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martes, 17 de marzo de 2020

LA CONSPIRACIÓN NECESARIA

Imagen de "La conspiración de Claudius, de Rembrandt"
Por Roberto Marra
Existen palabras que parecen malditas, que forman parte de un vocabulario que pareciera prohibido de pronunciar o, al menos, de generar la inmediata necesidad de disculparse de quien la dice, para no quedar involucrado en aparentes irresponsabilidades. Esto se da, sobre todo, entre periodistas y “opinólogos” varios, con el término “conspiración”, que los pone muy nerviosos para pronunciarlo y de inmediato disparan la consabida frase de “yo no creo en conspiraciones”. Pero que las hay, las hay, como las brujas...
Tal vez no sean demasiado perspicaces estos medrosos opinadores de TV, pero la existencia real de conspiraciones es tan antigua como la civilización, si es que esta última palabra pueda considerarse que involucre algún grado superior de organización social. Pero es particularmente conocido el trasfondo conspirativo permanente que proviene de cada determinación imperial sobre la humanidad, siempre en busca de un ajuste más de la tuerca que aprieta nuestro destino contra la pared del subdesarrollo.
Han conspirado faraones contra sus propios descendientes. Han conspirado príncipes, consortes y reyes para alcanzar o mantenerse en el poder. Lo han hecho ministros y presidentes para lograr lo que no podian hacer por medios lícitos. Lo hicieron y lo hacen los militares para tener ventajas operativas en las guerras convencionales y de las otras. Las realizan siempre los especuladores bursátiles para obtener esas ganancias exorbitantes que asombran cuando se descubren. Las tienen como sus aliadas permanentes las corporaciones monopólicas mundiales, como método infalible para aprisionar a la humanidad con sus baratijas convertidas en “tótems” de una era de lo efímero y descartable. Lo hacen los dueños de medios hegemónicos, para sostener sus “ratings” fantasiosos y presumir de audiencias cautivas en las redes de la malversación periodística. Lo generan todo el tiempo los propios periodistas que le temen a la palabra que los define, destrozando la verdad para sostener a los enemigos reales del Pueblo, al que subsumen en un mundillo de fantasías idiotizantes y malévolas, convirtiendo la opinión en un mero acto repetitivo de lo que forma parte indisoluble de sus conspiraciones.
Caen en esta estigmatización de la palabra “conspiración” hasta los más connotados “intelectuales” o pensadores de la realidad, de probadas y sustanciales capacidades analíticas, pero que se unen el coro de incautos que vociferan el “peligro” de llamar a las cosas por su nombre. Se suman a esa sucia parafernalia de miserias que operan desde las sombras del auténtico Poder para evitar que se descubran las bambalinas y se muestren tal como son de verdad, sucios expertos en conspirar contra el Planeta entero, si les es posible.
Cada acontecimiento importante, por su capacidad de daño a las sociedades, de elevación del poderío y de las amorales fortunas que lo sustentan, está involucrado indefectiblemente en una conspiración, tan real como perversa, tan factible de descubrir como se quiera, pero tan oscura como la capacidad de ocultamiento que posean sus creadores. Cada hecho que involucre la vida de las personas en este Mundo pasa por el cedazo de los conciliábulos de los poderosos, con sus maquinarias manejadas por expertos comunicacionales que logran hacer ver lo invisible y ocultan lo obvio con la misma facilidad con la que se convencen a las mayorías de lo contrario a sus intereses.
Por ese sucio destino preparado en algún bien escondido “bunker” de banqueros, financistas, gobernantes imperiales y toda su cohorte de militares, empresarios, científicos y tecnólogos a sus servicios, andamos recorriendo estos andurriales planetarios, tratando de desandar el camino del horror económico y social en que nos sumergieron. Con esas premisas de recuperar justicias perdidas y necesidades postergadas, nos movemos para intentar reconvertir lo que fueran nuestros pequeño orgullos nacionales en esperanzas renovadas.
Allí también nos esperan sus cabildeos intrigantes, las de esos trogloditas ideológicos y sus reservas interminables de odios y estigmatizaciones, levantando muros para evitar sus propios derrumbes, haciendo añicos la verdad y convenciendo a muchos de sus propias culpas de ser pobres. Otra vez la supuesta palabra maldita ejerciendo su rol de falange que derrote los sueños populares, escondiendo esa realidad palpable de intrigas palaciegas, de la forma que fuera. Y una vez más, habrá que utilizar la misma receta de siempre, la de la lucha denodada y continua para alcanzar la victoria de la Patria, esta vez haciendo el necesario uso del mismo, del exacto armamento que tanto estigmatizan ellos: la conspiración. Pero popular.

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