Por
Roberto Marra
Resulta
“políticamente correcto” decir que no debe haber revancha ante
un triunfo sobre el adversario. Sin embargo, esa palabra es
necesaria. Esa palabra es imprescindible para poder construir
derechos desde abajo, desde las entrañas mismas de los dolores
populares, desde los rincones oscuros a donde somos arrojados cuando
los enemigos nos arrancan cada una de nuestras esperanzas de simples
seres humanos convertidas en políticas de Estado. En ese momento, el
dolor y la resignación suelen ganar las almas de las mayorías
estigmatizadas por el Poder, para regocijo de sus trogloditas
integrantes.
Claro
que es justa la venganza, por supuesto que es sana la revancha, sí
que es necesario el escarmiento. Pero no como ellos desearían, jamás
como lo buscan a través de sus insultos permanentes, de ningún modo
adquiriendo sus mismas cataduras inmorales ni exhibiendo sus
monstruosas actitudes miserables. La justa sanción a los malditos
constructores de toda nuestras desgracias deberá salir de lo más
profundo de nuestros ideales de justicia, para elaborar otro destino
para nuestros sueños, para producir un cimbronazo a la estructura de
los poderosos, para sacudirnos la modorra de la espera silenciosa y
elevar el grito trascendente que sale de las entrañas de un Pueblo
que vuelve a marcar la cancha de su enemigo perpetuo.
La
advertencia está lanzada, el aviso está consumado en votos, el
anuncio de lo inevitable ya fue establecido. No se vienen tiempos de
fáciles pasajes a felicidades caducas, sino de reconstrucciones de
cimientos corroídos por los malsanos hacedores de tanta pobreza
inmerecida. Se acercan momentos de definiciones simples pero
invulnerables. Se vienen horas de elaboraciones conscientes de vidas
mejores para los abandonados, los despedidos, los desvalijados, los
que nunca llegan a fin de mes, los que duermen en los andenes de
viajes a ninguna parte, los que fueron sometidos al escarnio de la
peor de las venganzas de los sucios integrantes de una oligarquía
que nunca nos perdona la persistencia porfiada de “los últimos
setenta años” de luchas por lo que siempre nos quitaron, y siempre
por las malas.
Es
el final de la bifurcación de los caminos, es el cierre de una etapa
donde el espanto se transforme en alegria incontenible, en futuro al
alcance de nuestras decisiones, en fuente de nuevos desafíos, en
llamados de las millones de desgracias que habrán de deshacerse con
el esfuerzo de quienes todavía estamos vivos. Pero también es
tiempo de recordar a los caídos por las balas y el hambre, también
es hora de volver a mirar los ojos de quienes seguirán sin un plato
de comida por las noches, es momento de preparar la nueva vida de los
desarrapados, de vaciar los comedores solidarios y volver a habitar
las cocinas de los platos calientes de las madres.
Ha
llegado el momento de rehacer la Patria. Como tantas veces, como en
cada final de los saqueos consumados por los “republicanos” sin
bandera, como después de cada tiempo vulnerado por los herederos de
los oscuros personajes de una historia mal contada a propósito. Y sí
es la hora de la revancha de un Pueblo sacudido, de la venganza
consumada con la sólida construcción de una Nación embanderada con
sus paradigmas populares, para el escarmiento final de los
fabricantes de todas las desgracias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario