Cuando
allá por 1867, el químico Alfred Nobel inventó la dinamita, su
propósito fue, aunque a la vista de lo sucedido con ella después
pueda parecer increíble, la de salvar vidas. Es que la
nitroglicerina con la que se constituía basicamente ese nuevo
invento, venía matando mineros de forma alarmante, por la
inestabilidad propia ese producto químico. Y todos saben la historia
que siguió con las regalías de la patente de semejante ingenioso
artificio, con la creación del más que famoso galardón que año a
año se entrega a quienes se señalan como las más destacadas
personas del ámbito científico y cultural del Mundo.
Dejando
de lado lo dudoso de los métodos selectivos de esos personajes
premiados y las implicancias ideológicas y políticas que conllevan,
lo cierto es que tal vez a Academia que los elige debiera ir pensando
en la posibilidad de un candidato argentino, un diferente, un
reivindicador del primigenio invento que dio origen a la distinción
en cuestión. Un hombre que ha sido capaz de reconvertirse
ideológicamente varias veces, hasta encontrar su verdadero destino,
el de “justiciero social”.
Este
sesudo comandante de la destrucción del diferente, no es otro que el
senador Miguel ¿Ángel? Pichetto, verborrágico parlanchín
mediático de escasas capacidades discursivas, pero notables
condiciones guerreristas, valiente detonador de explosivas
declaraciones dirigidas, siempre, a señalar a los “verdaderos”
enemigos, esos que nos rodean con sus permanentes pedidos de ayudas,
que se establecen en los rincones miserables de las grandes ciudades
para, desde allí, amenazar con contagiar sus extremas pobrezas al
resto de la población “sana”.
Es
que las solicitudes de comida y cobijo son molestas a los ojos y las
almas de los ciudadanos de primera que no desean compartir sus sendas
peatonales, sus avenidas, sus puentes y los aleros de sus edificios
con semejantes desarrapados, molestos y sucios, que ocultan sus vidas
de opulencias detrás de las limosnas que les exigen pedir a sus
hijos. Pichetto lo comprendió, para solaz de quienes estaban
buscando la reivindicación de sus herejes maneras de tratar a los
semejantes, emprendiendo una auténtica y “valiente cruzada”
contra esos especímenes a los que no considera humanos, solo restos
de tales condiciones creadas por el persistente “populismo” de
los últimos setenta años, al que él mismo se vio arrastrado en
busca de un lugar en el Mundo (político).
La
cuestión es que su decidida acción viene a poner su nombre al borde
de la designación como candidato al Nóbel. Lo que no se logra
dilucidar todavía, es que rubro le correspondería. Queda claro que
no al de la paz. Tampoco podría ser el de la literatura, ya que sus
palabras tienen menos vuelo artístico que una perdiz cansada. Podría
intentarse con la medicina, por el intento de eliminar enfermedades,
aunque, eso sí, matando a los enfermos. No, no parece que
corresponda. Tal vez la de química, por la concreción de un
práctico uso social al viejo invento del inventor sueco, aún cuando
resulta un poco reinvindicativo de los holocaustos.
No
hay caso, es imposible catalogar a semejante pro-hombre (en realidad,
hombre-Pro). Su figura excede todo lo conocido, supera con creces a
otros de su misma laya, destrona al Sarmiento del odio al “gauchaje”
y la “indiada”, pone en aprietos al mismísimo Roca y su campaña
al famoso desierto habitado. Ha logrado contener, en una sola frase,
en tan pocas y “determinadas” palabras, toda una definición de
su condición y la de quienes le aplauden. Da por tierra con esa
condición cristiana de amor al prójimo y acaba con los últimos
atisbos de humanidad de lo humano, enarbolando la muerte del molesto
pobrerío como su orgullosa bandera.
Hipócrita
y farsante, cobarde y traidor, será tal vez su suerte la de
convertirse en el ejemplo más obsceno y rastrero de la maldad
humana, tan próximo a lo diabólico, que Lucifer ya está pensando
en conseguirse otro trabajo. Y Pichetto, en alzarse con el millón de
dólares del Nóbel... al genocida del año.
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