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martes, 23 de julio de 2019

EL DOMINIO DE LOS PEORES

Imagen de "managementhumano.com"
Por Roberto Marra
La megalomanía es una psicopatología que se caracteriza por ilusiónes delirantes de poder, de superioridad, por una exagerada autoestima. Los individuos que la ¿padecen?, si adquieren conocimientos y fortunas, se transforman en seres de niveles de engreimientos insoportables, al tiempo que tratan de manifestarse tan superiores que hasta pueden adoptar costumbres opuestas a las que se esperan de semejantes absolutismos mentales. No es raro, entonces, observar que estos personajes exalten la austeridad como parte de sus atributos de omnipotencia inalcanzables.
Algo de eso hay en cada uno de los oligarcas que se convirtieron en tales por herencia de quienes hicieron el trabajo sucio de la limpieza étnica del siglo XIX. Pero hay mucho más en aquellos que llegaron a acumular alguna fortuna, esos que hinchan sus pechos manifestando que “se hicieron a sí mismos”, que “nadie les regaló nada”, que sus éxitos solo se deben a la proverbial capacidad empresarial de la que son dueños. La meritocracia a su máxima expresión.
No es que no haya algunos que de verdad se prepararon, adquiriendo conocimientos que les permitieron acrecentar sus medios de vida, hasta convertirse en multimillonarios. Algunos descendientes de colonos inmigrantes han logrado semejante “prodigio”, transformando sus viejas posesiones territoriales trabajadas por sus abuelos en enormes estancias de su propiedad.
Lo que siempre cabe preguntarse es de qué modo lograron sus fortunas, como las hicieron crecer, que quedó en el camino de la acumulación de tales millones. Lo cual nos conduce a la necesaria reflexión sobre el sistema económico y social en el que estamos inmersos, ámbito que estos engreídos personajes pretenden haber “domesticado” en base a sus supuestas extraordinarias capacidades, méritos que no tuvieron quienes resultan los “perdedores” en la disputa básica del capitalismo: la distribución de la riqueza.
Los “ganadores” lo son porque lograron prevalecer sobre los “perdedores”, pero no solo en base al mayor conocimiento del sistema para su mejor aprovechamiento individual. Fue una construcción cultural que demandó el sacrificio de millones de compatriotas, la vulneración de todos y cada uno de los preceptos sociales, la construcción de paradigmas deformantes de la realidad humana, que condujeron, lentamente, a la sumisión de los más débiles a los dueños del Poder.
Desde allí, megalómanos o nó, los empoderados por decisión propia, los enervantes propietarios de casi todo, los repulsivos hacedores de pobrezas, los auténticos corruptores de la humanidad, fueron transformados casi en intocables, en seres que adquirieron un invisible escudo contra los vaivenes económicos y financieros, de los cuales salen siempre “bien parados”. Hasta desde los gobiernos populares se los trata como “especiales”, dado el poder acumulado y la enorme capacidad de daño a cuanta política social se pretenda llevar adelante, si es que les afecta sus fortunas.
Cuentan además, estos ensoberbecidos personajes, con la admiración ilimitada de los integrantes de eso que se ha dado en denominar como “mediopelo”, sector social que reproduce, a su manera, las mismas taras de sus “maravillosos” oligarcas. Especie de megalómanos de cabotaje, por sus limitaciones económicas, no cejan en sus empeños denostantes del pobrerío que consideran inferiores y faltos de méritos para que les sean otorgados derechos similares a los que sí suponen que tienen ellos.
Astutos como pocos, los integrantes del Poder han ido comprendiendo la virtud de la dominación psicológica, para lo cual se han apoderado (o asociado) con los propietarios de los medios de comunicación, sumando una fuerza vital a la hora de emprender persecuciones a sus enemigos ideológicos, convirtiendo la política en una guerra de palabras vacías y sinsentidos judiciales, que les saquen del camino de su evolución acumulativa a quienes, aunque más no sea, solo les retarde sus prebendarias acaparaciones materiales.
Influyen, empujan, determinan, señalan, someten, convencen, retuercen la verdad hasta darla vuelta, haciendo de la realidad una paranoica versión de un mundo idealizado por ellos, donde sobreviven los más fuertes, con esa actitud darwiniana que sostiene a todos sus pensamientos. Nos relatan sus vidas como si fueran ejemplares, nos envuelven en sus promesas de futuros en esa imposible “república” donde nadie nunca podrá llegar a vivir. Porque allí estarán ellos, sus “dueños”, que nos harán saber, de la peor manera posible, que somos inferiores. “Sus” inferiores.

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