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Por
Roberto Marra
No
existe peor cobarde que el que se ensaña con los débiles. El Poder
Judicial está plagado de estos gallináceos personajes, escondidos
detrás de sus fallos fallados, encogidos en los sillones del horror
de la ilegalidad. Jueces arrogantes de apellidos lustrosos y
vergüenzas horrendas, se atreven a determinar la suerte de los
sometidos a esos juicios amañados, inventados métodos de
persecusión política disfrazada de legalismos insustanciales.
Tímidos
ante los poderosos y altaneros frente a los abatidos, clavan sus
bayonetas de injusticias por la espalda, matando la libertad de los
caídos en desgracia por efecto de sus maniobras desdorosas, lejos de
la letra y el espíritu de las leyes a la que estarian obligados a
servir, si no fuera por su nula adhesión a la verdad.
Estos
son los apocados personajes que pretenden matar el ánimo de su peor
rival ideológica del momento, para colmo, heredera de la doctrina
popular que los ha obnubilado de aversión desde hace más de siete
décadas. Es con la persecusión a su hija enferma que desean
aplastar el espíritu de esa mujer indomable, arrastrarla al desánimo
y anular para siempre su liderazgo constructor de la poca esperanza
que queda por encontrar un rumbo certero hacia la dignidad popular.
Atemorizados
por la probabilidad de su regreso, arremeten con sus ataques
furibundos y despiadados, en medio del peor descrédito de la
historia de un “poder judicial” que se hunde en sus enchastres
jurídicos, rodeado de personajes que parecen extraídos de una mala
novela de espías, intrusado por integrantes de un ejecutivo que solo
llegó para asegurar sus ya exageradas fortunas personales.
Claro
que no son todos lo mismo. Por supuesto que existen hombres y mujeres
de honestidades y valentías que intentan amurallar la verdad,
protegerla de las maquinaciones perversas de esos temerosos (y
temibles, por eso mismo) personajes que pretenden juzgar desde sus
arrogancias inescrupulosas. Son aquellos, los íntegros, los leales a
la verdad, los cabales defensores del valor Justicia, los únicos que
podrán barrer las atrocidades y a sus acoquinados autores, del
sitial del privilegio del que se apoderaron por portación de
apellido o por servicios prestados.
El
temor no es asunto solo de los cobardes miembros de este poder
judicial. Es también parte de la lucha del Pueblo en busca de su
destino, siempre atravesados por aquellos en su camino. Es el nudo de
la necesaria acción que acabe con tantos irresolutos empoderados,
con tantos miserables con patentes de jueces y fiscales, con tantos
oscuros diletantes de los poderosos adueñados de sitiales
inmerecidos, siempre al servicio de la mentira, constructores del
terror, engranajes de la maquinaria que genera la muerte anticipada
de millones de valientes que se levantan, cada día, para construir y
re-construir lo que ellos demuelen, siempre escondidos, detrás de
sus cobardías.
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