logran el milagro de poner ante las vistas de los hasta entonces cegados por la ignorancia, el desprecio o el odio clasista, los resultados de sus acciones abandónicas, el resúmen de sus manejos espúrios, la acumulación de perversiones derivadas de poderosos señores que ya no pueden ni contar sus dineros, porque exceden los límites morales de la infamia con la que lo han obtenido.
Los resultados de semejante conjunto de “imprevisiones”, nombre que responde a la cautela con la que siempre se tratan los actos degradantes de los dueños de casi todo, derivan, ante la pandemia que atraviesa a toda la sociedad, de la manifestación del clasismo obsceno con el que se han ejercido las políticas públicas destinadas a “combatir la pobreza” por parte de los gobiernos trogloditas del neoliberalismo, cuyo verdadero objetivo era combatir... a los pobres.
Pero también, aunque nos pese, ha derivado de la incapacidad de los gobiernos populares de resolver un tema que produce escozor por sus resultados tan escasos: el desarrollo de planes de viviendas que posibiliten el ascenso al grado de humanos a quienes sobreviven en tan repugnantes situaciones de vulnerabilidad física y psíquica. Por las razones que fueran, se fueron postergando esos imprescindibles pasos para dar cabida a millones de desamparados, a la mínima dignidad de un techo y un sistema de excretas que, al decir del más grande sanitarista de nuestro País, Ramón Carrillo, forma parte de la mejor metodología para evitar la propagación de enfermedades.
Allí mismo, en esa “invisible” Villa Azul, se ponen de manifiesto con prístina claridad la esencia de las dos formas básicas de conducir las sociedades. El hecho de compartir semejante extensión habitacional entre dos jurisdicciones que han pasado por gobiernos de signos opuestos, genera el necesario muestrario de lo que significa “gobernar” para unos y otros.
El gobierno popular de un lado, posibilitó el cambio de paradigma habitacional para esa parte de la Villa, priorizando el respeto a la dignidad cudadana de esos habitantes segregados por décadas, al darles acceso a viviendas que ahora les posibilitan protegerse de la pandemia en desarrollo con mayor probabilidad de éxito.
Junto a ellos, calle por medio, se desarrolla esa acumulación de chapas y maderas que poco tienen de viviendas, luego de haber sido gobernada por un energúmeno de dimensiones farandulescas, uno de los tantos personajes de la triste comedia de un tiempo donde la miseria se escondía con las falsas noticias sobre los verdaderos políticos, los que sí sirven a sus sociedades, aunque a veces no logren todos sus objetivos o erren en sus decisiones.
Como el pus de una herida profunda, se asoman ahora todos los fraudes sociales que se han soportado en nombre de supuestas corrupciones que no fueron, basados en innumerables falsedades mediaticas, esas que le otorgaron al gobierno de los ceos el aire necesario para que pudiera destrozar la Nación y sentenciar al abandono a miles de ciudadanos considerados “de segunda” por esas bestias inescrupulosas.
No satisfechos con sus daños, no conformes con tanta suciedad politiquera, no saciados de tanta venganza de clase y tan oscuro porvenir fabricado para nuestras descendencias, agitan ahora consignas “libertarias”, en nombre de necesidades egoístas y perversas, dignas de sus prosapias de brutos con gruesas cuentas bancarias. Se dan el lujo de señalar como ajenas las responsabilidades que les caben como dirigentes de ese tiempo nublado de esperanzas que transitamos hasta no hace demasiados meses.
No les caben respetos ni medidas de las adjetivaciones. No pueden pretender suaves respuestas a semejantes degradaciones morales que soportamos a cada minuto desde sus medios corporativizados. No se debe pasar por alto tanta alteración de la razón como si fuera solo una opinión más entre millones. Son la mugre social de nuestra Nación, el desecho de décadas de oprobio y maltrato sin medida, la resaca de una borrachera de poder que no se les puede seguir perdonando en nombre de una paz social que ellos (y solo ellos) destrozan a cada paso, para después, cuando triunfan, asesinar hasta el último resabio de las dignidades robadas.
Ahora es cuando acabar con sus pretensiones, acabando con sus soberbias de pretendidos dueños de nuestras vidas. Este es el tiempo de levantar el dique a sus insolencias, acumulando los ladrillos de la razón y la justicia, sentenciando con dureza sus ataques y haciendo visible los “azules” de tantas villas atascadas en la historia de la miseria que nunca debimos permitir.

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