Capítulo 1: LA
FIESTA
Llegaron
en medio de una fiesta amarillenta, reventando globos, bailando
cumbias, repartiendo mentiras, desafiando a la realidad con embustes
de todo tipo, arrinconando a los descreídos contra las cuerdas del
oprobio y la burla permanente, rompiendo la inteligencia colectiva en
mil pedazos, para atragantarnos con estigmas elaborados por un asesor
importado, deshaciendo cada hecho cotidiano favorable, reconvirtiendo
cada buena acción pasada en opresión y desengaño sin sentido.
Saltaron y saltaron frente a escenarios repletos de esos brutos
empoderados por millones de infelices, disfrazados de esperanzas en
promesas de sus eternos enemigos, que también saltaban de alegría,
sabedores de sus seguras victorias financieras, a cubierto de la
verdad por los favores de sus socios parlanchines de TV. Se hacía
realidad la irrealidad, se ponía en el escenario cotidiano el odio
irreparable hacia los señalados con los dedos de los felices
ganadores como los culpables de todas las desgracias nacionales. Se
cobijaron en la ignorancia alimentada desde la herencia histórica y
la repetición goebeliana, arrastrando hasta los mendigos a depositar
en las urnas el escarnio amarillo para derribar el sueño en marcha.
Duró
poco la fiesta vengadora para los de abajo del escenario. Estalló la
otra fiesta, la del Poder desatado en tarifas sin sentido, en manejos
estrambóticos de la moneda, en inmediatos arreglos con sus buitres
asociados, en el freno a los programas populares, en el desarme de
salarios frente al jolgorio remarcador de los pulpos del diario robo
disfrazado de venta de alimentos. Duró menos la triste felicidad de
los jubilados odiadores, camino al infierno construído con sus
propias manos desmemoriadas. Irrumpieron los bonos de inmensas
alegrías financieras para los buitres disfrazados de golondrinas,
desplazando al crédito barato hacia los recuerdos cercanos de los
empresarios cómplices de las desventuras ahora padecidas, por
imperio de sus flácidas creencias en fantasías basadas en sus
pretensiones de imposibles oligarcas. Se impuso la evasión impúdica
de capitales de los propios ceos convertidos en ministros, ese mismo
capital que, decían, iba a derramarse sobre el pobrerío que los
ungió en las urnas degradantes de sus olvidados valores morales.
Capítulo 3: LA
TRAGEDIA
Reapareció
la miseria, se reavivó la pobreza, se esparció el virus mortal del
abandono. Comenzó el cruel peregrinaje de los jóvenes en las largas
colas de búsqueda infructuosa de trabajo. Se desató la tormenta del
dólar para acabar con la primer etapa de la mentira programada,
reapareció el viejo Fondo, el enemigo mortal de nuestra historia más
oprobiosa. Se rearmó mil veces el discurso obsceno de las fútiles
esperanzas en semestres imposibles, se rediseñó el camino de la
entrega al imperio que subyuga a los imbéciles con aire de patrones
que se adueñaran de todo, para nada más que honrar las deudas y
deshonrar al Pueblo aprisionado por armar su propia trampa electoral.
Comenzó el defile por las pantallas de los condenados al fin de sus
historias de trabajo, rejuntados con la pobreza que habían desviado
por un buen tiempo de su lado, desesperados por el vacío fabricado
con sus adhesiones al odio fabricado por sus enemigos, al lado de la
tumba que les hicieron cavar con sus propias manos, para enterrar la
realidad y olvidarla para siempre, para que nunca más se atrevieran
a soñarla.
Capítulo 4: LA
REACCIÓN
Comenzó
de a poco la comprensión de los sucesos que estaban derrumbando la
Nación, cuando se atisbaban resultados aguantados a fuerza de
promesas tan vanas como los sueños de los condenados. Se tuvieron
que aprender de nuevo los palotes educadores de nuevas-viejas
construcciones populares, se animaron algunos agremiados a emprender
el duro camino de la oposición a los victoriosos y sus diatribas
mediáticas. Se anudaron otras comprensiones con consignas lanzadas
por ese pasado no culminado de esperanzas al alcance de las manos de
los ahora sometidos a la tortura de la desocupación y el hambre.
Aparecieron otros caminos derivados de la desesperación consciente
de las culpas en busca de la expiación de los extraviados, se
miraron a los ojos nuevamente los perdidos en celadas preparadas por
el enemigo, apartados del mismo camino que estaban recorriendo, por
buscar la fácil corruptela de la vanidad y el desprecio a sus
iguales.
Se
asumieron errores y desvíos para empalmarlos con la comprensión de
sus orígenes. Se revieron las miradas odiosas hacia los perseguidos
por el enemigo mediático y se fueron esfumando, lemtamente, las
diferencias fabricadas a fuerza de golpes virtuales y reales.
Capítulo 5: LA
SALIDA
Apareció,
por fin, la unidad, esa palabrita tan repetida y tan manchada de
falsías. Se hizo presente en cada marcha popular, en cada acto
demandante de derechos pisoteados, en cada búsqueda de justicia
avasallada por el monstruo neoliberal. Se convirtió en grandeza con
la palabra de la más denostada, la más perseguida, la más
insultada mujer desde el repugnante “viva el cáncer” hasta
nuestro tiempo. Se transformó en posibilidad de triunfo ante los
sucios contaminantes de todo lo que tocan, los personajes malévolos
de una tragedia consumada con el aplauso de los mismos sometidos. Se
desataba otra tormenta, esta vez, de ilusiones más certeras, de
pasiones con respaldos más honestos, que apaciguaron el polvo de la
derrota original y elevaron la nota de los dueños de las justas
demandas de reparación de los deleznables actos del peor y más
corrupto gobierno de la historia. Se presenta ante los ojos populares el camino hacia una vida mejor, donde se acabe con el impúdico
ultraje de una oligarquía que nunca pudo sacarse el olor a bosta de
sus palabras y sus actos. Se entreabre, por enésima vez, esa puerta
tan escondida por los poderosos, para dejarnos ver que sí es posible
volver a lo mejor de aquellos tiempos donde el castigo del hambre se
combatía hasta casi desaparecerlo, donde los errores cometidos eran
solo producto de la búsqueda de otros caminos para mejores días,
donde ya se podía oler la soñada Justicia Social que se abandonara
tantas veces estando al alcance de nuestras manos. Ahora, cuando ya
nos empujaron hasta el borde de perder el propio sentido de Patria,
tenemos la obligación inequívoca de llenar las urnas que se vienen,
con millones de sueños azules y blancos firmados con las lágrimas
que nos dejaron como única salida de nuestra rabia. Para acabar con
sus pobres riquezas de odios sembrados en estos cuatro años de
afrentas a la historia, arrastrarlos hasta la tumba de sus
vanaglorias malolientes y borrarles para siempre las perversas
sonrisas de sus rostros.
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