A
veces, la historia de las sociedades suele ser paradójica,
recorriendo una extraña parábola que deriva en el regreso a lo que,
en un tiempo más o menos lejano, fuera motivo del orígen de
desencuentros que nunca debieron suceder. Pero el “diablo”
neoliberal, con el liderazgo de los peores seres humanos que se
recuerden, logra transformar las conciencias de millones de personas
hasta obtener que denosten a sus mejores representantes, para placer
y beneficio solo de una pequeña parte de los fabricantes de todas
las mentiras y todas las desgracias.
Es
así que ahora, en Chile, los hijos y los nietos de aquellos que
golpearon las cacerolas para expulsar de sus vidas ciudadanas a uno
de los mejores hombres que haya conocido esa tierra trasandina, han
llegado al mismo punto de donde salieron, regresaron al momento donde
la paradoja se cumple y las necesidades explotan, fruto de un proceso
donde no existió piedad con los más débiles, donde la miseria se
adueño de una gran parte de esa sociedad satisfecha por haber
terminado con ese sueño de liberación y justicia.
Adormilada
por el efecto de la meritocracia dominante, por el engreimiento de un
sector creído de pertenencias imposibles, por el aplastamiento de
cualquier intento que contradijera al Poder heredado del “chacal”
que le dio origen, a fuerza de balas y gases, la sociedad chilena se
fue “amaestrando”, transformada en un oscuro “ejemplo” para
sus vecinos, que transcurrieron por carriles similares a veces, otros
no tanto y hasta totalmente opuestos en algunos períodos.
Las
oligarquías de cada uno de nuestros países y el imperio lo elevaron
al rango de ejemplo mundial, un ámbito donde todas las “recetas”
se fueron cumpliendo a rajatabla, donde no perdieron nunca los dueños
de la economía, aún cuando se fueron sucediendo gobiernos de
aparentes posiciones opuestas, pero todos fieles acatadores del
primigenio designio pinochetista. Hubo luchas y protestas, reclamos y
quejas, pero todas y cada una se fueron diluyendo en ese contaminado
mar de represiones salvajes, en la degradación de millones de
habitantes al mero hecho de sobrevivir para servir a los corruptos
estafadores que se arrogan el mando eterno de un Pueblo, solo para
satisfacer sus privilegios obscenos.
Los
repugnantes discursos del actual y repetido empresario gobernante,
solo muestran el grado de putrefacción al que han llevado a esa
Nación, hasta hacer saltar por los aires la calma chicha que tapaba
los sentimientos de asco que atravesaba a toda la sociedad, por tanta
estulticia presentada como verdad revelada por el “dios” mercado
y sus aprovechados representantes. Solo muerte y desolación promete
el imbécil con ínfulas de estadista, rodeando la Moneda de tanques,
como en aquellos tiempos donde acababan de asesinar la libertad en
nombre de la lucha contra el comunismo, el viejo caballito de batalla
con el que pretenden auto-otorgarse el título de “demócratas”.
Ahora
las culpas de los levantamientos populares serán de Cuba, la eterna
estigmatizada, y de Venezuela, el actual paradigma del odio imperial.
No importa la verdad, porque se trata solo de retrasar la historia,
postergar el final que intuyen inexorable, apurar los pasos para
imponerse por un tiempo más, para seguir acumulando las riquezas que
les roban a sus gobernados. No habrá retrocesos ni desvíos de sus
acciones, salvo los que impongan los sublevados contra tamaña
injusticia, hartos de la esclavitud de las ideas programadas para sus
silencios y sus postergaciones.
La
violencia suele transformarse en una peligrosa y resbaladiza
pendiente hacia el fracaso de los objetivos que les dan origen. La
muerte como objetivo disuasorio solo enerva todavía más los ánimos
caldeados de los manifestantes, que ven como además de la pobreza,
se les atraviesa el fin de sus días a manos de monstruos armados
para una guerra donde uno de los bandos solo empuña verdades y
dolores.
El
resultado de esta batalla chilena tendrá como signo vital el final
de la noche pinochetista. Tal vez logren los poderosos arrebatarles
un tiempo más a los insurrectos, aplastando por otro período las
ansias libertarias de un Pueblo cansado de esperar el “derrame”
de un sistema que no incluye más que a los provocadores de las
crisis. Pero la semilla está sembrada y pronta a germinar. La
primavera social se acerca y será inevitable, tanto como el invierno
que les espera detrás de cada barricada a los oscuros oligarcas,
donde vuelven a sonar las últimas palabras del gran Salvador, para
abrir, por fin, el camino liberado de las anchas alamedas.
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