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lunes, 27 de agosto de 2018

EL ULTRAJE AGRARIO

Imagen de "agrositio.com"
Por Roberto Marra
La estructura agraria forma parte del sistema que ha posibilitado, desde hace más de cien años, el crecimiento de la desigualdad social y de la pobreza extrema en Argentina. La apropiación de las tierras por parte de un grupo de delincuentes disfrazados de liberadores de malones de indios y proveedores de civilización, trajo la conformación de una oligarquía latifundista que sufrimos hasta nuestros días. Por el otro lado, generó la pauperización de los que sobrevivieron al genocidio étnico perpetrado, condenándolos al ostracismo civil dentro de su propio territorio, parias de un tiempo donde comenzó el relato de una historia amañada por los intereses de los imperios y sus sirvientes locales.
Esa división territorial ladrona de identidad y de pasado, logró que se fuera admitiendo por el resto de la población (por entonces, mayoritariamente inmigrante europea) que nada ni nadie podría ya cambiar esa estructura, afirmando en el tiempo su predominio en las conciencias de los habitantes de una Nación que poco tenía de eso, sino más bien de sumatoria forzosa de símbolos que se impusieron como parte de una identidad de papel glacé, de revista escolar para niños, de figuras de mármol y bronce que nunca fueron lo que se dijo de ellos.
Con sus lógicas adecuaciones a los vaivenes políticos que se fueron dando, con las temibles costumbres de todo dominador de lo absoluto, apenas rozados algunos de sus intereses por la acción distributiva de los gobiernos populares, estallaron sus “rebeldías” atronadoras de escarmientos con nuevas formas de genocidios, con renovados espíritus perversos, para acabar con cada uno de los avances sociales que se pudieran haber realizado en esos tiempos felices donde pudo conocerse algo de eso que se llama justicia social.
Hoy, cuando la restauración conservadora está pasando el rastrillo económico por el territorio que considera de su exclusivo dominio, ese sistema odioso y odiador se ha apoderado nuevamente de casi todo. Esta vez la llegada al poder político fue directa, sin intermediarios, gracias al previo lavado de cerebros mediático y al dulce puesto frente a las narices de los odiadores eternos de los descendientes (por pobres) de aquellos originarios aplastados por las tropas pagadas por los nacientes latifundistas.
Ya entonces, desde su irrupción a sangre, fuego y alambrados, les fue necesaria la creación de otro aparato burocrático fundamental: el poder judicial. Allí pusieron a conducirlo a sus descendientes y amigos, para generar una casta de funcionarios eternos, de apellidos lustrosos y oscuridades morales infinitas. “Hacete amigo del juez”, decía el contra-personaje de Martín Fierro, poniendo blanco sobre negro la relación que desde entonces tendría ese poder con la población sin “abolengo”.
Ahora mismo, sus oscuros descendientes están haciendo de las suyas, arbitrando medidas que desdicen las leyes y aplastan su propia constitución, aquella que les sirvió también para asegurarse su predominio estructural. Continúan con sus andanzas leguleyas al servicio de quienes les aseguran su continuidad, siempre y cuando cumplan con la labor hiriente hacia sus enemigos ideológicos y produzca la sensación temerosa de la ciudadanía sobre la imposibilidad de rebelarse contra ellos.
La vieja forma de apropiación forzada de tierra continúa siendo un modo casi “normal” para expulsar a los más débiles integrantes de esa estructura agraria centenaria. Los pocos reductos rurales donde residen los últimos descendientes de las otrora orgullosas etnias originarias, o los campos cuyos propietarios son auténticos labradores, campesinos de verdad, trabajadores reales de sus tierras, son avasallados con tramoyas jurídicas preparadas con la complicidad de jueces, fiscales y también muchos diputados y senadores, que ofician de garantes de este sistema oprobioso de exacción territorial.
Invaden, desconocen títulos originales, asesinan sin piedad los principios “republicanos” que no se cansan de poner al frente de sus discursos falseadores de la realidad. Oprimen, torturan y matan, olvidándose de represalias que nunca llegarán, gracias a sus socios tribunalicios, mientras la ciudadanía mira para otro lado, ocupada más bien en soportar la poca vida que le dejan vivir. Siguen la línea de los martines de hoz, los menendez behety, de los pinedo y todos sus descendientes similares, con sus sociedades rurales destituyentes de gobiernos populares y sostenes invariables de dictaduras asesinas.
Parece haber entonces un único camino para terminar con semejante oprobio. No puede existir otra salida que acabar de raiz con el dominio de estos sucios ocupantes de “nuestras” tierras y sus pérfidos cómplices. “Nuestras” en el sentido originario y patriótico de esa palabra, que nos mal-acostumbramos a usar solo con el criterio de propiedad privada. “Nuestras”, para reconsiderar la historia recorrida, barrer con las injusticias territoriales y expulsar a los saqueadores del dominio absoluto desde sus orígenes. “Nuestras”, para empezar a ser una Nación con desarrollo generalizado y virtuoso, donde la felicidad no sea, nunca más, el privilegio de la casta de cobardes ladrones de esperanzas que la secuestraron para su exclusivo goce y usufructo. Y para que paguen, por fin, todos sus ultrajes.

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