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jueves, 14 de junio de 2018

EL MUNDIAL DE SU VIDA

Por Roberto Marra
Esa noche casi ni durmió. Cerraba los ojos para intentar relajarse, pero no podía. Daba vueltas y vueltas sin encontrar comodidad nunca, mientras pasaban la horas. Antes que sonara el despertador, ya estaba en pie. Se duchó, se puso el buzo y esperó que los demás despertaran. No tardaron tanto, porque no había sido demasiado diferente que la suya la noche, para ellos.
Fueron al comedor a desayunar, mientras se cruzaban algunas pocas palabras. Con bromas intentaron distenderse, mientras tragaban nerviosos los alimentos. Después, para esperar la hora de salida, la mayoría fue al salón de juegos. Él prefirió caminar solo por el campo de juego que había cerca de las habitaciones, bajo un amanecer tibio, con el sol todavía detrás de los árboles que rodeaba el hotel.
Mientras andaba sobre el césped húmedo por el rocío matinal, comenzó a recordar cada palabra del entrenador. Imágenes de pizarrones con las tácticas de juego, videos de los partidos de los rivales, charlas grupales entre los que se disputaban el mismo puesto en el equipo, todo daba vueltas en el carrousel del pensamiento fijo que lo atormentaba: ¿sería capaz de cumplir con todo lo que se le pedía? ¿estaría a la altura de las necesidades?
Rememoró aquel día, que le pareció tan lejano, cuando el técnico le dijo el ansiado: -entrá vos ahora, pibe- Allí empezó la ilusión. Ahora estaba frente a ese momento que lo mantuvo esperanzado tantos años, casi desde que puso sus pies a andar en el piso de tierra del ranchito que lo vio llegar a este mundo. En medio de la pobreza, supo de noches de matecocido y pan como único alimento. Las zapatillas raídas le acompañaron en su paso por la escuela donde lo cubrieron con el saber que armó sus deseos de vidas mejores.
Enseguida se destacó entre los compañeros por su habilidad con la pelota, y el maestro fue quien lo llevó hasta el club donde se ganó enseguida la confianza de todos, luciéndose frente a cualquier rival. No se olvidó nunca de su entrenador de entonces, que fue quien lo acompañó a la ciudad para probarse en el primer club grande. Su talento hizo el resto, llevándose por delante el futuro a fuerza de goles y pases casi mágicos.
Su sueño ya estaba cumplido, creyó, cuando pudo comprarle la casa a sus padres. Pero la gloria, todavía estaba buscándolo. Lo encontró el día que lo convocaron para la selección, el instante portentoso que le marcó otro casillero de sus deseos cumplidos. Y ahí estaba ahora, en ese extraño país, subido al ómnibus de la delegación, llegando al estadio donde debutaría en un Mundial.
Flashes, micrófonos, cámaras, gritos, palmadas, todo eran un murmullo que no comprendía. El vestuario, la charla del técnico, las exigencias y las motivaciones, todo se resumía en un corazón que no podía ya contener en su pecho. Al fin, el llamado a la salida y la larga caminata en fila hacia esa luz que parecía rugir.
Al emerger del túnel y pisar el césped, le pareció, por un instante, regresar al viejo patio de tierra de su ranchito, cuando después de dejarse hacer un gol, su padre lo abrazaba y le decía: -¡vas a ser un Maradona!- Cuando sonó el silbato y patear la pelota por primera vez, supo que podría o no triunfar en este Mundial, pero el otro, el de la vida, ya lo había ganado hace tiempo.

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