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Por
Roberto Marra
“Cuatro
por cuatro” suena, en nuestro País, a “piquetes campestres”.
Esa inocente denominación técnica de los vehículos destinados a
ser útiles para los agrestes caminos del campo, ha terminado
convertida en la frase que resume la esencia de los integrantes de
esos sectores de la producción agraria que se asumen como
pertenecientes a una especie de “raza superior”. Actuando como
seres intocables para el resto de la sociedad (y sobre todo para el
fisco), sus soberbias de herederos de alcurnias de oscuros orígenes,
los han posicionado muy alto en la pirámide social, gracias a la
acumulación de fortunas que ocultan detrás de las lágrimas
permanentes que derraman para obtener aún más ventajas de las que
ya resultan obscenas.
Presumidos
e intolerantes, se mueven en sus enormes vehículos con la arrogancia
de los patrones de látigo en mano, siempre prestos al castigo de sus
subalternos, a quienes dominan en base a un paternalismo repugnante,
una cultura de la subordinación que sus peones han asumido como su
único camino de vida, aceptando la miseria en la que les hacen
sobrevivir a cambio de alguna palmada en la espalda que siempre será
más una advertencia que un agradecimiento.
La
palabra “retenciones” les provocan un escozor intolerable, saltan
de inmediato de sus tranquilidades permanentes de bares de pueblo,
para movilizarse agrupados en esas organizaciones destinadas a
oponerse a cualquier cosa que huela a justicia social. No admiten la
intromisión de ningún gobierno en sus arcas desbordantes de
dólares, salvo que se trate de uno de sus mismas condiciones
ideológicas, aunque no por demasiado tiempo. Los impuestos son, para
ellos, el límite que no permiten atravesar a la sociedad que busca
salidas justas y solidarias para los males económicos de los que
ellos son cómplices.
Las
lluvias, los vientos, las sequías, son los caballitos de batalla
para obtener lo único que aceptan del Estado: los subsidios, pero
solo para ellos. El cuento del sacrificio permanente, del trabajo de
sol a sol que solo cumplen sus peones o los pequeños productores,
les ha servido para crear una aureola de “honrada gente de trabajo”
que un grueso de la sociedad acepta y defiende, aún contra sus
propios intereses, siempre opuestos a los de estos energúmenos con
patente de “corsos” de tierra adentro, ladrones de los beneficios
del suelo que todos les prestamos para que multipliquen sus fortunas.
Amenazan
todo el tiempo con sus piquetes, cuando algún gobernante se atreve a
introducir una vara distinta en la medición de las responsabilidades
fiscales. Se “curan en salud” advirtiendo con sus “retenciones
de producción”, las únicas que aceptan porque no les significa un
centavo de pérdidas. Aletargan la venta de sus productos, acumulan
granos en sus silos-bolsa para evitar pagar los impuestos y provocar
daños financieros que obliguen al gobierno de turno a “negociar”
con la extorsión, su camino preferido para voltear esperanzas
populares y reirse del pobrerío que se hunde más todavía, gracias
a sus pérfidas actitudes.
Empeñados
en mantener sus privilegios a como dé lugar, profundizarán cada día
más sus sucios manejos mafiosos, bloquearán toda acción solidaria,
palabra que detestan y cuyo significado les resulta repulsivo.
Asumirán peores actitudes ante la determinación de los pueblos que
los enfrenten, para lo cual no temerán utilizar la fuerza,
justificada por la “defensa” de sus propiedades, palabra, esta
última, que resume todo el objeto de su vidas de zánganos
aprovechadores del trabajo ajeno con el que las han obtenido.
Sin
el fin de sus prerrogativas de mandamases eternos, sin la imposición
de la justicia que hace rato que no los atraviesa con su espada ni
los justiprecia con su balanza, sin la conciencia colectiva de la
necesidad de acabar con semejantes posturas retardatarias de la otra
justicia, la social; la búsqueda de la felicidad popular será
siempre una quimera, una fútil presunción de un futuro
inalcanzable. Es tiempo de cambiarlo todo, de generar respuestas que
les otorguen a los campesinos de verdad, a los sumergidos en pobrezas
compartidas con el resto de la sociedad, los beneficios que deberán
salir, sin duda alguna, de los obscenos reservorios de fortunas mal
habidas de estos malandras de cuatro por cuatro. Y conquistar las
rutas que amenazan cortar, para empujarlos al rincón de la historia
del que nunca más deberemos permitir sus retornos.
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