Todos
los días las primeras planas de diarios y canales de televisión le
dan prioridad absoluta a los vaivenes del dólar, del “riesgo
País”, de la inflación, de los valores de los intereses que pagan
por las famosas Leliq, de los valores de las acciones bursátiles.
Después, a lo largo de la jornada, supuestos entendidos en la
materia intentarán hacernos comprender cada cifra de acuerdo a los
intereses que defiendan, la mayoría de los casos, congruentes con el
Poder que los sustenta.
Millones
de lectores y televidentes se han acostumbrado a tomar todas esas
referencias financieras como la base para sus decisiones económicas,
dándolas por irrefutables, al haber tomado a los que las comunican
como verdaderos “gurues” que todo lo saben. Influenciados por
semejantes personajes, en la generalidad de los casos, verdaderos
estafadores e inmorales reproductores de lo que los poderosos les
dictan metódicamente para conducir agua (en realidad, dólares) para
sus molinos, caen en esa especie de “virosis” intelectual que los
convierte en voceros gratuitos de esos mensajes sesgados, que solo
buscan sostener la estructura social que permita la reproducción de
las fortunas de los que ya tienen demasiada.
Con
ese simple mecanismo, el Poder se asegura conducir a la sociedad
hacia falsas esperanzas o hacia temores paralizantes, según lo que
les convenga en cada caso, que actúen de barreras para impedir los
cambios que no desean permitir, las variaciones económicas que les
impedirían continuar con semejantes estafas a una población
dominada y atribulada a la vez.
Que
los sectores sociales que poseen capacidad económica, aunque minima,
pero capacidad al fin, para sostenerse con alguna solvencia, adhieran
a esos torcidos mensajes economicistas que guían sus decisiones,
resulta lógico, dada esa permanente actitud reproductora de los
sentidos propios de la oligarquía a la que envidian e intentan
emular. Pero que aquellos que poco o casi nada tienen, que han caído
en la pobreza, también se dejen llevar por esos cantos de sirena
financieros, resulta patético y particularmente peligroso.
Sin
embargo, hasta esa capacidad han tenido estos verdaderos timadores,
auténticos corruptores de conciencias y vaciadores de bolsillos
ajenos, apoderados como están desde hace tiempo de la mayoría de
los medios de comunicación. Con ese arma, mortal para el libre uso
de la razón, han logrado establecer conductas negadoras de sus
condiciones a los pobres, estigmatizadoras de sus benefactores en
otros tiempos, convirtiéndolos en culposos desagradecidos de quienes
les dieron la oportunidad de elevar sus vidas al rango de la dignidad
que no conocían hasta entonces.
Lejos
de todo ese andamiaje economicista y perverso, otros millones pasean
sus miserias entre las miradas esquivas de los atrapados en las
telarañas del dólar, la inflación o el riesgo País. Transitan el
mismo camino, rumbo al mismo destino, pero ya convertidos en lo que
serán los que ahora los miran con aires de superioridad que no
pueden sostener con razonamiento alguno. Habitan los mismos espacios
donde los demás corren desesperados para alcanzar las “zanahorias”
que cada vez les muestran más lejos los vendedores de humos
financieros.
A
pesar de tanta miserabilidad, de tanta oscuridad economicista, de
semejante catarata de palabras huecas, la sociedad parece estar
despertando, abriendo la puerta a otras voces, las olvidadas, las
degradadas, las expulsadas de sus conciencias atrapadas por esa red
de mendacidades que les torció el destino y les condujo hasta el
peor de los infiernos.
Quedan
ahora pocos pasos para alcanzar el picaporte de esa puerta que nos
permita sentir que los errores pueden ser corregidos, que los
horrores pueden ser sancionados, que los odios pueden ser revertidos.
Para que la dignidad se convierta, otra vez, en el derecho que nunca
se debió perder en esa timba financiera, que pretendió ser la tumba
de los viejos sueños de una sociedad justa y solidaria.
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