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martes, 8 de octubre de 2019

PERAS AL OLMO

Imagen de "occasionalplanet.org"
Por Roberto Marra
Cuando hay un peligro inminente o ya se ha producido el hecho dañoso que se preveía, lo que cabe es responder con la celeridad y la actitud solidaria que es propia de las personas de bien, poniendo todo el esfuerzo en dar lo necesario para evitarlo o paliarlo. Sin embargo, no todos entienden este lógico mecanismo de protección social como válido cuando les afecta sus intereses individuales. Y resultaría paradójico, si no se conociera la historia real de nuestras sociedades, que justamente quienes más posibilidades tienen para responder ante los hechos que demandan urgencias impostergables dentro de la sociedad en la que se han desarrollado y crecido, sean los más reticentes para concretar sus participaciones a la hora de la necesidad.
Por ese andarivel vergonzante transitan los “grandes” empresarios, atados a una impronta gerencial, sometidos al sistema que los contiene dentro de una “burbuja” de codicia ilimitada, demandante de esfuerzos en una única dirección: la del beneficio propio y sectorial. Actúan con ese criterio del “toma y daca” como única forma de responder a lo que se le pida como contribución social, algo que los inquieta sobremanera cuando se le es propuesto, como avizorando supuestas “expropiaciones” u “hordas” de salvajes trabajadores llevándose sus propiedades en pedacitos.

En el colmo de la negación de la realidad, sus respuestas serán la de evaluar con sus iguales lo que se les proponga, para después responder con contrapropuestas que aminoren o den por tierra con lo solicitado con la urgencia de la desesperación que lo provoca. Se reunirán con los funcionarios del Estado para tratar de mostrarse “dispuestos” al diálogo, pero estirarán las discusiones sobre lo obvio para evitar las exiguas pérdidas que podrían significarles.
Es que no habrá nunca manera de hacer comprender necesidades ajenas a los empresarios de las grandes corporaciones, quienes solo se limitan a estudiar métodos para la elevación de sus ganancias y cartelizarse para imponer sus precios irrazonables a una población atada a sus decisiones, por imperio de un poder casi omnímodo que poseen en base a sus capacidades económicas y financieras.
Allí es que se manifiesta con prístina claridad la imposibilidad de lograr modificar la realidad de la pobreza estructural sin cambiar la propia estructura productiva. Ahí es cuando el Poder se exhibe con tanta capacidad de daño a cualquier intento de desviar del camino al abismo de la autodestrucción, a una sociedad sometida a sus arbitrios incontrolados. Y ese es el momento de tomar otras decisiones, unas que hagan posible emprender el complejo rumbo a la equidad social.
Pero esas decisiones serán objeto de presiones y ataques despiadados de un Poder que nunca cederá sus privilegios sin pelear, aún cuando eso cueste miles de vidas, que nunca les importan tanto como sus billetes amarrocados en las guaridas fiscales. No tendrán problema alguno en profundizar sus desprecios sociales, sin importarles nada la solución al hambre que no reconocen ni les importa más que como molestias para la tranquilidad de sus negociados.
Abogar ante semejantes energúmenos sociales no tiene destino de solución alguna, sino se procede con la determinación y la fuerza popular como respaldo. Pretender modificar conductas de esos paquidermos económicos será trabajo perdido si se deja al arbitrio de sus “buenas voluntades” las decisiones que se deban tomar. Porque acabar con el hambre y la miseria no tiene postergación posible, ha llegado la hora de demandarles a los que siempre ganan, a los que nunca fueron tocados por las crisis que ellos mismos se encargaron de crear. Ya no puede haber indecisión alguna frente a ellos, que nunca tuvieron piedad para impedir el acceso al alimento a millones de pibes y pibas miserabilizados para acrecentar sus fortunas malolientes.
Es tiempo de dar vuelta la taba, de mostrar la carta que gane la partida, de abrir la puerta de la esperanza y respirar el porvenir que traiga las soluciones a los que nunca dejaron de padecer, a los postergados de toda la historia, a los que jamás se les preguntó si querían lo que les dieron, que solo fue padecimiento extremo. Y hacer que prueben los otros, los que siempre ganaron, el agrio sabor de la derrota en manos de quienes fueran sus víctimas. Que, aunque no lo comprendan jamás, nunca serán sus victimarios.

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