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martes, 19 de noviembre de 2019

LA INVASIÓN RELIGIOSA

Imagen de "El Tiempo"
Por Roberto Marra
El teólogo canadiense Bernard Lonergan, definió a la religión como “un conjunto de experiencias, significados, convicciones, creencias y expresiones de un grupo, a través de las cuales sus participantes responden a sus dialécticas de autotrascendencia y relación con la divinidad”. El español Ortega y Gasset decía que “religiosus quería decir ‘escrupuloso’; por tanto, el que no se comporta a la ligera, sino cuidadosamente. Lo contrario de religión es negligencia, descuido, desentenderse, abandonarse”.
Estas definiciones denotan el carácter que comunmente se le da a la palabra religión, siempre relacionada con el seguimiento de reglas o pautas que hacen a la búsqueda de una determinada ética, demostrativa de valores observados como determinantes para ser mejores personas, generalmente vinculados a sentimientos humanitarios, solidarios, fraternales.
Sin embargo, el transcurso del tiempo y el avance del sistema socio-económico capitalista en el que estamos inmersos desde hace tanto, ha ido contaminando estos conceptos, desgarrando sus orígenes y convirtiéndolos en palabras vacías. La religión se ha transformado en una mercancía más, tal como ha sucedido con el ser humano y su único valor reconocido por el sistema: su fuerza de trabajo.
Descubierto el “valor” de la “religión” para su utilización en la eterna búsqueda de la maximización de las ganancias por parte de los dueños del Poder, se han desarrollado nuevos credos, amoldados a los requerimientos del capital y el imperio de turno, demostrando que no existe límite alguno para los especuladores del “mercado humano”, siempre y cuando les signifique profusos beneficios económicos y mayor poder de dominación sobre la cada vez mayor cantidad de sometidos.
El imperio norteamericano ha sido el principal promotor y sostén de esos “cultos” incultos, basados en palabreríos más o menos relacionados con el cristianismo, donde histriónicos “pastores” televisados imponen sus supuestos poderes derivados de sus incomprobables cercanías al Dios que dicen representar. Con actitudes casi payasescas, estos energúmenos transforman lo que debiera ser un ámbito de reflexión existencial, en un teatro de operaciones psicológicas destinadas a atraer, convencer y someter la voluntad de las personas que se acercan en busca de salvaciones imposibles de sus padecimientos o desgracias, a cambio de un rédito económico enorme para esos “sacerdotes” de la mentira.
Pero es el interés por la dominación de los territorios ajenos que mueve con pasión a los habitantes de la Casa Blanca al sostenimiento de semejantes ejercicios pseudo-religiosos. Es una nueva manera de invasión silenciosa (o ruidosa, a estar por los gritos destemplados de esos “pastores”), desde la cual emergen camadas de idiotizados convencidos de pertenecer a los “salvados” por el Dios desflecado que se les ofrece para el consumo fácil de sus neuronas golpeadas por el martilleo constante de la parafernalia perversa que los transforma en simple masa dispuesta a servir al amo imperial.
Esa masa se moldea de acuerdo a las necesidades que requiera el invasor, atribuyéndole el rol de la infantería que va al choque contra los gobiernos que no les resultan afines al imperio. Forma parte indisoluble de la actividad mediática consustanciada con los mismos objetivos, mediante la cual van introduciendo el virus mortal de la disolución social y el odio hacia quienes no pertenecen a sus concepciones derivadas de los intereses que defienden con tanta devoción (por el dinero).
Son la manera elegida en la actualidad para derribar líderes populares, desarrollos autónomos, experiencias renovadoras. Son la forma que utiliza el poder corporativo mundial para modelar a su antojo las sociedades que buscan sus propios caminos libertarios, con ese ejército de zombies capaces de matar en nombre de un Dios que le inventaron a la medida de sus miserias morales. Son los nuevos enemigos a vencer, los agentes del mal corporizados en energúmenos que golpean y matan a los diferentes a ellos, o a sus iguales que no siguen sus consignas de desprecios y rencores incomprensibles.
Y serán nuestros enterradores, si no se les atraviesa con la espada del conocimiento y la organización popular consciente de los peligros que encierran, para re-encontrar y sostener los valores humanos que nos robaron con la sucia “religión” del escarnio y la falsificación de un Dios, creador del peor de los infiernos.

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