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lunes, 25 de febrero de 2019

DISFRACES ELECTORALES

Imagen de "ADN Río Negro"
Por Roberto Marra
Si hay algo en lo cual el Poder ha sabido manejarse con precisión, es en la generación de imaginarios populares afines a sus intereses, pero camuflados con discursos basados en el conocimiento real de las subjetividades a quienes se les dirigen los mensajes. El increíble éxito de las formulaciones paradigmáticas que realizan, están siempre precedidas de acumulaciones de pequeños ensayos mediáticos que van horadando la “piedra” cerebral de los “espectadores”, hasta convertir ese mar de inconsistencias en certezas irrevocables, aún para los más sagaces y profundos estudiosos cientistas sociales.
Tanta es la penetración cultural, tanta es la generalización de esos modelos de pensamiento, que hasta los propios enemigos ideológicos de quienes las plantean terminan por adoptar lenguajes y actitudes semejantes a ellos. Como si se tratara de una red de caminos que confluyen en una misma autopista, se acaba por ceder tanto ideario para hacer subir cada vez más “gente” al “colectivo” que se pretende conducir a la posibilidad de recambio institucional virtuoso, que se termina por olvidar (o al menos, posponer) las razones primigenias que dieron origen a la necesidad que los convocó.
Con un raro sentido del significado de la palabra “unidad”, confundida siempre con la de similar raiz semántica, “unión”, se conforman extraños amontonamientos de personajes políticos de extracciones que poco tienen que ver entre sí, sobre todo en las definiciones que resultan imprescindibles para determinar el carácter de lo ofrecido como confrontativo con quienes son los enemigos del Pueblo.
Con lenguajes lavados, superficiales definiciones de las necesidades, acentuaciones en el tratamiento de los temas que el Poder quiere y determina que se hable, gracias al dominio de los sujetos mediante la cultura de la idiotización masiva, los candidatos se presentan como “diferentes” a los actuales, pero se disfrazan con los mismos ropajes discursivos, se arropan con las mismas taras convertidas en certezas por los medios hegemónicos y se postergan, indefinidamente, las propuestas de los cambios que de verdad se necesitan.
Los políticos en cuestión apuntan siempre la necesidad prioritaria de desplazar de los gobiernos a las maquinarias oxidadas pero todavía eficaces de la oligarquía. Y les cabe la razón en la importancia de hacerlo lo más pronto posible, dada los profundos padecimientos generados por la aplicación de programas tan antipopulares. Sin embargo, faltan y sobran razones para dudar de la efectividad de los resultados consecuentes.
Falta participación real de los ciudadanos en la determinación de los candidatos. No en la simple votación en una interna de las opciones preconcebidas desde pequeños grupos engreídos de capacidades nunca demostradas de verdad. Una participación que impliquen debates horizontales donde se elaboren las líneas de acción y se autentifiquen las aptitudes y los potenciales de los que pretendan ser representantes. A partir de allí, con el programa escrito por los mismos militantes, cabe el paso a la acción de ejecución vertical de lo decidido.
Sobran soberbias y subterfugios que anulan esas posibilidades de intervención popular. Algunas veces por temores sinceros a un “debatismo” que postegue decisiones imperiosas. Otras, por ambiciones nunca explicitadas de frente, sino ocultas tras una sarta de evasivas disfrazadas de “oportunidad”, de tiempos de “no hablar de ciertas cosas”, todos modos de los oportunistas para que no se les quite del medio.
Entonces llegan los tiempos electorales, se amontonan los parecidos en uniones transitorias y se conforman espacios “unitarios” entre las cúpulas partidarias. El regreso al punto de partida de este anillo de oportunidades perdidas detrás de los seguidismos a los falsos paradigmas inventados por el enemigo del pueblo. Personajes extraídos de oscuras historias recientes, logran colarse como las caras “suavizadas” del “populismo”, para intentar convencer a un electorado martillado con falsas verdades consagradas como absolutas.
Las medias tintas nunca fueron exitosas. La mitad justa no existe, como no existe el punto medio de nada. Porque un punto es infinitamente pequeño como para situarse sobre él, lo cual explica la inutilidad de los discursos “centristas” de los politiqueros que no son otra cosa que los mismos que sus protectores del poder, que saben buscar opciones menos gravosas para sus intereses que las posibles acciones de los gobiernos populares.
Pero allí están, nuevamente, los de siempre, renovando sus estudiadas poses televisivas, apuntando sus cañones a temas que les imponen los poderosos, manifestando divergencias con los líderes más consecuentes con sus ideologías, invitando a la opción menos mala, retrasando la historia en nombre de la gobernabilidad u otras sandeces por el estilo. Cerca de la “gente”, dicen, pero alejados de lo popular. Apostando a maniobrar con habilidad ante el marasmo que les espera al frente de los gobiernos que tal vez (solo tal vez) logren alcanzar. Aplazando otra vez la destrucción de la tiranía, para convertirse solo en el reemplazo del tirano.

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