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Por
Roberto Marra
No
existe en nuestro País una impronta planificadora de los gobiernos,
como no sean los presupuestos que son, además, dibujados con la
solvencia característica de los contadores, hábiles reseñadores de
realidades económico-financieras ficticias. Después de eso, ni
siquiera se terminan aplicando los montos asignados a los rubros
correspondientes, para terminar en un verdadero desquicio de partidas
volando de un ministerio a otro, tratando de cubrir agujeros o de
beneficiar a algún relevante amigo del Poder.
Hay
cosas peores, como inaugurar edificios vacíos, donde lo terminado
solo es la fachada. O hacer discursos autoadjudicándose obras que
hicieron gestiones anteriores o de otro nivel juridisccional. O
realizar re-inauguraciones de trabajos “eternamente” en
construcción, lo cual sería el mejor de los mundos para estos
gestores inescrupulosos, cuyos objetivos no van más allá de
mantenerse en el sitio donde lograron conformar una base pródiga en
beneficios para quienes integran la organización política que los
sustenta.
Todo
esto no implican planificaciones precisas de los movimientos y las
acciones de gobierno en busca de nobles objetivos de desarrollo, sino
de maniobras que buscan seducir a un electorado siempre apremiado por
necesidades y demandante de soluciones que nunca se alcanzan a
terminar del todo, un sistema muy eficaz para reclamar la repetición
de los votos que, les aseguran, harán posibles los finales de todas
sus urgencias.
La
Provincia de Santa Fe es todo un arquetipo en ese sentido. La
consolidación de los actuales gobernantes se basa en esos
movimientos de pinzas entre las necesidades insatisfechas y las
promesas de sus finales siempre inminentes, los cuales serán
posibles solo después de la elecciones correspondientes, siempre y
cuando ellos mismos sean los triunfadores.
Con
la astucia que los caracteriza, han sabido generar un discurso que
intenta colocarse en medio de la distancia que separa eso que llaman
“populismo” y la opción abiertamente oligárquica. En términos
actuales, se podría decir que están parados sobre la “grieta”,
donde en vano intentan mostrarse como quienes podrán “cerrarla”
y así convertirse en adalidades de “una nueva República”.
Herederos
de sentimientos profundamente “gorilas”, entablan relaciones con
lo peor del estáblismenth neoliberal, asentando sus políticas en
los paradigmas dictados por esas verdaderas cloacas intelectuales.
Pero lo presentan como parte de grandes elaboraciones futurísticas,
maquetadas para ofrecer ilusiones de finales felices a corto plazo,
las cuales se correrán, invariablemente, hasta los últimos meses o
días previos al acto electoral.
El
desafío de vencer a estos expertos en el teatro electoralista y el
maquillaje gubernamental, no es tarea que demande simples y suaves
posturas mediáticas a los opositores. Se trata de un reto para
mostrar verdades contundentes con discursos directos, sin medias
tintas obsecuentes con el Poder Real. Es cuando el conocimiento y la
voluntad de cambios reales deben saltar a la vista de quienes esperan
y buscan la alternativa que les modifique de verdad sus vidas
miserables, cansados de ver la enésima inauguración de algún gran
edificio vacío, mientras empujan sus carritos cirujeando basuras
ajenas, como parte del único acto de planeamiento que se viene
cumpliendo sin errores: multiplicar la pobreza y concentrar la
riqueza.
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