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viernes, 24 de agosto de 2018

LA EDUCACIÓN, EN LA CALLE

Imagen de "El País"
Por Roberto Marra
Muchas veces hemos escuchado esa frase que se expresa como resúmen de una soberbia del desconocimiento de la educación formal, que habla de la “universidad de la calle”. Especie de caballito de batalla de quienes se autoasumen como poseedores de ciertas superioridades en virtud de la sumatoria de sus experiencias cotidianas, suele expresar también un desdén hacia quienes pasan o han pasado por las aulas de las universidades, las de los grandes edificios y multitudes de estudiantes, las hacedoras de profesionales e investigadores, primigenios ámbitos de reflexión sobre pasado, presente y futuro de la sociedad y su desarrollo.
Es que la educación es un mérito caído en desgracia, atravesado por la espada de la desidia y el desprecio de los poderosos, necesitados siempre de ignorantes y brutos para facilitar sus dominios. No es demasiado difícil advertir la desintegración del sistema educativo argentino desde la llegada de estos cajetillas conservadores, expresión última de un proceso del histórico bombardeo hacia las instituciones públicas que pretenden desasnar a la población para hacerla menos vulnerable a las decisiones de un Poder que no se limita a la destrucción del presente, sino que intenta asegurar su propio futuro destruyendo el de las mayorías populares.
Entonces aparecen las no-políticas universitarias, basadas en premisas de menosprecio del saber, en la arrogancia del dinero negado, en el abandono del conocimiento como objetivo básico para el desarrollo nacional, en la prístina claridad del concepto de educación de clase de la gobernadora sonriente y su repugnante expulsión de los pobres de la educación universitaria, aunque no solo de ella.
Nada que presuma la necesidad educativa está siendo tenida en cuenta en este des-gobierno de lacayos del imperio. Nada que huela a conocimiento puede ser aceptado por esta mafia enquistada en los poderes públicos para sostener un único y deleznable objetivo: la acumulación de riquezas propias a costa de la eliminación de los derechos más elementales para el progreso real de una sociedad.
Junto con el abandono de las universidades a destinos más que oscuros, aseguran el fin de las investigaciones que desde sus aulas se fueron generando a lo largo de nuestra rica historia científica. No necesitan más que recortar presupuestos, además de sub-ejecutarlos, para arrodillar a la ciencia nacional ante el poderoso dominio extranjero, allí donde el conocimiento sí vale, y mucho.
Las calles cubiertas de docentes y estudiantes reclamando el derecho a saber algo más que lo que ellas pueden enseñar en su diario trajinar, son ignoradas por los “maestros” del des-conocimiento, los oligopólicos medios de in-comunicación, que punzan la brutalidad ciudadana con agujas que inyectan mayores ignorancias, convenciendo a los distraídos de lo superfluo de la educación, de lo innecesario de su mantenimiento estatal y, al fin, de lo imprescindible de su privatización.
La altivez de los brutos con poder se manifiesta una vez más. Sus maniobras distractivas con fotocopias de cuadernos y allanamientos inverosímiles, son solo un recurso más hacia la meta desaparecedora de la nacionalidad misma. La rapiña miserable desatada a través del endeudamiento es lo que, de verdad, cuenta para ellos. Aseguran su poder omnímodo para cuando ya no estén a cargo de la administración del Estado, dejando un polvorín listo para estallar al menor atisbo de intentos de justicia social.
Estarán para entonces felices los defensores de la “universidad de la calle”, ya sin competencia real por efecto de la desaparición del saber de las aulas. Gozarán con la mediocridad fabricada para eliminar rebeldías. Brindarán junto a los hacedores de tanta ruindad, los dueños de todas las maldades sociales, los cómplices abyectos del imperio, los sicarios de la dictadura de la ignorancia entronada en un Poder, que solo podrá ser conquistado cuando la brutalidad sea aplastada por un Pueblo empoderado del conocimiento, que ahora le están robando.

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