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lunes, 18 de febrero de 2019

DETRÁS DE LOS BASTONES LARGOS

Imagen de "Venezolana de Televisión"
Por Roberto Marra
La dignidad es una cualidad imposible de adquirir y de mostrar, si no forma parte de la construcción espiritual del individuo. La nobleza del alma, la hidalguía en la conducta ante los demás, el pundonor frente a lo demandado, la integridad y el respeto como actitudes permanentes, solo pueden exhibirlas quienes han sido formados bajo esos valores. No parece ser el caso de las “fuerzas de seguridad” en general que, con las lógicas y esperables excepciones de cada caso, parecen haber sido adiestradas solo como “guardias pretorianas” de los poderosos, ciegos y sordos ante la realidad, alejados de la mínima lógica del respeto a los ciudadanos que los sostienen materialmente.
Portar un arma parece convertir a estos miembros de los cuerpos destinados, supuestamente, al cuidado de la vida y los bienes de cada habitante, en un aliciente para su uso indiscriminado, un factor que despierta sus más bajos instintos, reduciendo dramáticamente su capacidad de discernimiento, generando actitudes ruines, donde la humillación del más débil alcanza un ignominioso nivel de inmoralidad.
El grado de vileza de estos uniformados alcanza los peores registros cuando quienes gobiernan el Estado son los directos representantes del Poder, quienes necesitan de esas fuerzas descarnadas para impedir o ahogar cualquier grado de rebelión frente a la pauperización que provocan, siempre, sus medidas económicas y financieras. Liberados de las mínimas “ataduras” legales, la brutalidad se les despierta con una vehemencia directamente proporcional al odio de clase de sus mandantes, justamente desatada contra personas de las mismas condiciones sociales originales que ellos.
Entonces, sucesos como la represión a productores que pretendían vender a muy bajos precios sus vegetales, como método de protesta frente al abandono absoluto al que se los somete, no debieran debieran servir más que como comprobación de la infamia en la que se sobrevive. La bestialidad ilimitada desatada con saña contra los pobres vendedores y compradores, no hace más que poner en claro la profundización degradante del sistema, con el unico objetivo de garantizar la extracción de las últimas gotas de sudor (y sangre, literalmente) de quienes trabajan y producen, y también de quienes ya no pueden hacerlo por imperio del perverso plan de destrucción y entrega de la Nación.
Cuando la vida vale menos que un pimiento o una berenjena, cuando acallar las voces de protesta se torna imprescindible para la continuidad de la maldad insolente instalada en la Rosada, cuando apalear a un ciudadano o ciudadana se convierte en aberrante cotidianeidad, cuando las palabras no alcanzan a describir la abyección de los actos degradantes de policías y gendarmes, cuando la canalla mediática repite sus infamias a cada minuto, reconfigurando consciencias a la medida de los poderosos, entonces la salida se estrecha, los caminos se hacen sinuosos y escarpados y se vislumbran tiempos de violencias mayores, donde la razón deja de prevalecer y el respeto a la condición humana se convierte en letra muerta, atontada a golpes de bastones cada vez más largos de una injusticia que se consagra en tribunales tan rastreros como la rancia oligarquía que les sigue proveyendo de jueces olvidados de las leyes.
E piu si muove”, dijo Galileo. Se mueve la esperanza del regreso de los buenos tiempos de dignidad e integridad moral, del arribo a nuevos caminos que confluyan en la puerta de una nueva historia sin bastones ni furias desatadas, de la comprensión de una realidad tergiversada por el enemigo, temeroso eterno del Pueblo que sabrá, tarde o temprano, culminar con la tarea abandonada tras los viles pasos de sueños que nacieron muertos.

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