Imagen de "Forbes" |
Por
Roberto Marra
El
imperio, cuya existencia prolongada solo es posible mediante la
dominación militar, económica, financiera, comercial, científica,
tecnológica y cultural de los pueblos del Mundo, suele inventar cada
tanto algún enemigo que le permita generar odios y rencores sobre
quienes ni siquiera le podrían significar la más mínima amenaza,
pero que le proveen de los necesarios argumentos para dar rienda
suelta al despliegue “táctico” de todo ese poderío, sobre el
país que se haya atrevido a poner tan solo en duda su “jerarquía”
de hegemón, intentando un desarrollo autónomo de sus decisiones.
Nada
de todo esto sería posible sin la previa disposición y desarrollo
de un sistema comunicacional aceitado y prolífico, que es, en
realidad, el verdadero “alma” de toda su capacidad de
intervención sobre las naciones. Con métodos sofisticados
tecnológicamente, van generando en las poblaciones de la nación
agredida y del resto del Mundo, una cultura que hunde en el olvido a
las propias de cada país, desplaza hacia un costado sus historias
reales y produce nuevos paradigmas inventados para cada ocasión,
imprescindibles para intentar borrar la memoria colectiva y construir
individuos sin sentido de patria.
Con
esos métodos ha logrado mantener bajo su “paraguas” ideológico
a los gobiernos de la mayoría de los países, aún cuando éstos ni
lo consientan. Con ese aparataje comunicacional y la parafernalia de
miedos inducidos con ellos, sostiene un dominio cultural abastecido
no solo por sus propias acciones, sino también con las desarrolladas
por las corporaciones mediáticas de cada nación que responden a
objetivos similares o congruentes, lo que potencia todavía más la
percepción unificada de sus habitantes sobre cada relato de la
realidad que les transmiten.
El
surgimiento de un nuevo enemigo, esta vez de dimensiones reales,
sostenido por un desarrollo basado en la implementación de planes de
muy largo plazo, conducido por líderes de auténticas capacidades de
estadistas, imbuido de una trascendencia espiritual milenaria, le ha
significado al imperio un sacudimiento que lo ha desbordado en su
comprensión para enfrentarlo. Apelando a sus viejos métodos de
estigmatizaciones y desprecios xenófobos, pretende oponerse al
“huracán” económico que está atravesando sus dominios, los que
creía eternos por un supuesto designio de Dios.
China
debe ser acabada. Ese y no otro es el objetivo de las
administraciones maquiavélicas de uno u otro partido que gobiernen
Estados Unidos. La utilización de metodologías agresivas encuentra
el límite del parangón de semejante opositor, que no se somete al
arbitrio de las decisiones ajenas a sus planes, los cuales podrán
frenarse o desviarse por un tiempo, pero jamás abandonados en sus
metas. No es un panegírico sobre el “gigante asiático”, sino
una manifestación concreta de la realidad que emana de cada una de
los actos que allí se suceden.
Intentando
minar sus fuerzas reproductivas, los medios de “occidente”, ese
lugar donde nos relataron (falsamente) que nació la “civilización”,
elucubran supuestas acciones del gobierno chino, ponen en duda cada
expresión de sus autoridades, resignifican sus mensajes y
tergiversan sus opiniones y sus actos, para intentar acabar con la
credibilidad en la potencia inmanente de quienes se atrevieron a
construir su propio destino, a su manera y con sus propios
desarrollos científicos y tecnológicos, a los que tildan,
invariablemente, como robados de los países que sí tienen “derecho”
y supuesta capacidad para la invención.
El
imperio ha encontrado una piedra en su zapato muy difícil de sacar.
Ha sido invadido, por la ambición de su propias corporaciones, con
productos de las empresas del país que detestan. Ha sido igualado y
superado en conocimientos que provocan un adelantamiento de aquella
nación asiática por sobre sus propios desarrollos. Está siendo
superado por conceptos distintos en el abordaje de las relaciones
comerciales y estratégicas que sustenta la influencia creciente de
China en el Mundo.
A
partir de semejante estado de cosas, todo puede esperarse de los
obsesos que habitan desde siempre la Casa Blanca, cualquier cosa
puede ocurrírseles para intentar terminar con el motivo de sus
pesadillas actuales. Incluso las más increíbles de las conjeturas
podrían convertirse en realidad, con tal de hacer añicos el avance
incontenible de semejante poderío “oriental”. Cualquier
conspiración para hacerle daño a su sociedad, físico o
psicológico, podría estar entre sus planes.
Pero,
a poco de estudiar un poco más en profundidad a aquella nación
milenaria, a su historia y a su pueblo, se intuye muy improbable que
su destino pueda ser corroído por las viejas maniobras imperiales,
las que, en todo caso, solo les servirán para dar mayor empuje a la
osadía del gigante que pretenden destruir. ¿Soportarán los
engreídos y psicópatas propietarios del Mundo ese desafío? La
historia indicaría que los límites no existen, cuando de destruir a
sus rivales se trata. A sus rivales y a todo el Planeta.
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