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jueves, 21 de febrero de 2019

EL PELIGRO DE LOS EGÓLATRAS

Por Roberto Marra
Ya casi como un acto reflejo, se siguen inventando candidatos cuando se acercan las elecciones. Pasa en todos los niveles, nacional, provincial y local. Se trata, primordialmente, de armar una oferta que se pueda “vender” fácilmente, como esas oportunidades de supermercado, como un “2x1” politiquero. Se busca una cara agradable, un conocimiento masivo, una posición ambivalente, una pizca de falsa solidaridad de dádiva, bastante de sonrisa televisiva y mucho de hipocresía disfrazada de “preocupación por la pobreza”.
Con esos simples y harto conocidos ingredientes, se prepara la receta de la repetición electoral, la falsa muestra de cambios sin cambios, la promesa de renovaciones circulares, el regreso hacia donde nunca se salió, recalculando la oportunidad frente a las dudas multiplicadas de los inermes ciudadanos, que tienden a confiar en la vieja oferta disfrazada de novedad, con la inestimable ayuda del sistema mediático repleto de pautas que aceitan sus opiniones obsecuentes.
Y está la soberbia, la ridícula impostación de quienes se creen más de lo que son y están convencidos de saberes superiores, gracias a los aduladores que se refriegan en el palenque que les asegure la prebenda de un cargo jugosamente remunerado. Desde allí arriba, desde la creencia de superioridades imposibles, desde la atalaya de un castillo de naipes, expresan sesgadas opiniones sobre sus rivales de la interna, menospreciando sus valores, asegurando capacidades heredadas no se sabe de donde ni por qué, motivando divisiones innecesarias entre sectores que buscan casi lo mismo, pero donde prevalece lo individual frente a los intereses colectivos.
Insólitamente, se habla de buscar la unidad, pero dejando en claro que se es la única persona capaz de conducirla. Una unidad mal nacida, maltrecha desde su origen, promotora de desgajamientos imperdonables, en busca de acomodos personales, abandonando sin tapujos la esperanza primaria de los ilusionados electores, que ven un atisbo de certezas construídas desde el imaginario de esa confluencia de diversidades.
Tal vez crean realmente ser la única opción valedera, estos impostados oferentes de candidaturas. Puede ser que se sientan, de verdad, más capaces que otros para conducir la carreta y acomodar los zapallos. Es posible que no adviertan la profundidad del fangal donde se están introduciendo, que sean incapaces de retroceder ante la probable caída frente a sus rivales ideológicos, privilegiando sus actitudes ególatras, abortando los sueños de millones, todo por seguir sordos ante la realidad que los atraviesa con sus gritos de dolores populares irredentos.
En esas actitudes está la verdad de sus capacidades empobrecidas, ahí se muestra la talla de sus saberes, con esos actos se aclara el panorama de sus inutilidades para enfrentar enemigos capaces hasta de matar por la acumulación de sus beneficios. Anticipan, desde sus vanidades sin demasiado sustento, el resultado perdidoso para las mayorías que, por enésima vez, confiarán en los viejos verdugos con caras renovadas antes que en las promesas de individuos engreídos incapaces de acordar con sus propios colegas ideológicos.
Con esos componentes se están mostrando quienes, a priori, parecen merecer las mayores adhesiones populares, promoviendo más dudas que certezas, muchas más divergencias que confluencias, justo cuando la realidad está caminando por encima de todos, aplastando los últimos vestigios de humanidad que sostienen a una sociedad desguarnecida, arrasada por el huracán conservador que destruye bienes y almas buenas de un Pueblo que solo busca, como siempre, una puerta que se abra a esperanzas ciertas y honestas, que iluminen el duro camino de la reconstrucción de lo que, aquí también, se hizo añicos en nombre del horroroso mundo de la fantasia “neoliberal”.

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