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“La
escuela de la vida”, “la universidad de la calle”, son frases
repetidas para dar a entender que hay otro tipo de educación, no
formal, por fuera de la que se dicta en las aulas de las
instituciones creadas para ese fin. Y, de acuerdo a las repetidas
acciones (o inacciones) que los neoliberales ejecutan cada vez que
acceden a los gobiernos, parece que ese será el destino de las
mayorías. La educación, para estos trogloditas de la política, no
es un derecho ni una necesidad, sino otro más de los bienes de
consumo que “el mercado” debe manejar a su antojo.
Nada
importa, para estos banales invasores de bolsillos y conciencias, a
la hora de contabilizar ganancias para sus corporaciones nutridas de
gerentes educados en fastuosos colegios privados, donde los títulos
pueden obtenerse por estudio o... por otros medios. Allí aprenden el
perverso arte del engaño y la mentira institucional, la importancia
de la negación permanente y el absoluto desprecio de clase con el
que llevarán adelante sus engendros politiqueros.
El
conflicto con los actores principales de los procesos educativos es
permanente en cualquier gobierno de estas orientaciones ideológicas.
Esto no sucede solo por lo mercantilista de sus posiciones
ideológicas, sino por lo imprescindible de la ignorancia
generalizada para facilitar el dominio de la sociedad.
Los
docentes son los enemigos en esta guerra al conocimiento popular que
desatan cada vez que gobiernan. Pero son, muchos de ellos, parte de
esa sociedad subyugada por el Poder, creídos de un privilegio al que
nunca acceden, hipnotizados por los mensajes despreciativos hacia los
sectores empobrecidos con los que están destinados a padecer juntos
el destrato y el abandono.
Como
obvia es la necesidad del Poder por impedir el acceso a la educación
de las mayorías, obvia es la urgencia por esclarecer y luchar para
que no se concrete esa aberración social. Claro que, con sus letales
armas mediáticas, los gerentes del poder tienen aseguradas muchas
batallas ganadas antes que terminen sus mandatos no mandados.
Ese
otro método de aprendizaje social, tan extraordinario por sus
capacidades de influencias masivas y permanentes, es el predilecto de
los energúmenos que nos dominan. Es el que posibilitó su acceso al
gobierno, degradó las conciencias populares y avasalló las
instituciones que tanto dicen defender, aunque solo de la “horda
populista”.
Olvidados
ya los tres mil jardines de infantes prometidos en campaña,
abandonadas por completo las escuelas primarias y secundarias,
escarnecidas hasta la repugnancia las universidades de acceso popular
por la “gobernadora feliz”, solo queda el camino de los palos a
los docentes que se atreven a pedir por sus derechos y los de los
niños y jóvenes, destinatarios últimos de sus esfuerzos casi
sobrenaturales en algunos casos.
Nada
ni nadie hará cambiar los objetivos de esta raza de saqueadores
seriales. Nada podrá llegarles al corazón, porque no lo tienen. No
se trata de políticas erradas ni de resultados adversos a sus falsas
intenciones pre-electorales. Son vulgares estafadores con ínfulas de
“estadistas” de país bananero. Son virreyes de un imperio
decadente que les solicita cada una de sus maldades, con el único
destinatario posible: el Pueblo.
Y no
será sino el propio Pueblo quien podrá terminar con semejante
oprobio y decadencia moral, cuando se quite de una vez las vendas del
engaño fácil y las cadenas de la naturalización de la desgracia,
aplicando lo que la “escuela de la vida miserable” y la
“universidad de la calle en lucha” le ha enseñado a lo largo de
tantos años. Entonces sí, la educación podrá volver a ser la base
del futuro que perdimos y estaba allí nomás, casi al alcance de las
manos.
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