Por
Roberto Marra
Decidir
significa tomar una determinación sobre algo que demanda una
definición. Es resolver una acción, es dilucidar una duda, es
disponer una voluntad. Y también es atreverse a hacer aquello que no
parecía convencernos demasiado, algo que nos obliga a tomar partido,
a lanzarse hacia adelante con la certeza de estar haciendo lo
correcto, después de evaluar las alternativas que se nos plantean.
La
puerta de la esperanza nos fue cerrada delante de nuestros ojos y no
les pareció a todos por igual que se les estaba negando el futuro al
hacerlo. Enceguecidos por demasiadas aversiones sin asidero alguno
más que en la profusión propagandística que obturó las
conciencias, millones de ilusos se lanzaron a la repetida aventura
neoliberal, obturando sus memorias para justificar el desfalco, que
sabían irremediable, pero que aceptaban en nombre de supuestas
luchas contra “la corrupción”, que pretendía encabezar justo el
sector social más corrupto que haya conocida la historia económica
de nuestro País.
El
circuito del horror de la pobreza y la miseria se fue cerrando, hasta
desembocar en la desesperación del hambre de los más débiles
eslabones de los postergados de siempre. Ni una sola de las vanas
promesas emitidas por el energúmeno elegido para encabezar este
contubernio de cuatro años, fueron cumplidas, salvo la de perseguir
a los y las mejores representantes de un Pueblo esclavizado por la
canalla mediática, que repetía sin cesar la andanada de falsedades
que comprometieron la vida y el honor de tantas personas, solo por
pensar diferente.
Frente
ya a la puerta detrás de la cual se puede vislumbrar la luz de una
nueva oportunidad, ante esa esperanzadora cerradura que ya comienza a
abrirse, prontos a atravesarla y comenzar la reconstrucción después
del tsunami arrasador de derechos, todavía se atreven a tratar de
impedirlo con los empujones de más mentiras, con apariciones
fantasmagóricas de cuadernos y testigos falsos, con relatos
fantasiosos de hechos que nunca existieron, con amenazas de dejarnos
la nada misma como recuerdo de lo que fuera un Banco Central.
Con
todo eso, no pueden ya impedir que la fuerza de los votos y la
tozudez de la esperanza empuje cada vez con más ahínco esa puerta a
una nueva vida. No logran impedir que se resignen de nuevo a perderlo
todo, los que todavía tienen algo. No pueden quitarles más nada a
aquellos que ya no pueden acceder a un plato de comida diaria. No hay
promesa alguna en la que el pequeño empresario pueda creer, con sus
persianas bajas y sus obreros en la calle. No hay forma que los
sufrientes testigos de la opulencia obscena de los poderosos que
fugan las divisas a costa de la producción en estado de coma, puedan
permitirse el lujo de seguir aceptándolo para esperar el “derrame”
que saben que nunca llegará.
Estamos
ya frente a esa puerta entreabierta, empujándola con la voluntad
expresa de millones de decididos y aún con la resignación de
quienes se negaban a aceptar el infierno que padecían. Retuercen
todavía las bisagras los asesinos del futuro colectivo, tratando de
trabarnos la salida que ellos mismos edificaron con sus acumulaciones
de fracasos.
Pero
no habrá fuerza posible para impedir la decisión que cambie el
rumbo de los desamparados y los sometidos, hasta desbloquear esa
oscura puerta que abra, por fin, la entrada al mundo de la verdad y
la justicia, donde la memoria se convierta en la llave que cierre
para siempre el regreso al oprobio padecido. Y la unidad no sea solo
una herramienta electoral, para convertirse en la argamasa de una
sociedad decidida a cambiar la vida, con todos y para todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario