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Cepo
o no cepo, esa es la cuestión. Con esta paráfrasis
“shakespeareana”, se podría abordar el tema que tanto ha
conmovido a la ciudadanía desde la aplicación de este mecanismo
económico, gracias a la ímproba labor comunicacional de la otrora
oposición, hoy oficialismo, en Argentina.
Habría
que comenzar por dilucidar si resulta válido el nombre impuesto por
los dueños de la verdad televisada, habida cuenta que se trataba
solo de un instrumento que, con mayor o menor éxito, intentaba
resguardar la salida masiva de divisas extranjeras hacia el exterior,
considerando la escasez de las mismas y las dificultades históricas
para su obtención. No formaba parte de ninguna exacción, no se le
quitaba a nadie sus ahorros ni se les impedía utilizarlos de otras
maneras. Simplemente se trataba de evitar el sangrado permanente
(fatal para nuestras finanzas) de esas divisas.
Sin
embargo, la palabra cepo se transformó en el “caballito de
batalla” de los neoliberales al ataque. Negadores absolutos de
cuanta regulación se pueda ejercer desde el Estado hacia sus
libertades (para quedarse con los beneficios de los esfuerzos ajenos,
siempre), sus “economistas estrellas” paseaban sus furibundos
discursos por sus medios de masividades robadas, hasta instalar en
las débiles conciencias del mediopelo con ínfulas de oligarcas de
cuarta, los tremendos daños que les causaba semejante elemento de
“tortura monetaria”.
Ahora,
cuando arrecia la famosa “tormenta” que atormenta al presidente
que baja las (band...) velas de su decadente fragata financiera,
vuelven a utilizar aquel paradigmático verso “cepoliano” para
justificar la necesidad de ahondar en nuestras pobrezas y satisfacer
los deseos de quienes han venido a “socorrernos desinteresadamente”
desde el Fondo, no el de los mares donde navega la supuesta nave del
olvido patriótico, sino de ese que nos viene hundiendo hace más de
seis décadas.
Nos
siguen hablando del “ocultamiento” de la inflación detrás del
famoso cepo, razón por la cual se ven “obligados” a tomar estas
medidas “dolorosas pero imprescindibles” (para sus objetivos de
destrucción de cualquier signo de justicia social). Por increíble
que parezca, estos embaucadores seriales defienden los aumentos
delirantes de las tarifas de los servicios públicos, con la disculpa
fabulada de lo que llaman “tarifas atrasadas”, cosa que otros que
ofician de supuestos opositores al actual (des)gobierno también
sostienen.
Imposibilitados
de comprender lo que significa una Sociedad, sus “brillantes”
cerebros economicistas siempre abordan los problemas desde teorías
sin respaldo de éxito alguno a lo largo de la historia de sus
aplicaciones. Con el alucinante verso complementario de la “necesidad
de corregir las tarifas para atacar la inflación”, nos venden un
programa de insoportables recortes de beneficios que se sustentaban
en base a subsidios, la otra palabra que odian estos financistas de
la verba insuflada de odios antipopulares incontenibles.
Los
números deben “cerrar” convenientemente para los dueños de la
economía y las finanzas, aún cuando de eso se desprenda la
destrucción de la vida de millones de seres humanos, que para ellos
son simples tachaduras en el inmoral “libro de contabilidad” de
la ignominia. Solo les importa cerrar los balances entre debes y
haberes manchados de miserias y muertes tempranas. Esas son las
únicas columnas que sostienen este frágil edificio neoliberal,
levantado con ladrillos de mentiras y argamasa de argumentos sin
sustento real, apuntalado con otro tipo de cepo, uno que sujeta las
mentalidades de los pusilánimes y alimenta las razones de los
traidores.
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