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martes, 19 de febrero de 2019

PARA MOVER LA MONTAÑA

Imagen de "Nosotros.cl"
Por Roberto Marra
La palabra “convicción” suena a acto de fe, a principios firmes, a certidumbres inalterables. Define la voluntad clara de un individuo de proceder de determinada manera, sin desvios en sus acciones basadas en ideales claros. Las personas que sostienen sus principios, que los defienden ante cualquier circunstancia o contradicción, son siempre más valoradas que las que no lo hacen, que aquellas en las que se ponen de manifiesto dudas e inseguridades derivadas de actitudes especulativas permanentes.
He ahí un método para verificar esa honestidad tan buscada en los políticos, una perfecta vía para evaluar posibles traiciones a sus dichos, un sistema que trasluce intenciones con la simple revisión de sus actividades en funciones anteriores, de sus discursos de años y la correspondencia con los objetivos ofrecidos como alternativas de frente a los actos eleccionarios.
Sin embargo, por extraño que pueda parecer, la ciudadanía suele inclinar sus preferencias por individuos que son manifiestamente enemigos de la lealtad a los ideales o doctrinas que dicen defender. Especuladores por excelencia, saben encontrar el punto débil en las conciencias de los electores, estudian mucho más las subjetividades de la población a la cual dirigen sus mensajes que las necesidades que padecen, sabedores de las reacciones que existen frente a temas que los medios se encargan de poner en el candelero de “lo importante”.
Los “caballitos de batalla” mediáticos elegidos por estos dudosos personajes, terminan por concretar adhesiones mayoritarias, mientras los leales a sus principios son gruesamente denostados por quienes son los sujetos finales de sus mensajes honestos, tirados a la basura del olvido o el rencor sin sentido real alguno.
Los hay en los distintos partidos, estos ejemplares de la traición permanente. Se las arreglan para permanecer en las estructuras políticas gracias a su predicamento en ciertos sectores temerosos de que arrastren electores para otros rincones de la vida política. Corrompen, de esa manera y de forma permanente, las estructuras partidarias, impidiendo la clarificación del espacio y la autenticidad final de lo que se proponga.
Cómplices indudables del Poder, por acción o por omisión, se transforman en la piedra que impide el paso de la clara doctrina que sustente al partido en cuestión. Compañía innecesaria pero pertinaz, empujan hacia el lado contrario de lo que ordene la ideología original del movimiento en el que se encuentren. Buscadores de cobijos económicos y resguardos a sus perfidias, habrán de alterar el curso virtuoso que los honestos pretendan ejercer con sus actos transparentes, ensuciando los procesos de tal manera, que provocarán el rechazo de muchos ciudadanos por sus deliberadas e insidiosas actitudes.
Puede que haya llegado la hora de actuar de forma diferente, siempre desde la honestidad y las convicciones, pero estudiando con detenimiento a la sociedad atravesada por tantas miserias comunicacionales, por tanta perversión empobrecedora de los espíritus. Será necesario convertir los ideales en semillas de ilusiones llamativas, con luces mucho más fuertes que las de los traidores, con promesas de realidades basadas en principios inalterados, pero adornadas con el arte de las palabras transformadas en confianza absoluta. Y en fé. Una fé tan valiente, que sea capaz de mover la montaña de mentiras programadas. Y también a sus autores, los cómplices provocadores del atraso de la historia y del triunfo popular.

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