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lunes, 16 de marzo de 2020

LA OPORTUNIDAD

Por Roberto Marra
Se suele decir con frecuencia aquellos de que “el árbol no nos tape el bosque”, axioma que pretende destacar la importancia de lo que dejamos de lado por la mirada corta sobre la realidad. Puede que esto mismo se pueda expresar con respecto a la pandemia virósica desatada recientemente, la cual ha generado una serie de derivaciones en los ámbitos financieros y económicos que están produciendo un reacomodamiento mundial del propio sistema capitalista, una re-adaptación a las circunstancias. No obstante, esto no les impide a los grandes “popes” de las corporaciones de alcance planetario continuar con sus acumulaciones de fortunas y, todavía peor, vislumbrar que éstas irán en aumento, por ser ellos los dueños del manejo discrecional del aparato científico, medicinal y armamentístico, tres patas de un sistema que les ha permitido establecer las reglas y desconocerlas cuando les conviene.
También se escucha con frecuencia aquello de que “toda crisis es una oportunidad”. Claro que esa ocasión debe estar precedida de la existencia de la capacidad de hacer lo que se proponga. Esto se convierte, casi siempre, en la piedra en el camino de la voluntad transformadora de una sociedad y sus gobernantes. A veces, ni siquiera por falta de capacidad, sino por la existencia de una voluntad retardataria de otros miembros de esa sociedad o de dirigentes que, dentro de las propias filas gubernamentales, se transforman en frenos para la implementación de medidas que redunden en un salto de calidad en las transformaciones políticas que hagan posible el aprovechamiento de la crisis en cuestión.
Si el gobierno logra saltar esa “valla” de medrosos o traidores, todavía le queda reconvertir el esfuerzo negador de la realidad de gran parte de la población, generada a través de los “mentimedios” que, invariablemente, dependen o son parte misma del Poder Real. Falta resolver la manera de llegar a influir sobre las conciencias colectivas sin contar con un aparato comunicacional tan enorme y aceitado como poseen los enemigos del Pueblo. Ese “cuello de botella” podría salvarlo la propia ciudadanía con militancia, pero no es ésta la más desarrollada de las virtudes comunes, atrofiada por efecto de la estigmatización mediática de esa noble participación popular en la construcción de ideología y voluntad transformadora de la realidad.
En ese “cóctel” de dificultades se debe abrir paso el actual gobierno nacional, haciendo equilibrio en una cuerda que se afloja y se estira al ritmo de los humores financieros internacionales y, ahora, de una enfermedad que obnubila los sentidos mayoritarios. La inocencia no forma parte de la especulación de los que deciden lo que pasa en en Mundo, por lo cual es dable esperar mayores “aprietes” imperiales y una profundización de las medidas que restrinja todavía más a la ya enferma economía nacional.
Parece que todo está dado para dar un paso decisivo. La cuestión es hacia donde. La evaluación de las ventajas y desventajas de uno u otro camino (político, económico, social), no puede ser solo realizado por los propios representantes que, aunque electos para ello, no podrían jamás tomar decisiones certeras sin la participación protagónica y conciente del Pueblo. En medio de postergaciones temporales por el famoso virus oriental (que pudiera ser no tan oriental), es tiempo de reflexionar profunda y colectivamente, juntar capacidad de análisis sin la intimidación de los opinólogos miserables de las pantallas, hacer papilla los comentarios mordaces de los inútiles trogloditas de las redes y enfrentar lo que se viene adoptando la actitud valiente que merece este tiempo de cambio.
Cambiar, esa palabra que se robaron por cuatro años unos oscuros personajes de pesadilla para liquidar la Patria, debe ser nuevamente empoderada por el mismo protagonista de todos los grandes momentos históricos de nuestra Nación. Deberá asumirse ese cambio, ahora verdadero, como el primer escalón hacia la auténtica liberación, un ideal postergado que deberá convertirse en realidad para ser lo que nunca nos dejaron terminar de ser, por haber introducido en la sociedad el peor, el más mortal y desarrollado de los virus: el odio antipopular.

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