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El
sueño macrista lo está logrando su símil ecuatoriano. Tal como
aquí, allá se impuso la pesadilla de la mentira como arma de
destrucción masiva de realidades. La persecución hacia el líder de
la Revolución Ciudadana fue rápidamente iniciada por ese monstruo
sobre ruedas que hace de la traición su paradigma y del regreso al
pasado su horizonte. Y acompañado por jueces amañados y apoyado por
el imperio a través de sus conspicuos sirvientes locales, está
llegando al objetivo para el cual se colocó hábilmente para llegar
al gobierno y suceder a quien fuera su compañero hasta no hace casi
nada.
Ya
logró la orden para que detengan a Rafael Correa. Ya colocó a uno
de los mejores presidentes de todas las épocas en Sudamérica en el
banquillo de los acusados de corrupción, la palabrita mágica que
desata venganzas de clase y obnubila a los antiguos votantes del
ahora perseguido judicial. Ya arribó a su meta primigenia, la que
ocultó tras la máscara de la peor de las falsías, la que supo
enterrar en su sucia mentalidad pusilánime, esa que llevaba en su
alma podrida por ansias de poder, sin otro destino que su orgullo de
alevoso infiel.
Las
órdenes del Imperio se cumplen a rajatabla por estos gobiernos
serviles. Los poderes judiciales de todos los países del continente
están atravesados por los intereses de una oligarquía que se
apoderó de ellos para asegurarse que todo pueda cambiar, menos sus
presencias antipopulares al frente de la vigilancia y el castigo a
los desvíos de las rutas señaladas por las corporaciones
transnacionales.
Ya
apresado Lula, perseguida por años Cristina con la amenaza de su
inminente detención, destituida Dilma con métodos golpistas,
hostigado como nadie el gobierno de Maduro, acosado Evo con historias
e hijos falsos, ahora Correa es el atosigado por el Poder Mundial
encargado de congelar esperanzas y sueños populares, para continuar
con su saña expoliadora sin la presencia de los molestos límites
que estos líderes les impusieron, cada uno a su manera.
Urge
la reacción de los buenos de esta Patria Grande desmembrada. Se
impone repensar los métodos de lucha y construir unidades sólidas
entre los auténticos defensores de los días perdidos en la historia
fresca del comienzo de este siglo. Es preciso coordinar acciones para
impedir más retrocesos. Resulta imprescindible resguardar a los
líderes honestos, blindando sus defensas con algo más que palabras,
porque la bestia imperial desatada está recorriendo Nuestra América
para acabar, incluso, con sus vidas.
No
se caerán solos estos traidores y advenedizos. No se irán sin el
empujón de los Pueblos organizados con programas precisos, donde los
hombres y las mujeres vuelvan a ser el centro de la Política, esa
que se escribe así, con mayúscula, la que se impondrá solo por la
acción coordinada y pensante de ciudadanos empoderados por sus
conciencias liberadas.
Y no
será posible hacerlo sin recordar el sacrificio que costó llegar a
aquellos momentos de felicidad popular que nos brindaron estos
hombres y mujeres diferentes, únicos y únicas, herencias de otros
similares de épocas lejanas pero inolvidables, base histórica
ineludible para retomar el camino perdido hacia una prosperidad que,
parecía, ya estaba al alcance de nuestras manos.
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