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miércoles, 3 de junio de 2020

LAS DIVAS DEL ODIO

Por Roberto Marra
María Elena Walsh creó alguna vez aquello del “País del nomeacuerdo”, un imaginativo relato de de una sociedad cegada a la realidad vivida, transcurriendo sus días en el olvido permanente. Así parecen andar sus existencias un gran número de personas a las cuales los sucesos reales no se les fijan en sus mentes, preparadas solo para emitir odios incomprensibles y degradantes hacia los demás, en busca de mantener sus privilegios, cuando los tienen, o de alcanzarlos, cuando sus pobres vidas de pobres creen poder superarlas pareciéndose a los que los llevaron hasta ese sitio de padecimientos económicos.
El Poder, el permanente, el que domina hasta los pasos que damos, el que ordena los acontecimientos a sus antojos de engullidor de esfuerzos ajenos, el que siempre está por detrás de cada acontecimiento que genere desgracias para las mayorías y acumulación de beneficios odiosos para él, ese omnímodo habitante de las decisiones de los gobiernos, aún de los que no les responden a su ideología, tiene un arma sencilla pero portentosa, que nos ametralla cada minuto de nuestras vidas, que nos introduce en un mundo de fantasías creadas para enfrentarnos entre los mismos sojuzgados y acabar con el minimo atisbo libertario que asome en las conciencias de los más despabilados.
Dominan el arte de la comunicación de una manera sagaz y perversa, pero efectiva para sus intereses malévolos. Con sus dineros se atragantan de medios para evitar la existencia de otros que les contradigan. Con sus “focus group” apabullan las neuronas con creaciones mediáticas que indican los caminos que ellos necesitan que transitemos. Con sus intermediarios televisivos, anulan las objeciones que pudieran provocar sus acciones corruptas, inventando un lenguaje donde la mentira es la invitada permanente, la falsedad la compañera de los y las relatores de sus inmundicias económicas y sociales.
Asentados ya los criterios de las mayorías al antojo de estos perversos, lanzan al “estrellato” a “figuritas” del espectáculo para sostener sus sandeces y proteger sus patrañas a fuerza de brutalidades ideológicas y comedias de enredos en las que los dominados juegan el triste papel de simple claque de sus miserables palabreríos insustanciales, pero efectivos para sus fines.
Así, en Argentina, esas dos entelequias pseudo-humanas que han pasado sus vidas (literalmente) en los estudios de televisión, con el solo fin de aplastar las posibilidades de pensar que sus obnubilados televidentes pudieran desarrollar. Lujos, risas de cartón y guiones enfermizos, han marcado sus pobres espectáculos armados con el artificio de hacer sentir como cómplices a sus “admiradores”, todo para levantar sus artificiales “ratings” y lograr el éxito de sus mandantes.
A los almuerzos de una de ellas, nadie se ha querido privar de ir. Incluso quienes se manifestaban claramente opuestos a las bases ideológicas de la entrevistadora, no dejaban de participar, en nombre de una supuesta mayor “llegada” a los millones de imbecilizados que tanto la han seguido a lo largo de las décadas en las que ha permanecido (literalmente, también) en el aire.
La otra, la que supo ganarse su supuesta fama solo por girar su cabeza en un spot comercial, fue convertida, a lo largo del tiempo, en vocera del “estáblishment” hacia el pobrerío que la sostiene en el pedestal de una obsecuencia inaudita, pero real. Su supuesta “inocencia”, sus arranques extemporáneos sobre cualquier tema que necesite de su ayuda para frenar pensamientos opuestos a los requeridos por los patrones de sus dichos, son la puesta en escena de relatos sucios de la realidad, imprescindibles para generar desprecios y odios que espanten conocimientos certeros y alejen las consecuentes rebeliones.
No están solas estas “divas” de la antipolítica. Tienen a su servicio (en verdad, al que necesita el poder) a millones de seguidores, que reproducen sus monsergas miserables con la pasión de los idiotas, como feligreses de una “religión” pagana que los empuja a acusar sin pruebas, a señalar sin ver a quien, a asentir sin conocer lo que está detrás de sus dichos, repetitivos de los emitidos por la media lengua de su “alter ego” televisivo.
No hay tema que las arredre. No existe filósofo que las pueda contradecir, porque sus bestialidades no pueden discutirse. Decenas de otros y otras habitantes de las pantallas, de sus mismas calañas inmorales, hacen las veces de voceros de sus imbecilidades, reproduciendo hasta el hartazgo (de quienes tienen la capacidad de pensar por sí) sus expresiones odiosas lanzadas al aire con la máscara indeleble de la falsía que las cubre desde siempre.
Justamente eso, arrancarles las máscaras, es la obvia necesidad para acabar con sus “reinados”, para pasar sus oscuridades mentales al rincón de los olvidos que merecen serlos, para aplastar sus odiosidades con las verdades multiplicadas por una cadena imprescindible de medios populares que no les rindan pleitesía, que nieguen sus alardes de grandezas imposibles y les hagan morder el polvo de la derrota final, que acabe para siempre con sus fraudes y convierta en nada sus mohines delictuosos.
Puede que para entonces, sus pobres famas enflaquecidas les señalen sus vacios existenciales, durmiendo sus cuerpos de fantasía sobre el colchón inmoral de las riquezas mal habidas con el dolor y el tiempo perdido de una sociedad a la que tanto ayudaron a posponerle su imprescindible destino de justicia social.

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