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lunes, 9 de abril de 2018

NO OLVIDAR, PARA NO PERDONAR

Imagen de "Nac&Pop"
Por Roberto Marra

Curiosamente, algunos de quienes, aquí en Argentina, ponen permanentes dudas sobre la honestidad de Néstor y Cristina, alaban al líder brasileño encarcelado en base a una decisión política de los facistas que se apoderaron de la estructura gubernamental de esa Nación. Hacen malabares para separar ideológicamente a los gobiernos populares que nacieron en los albores de este siglo en Nuestra América, tratando de mostrar afinidad con Lula y defenestrando a los demás líderes del famoso “cambio de época”, como alguna vez sentenció Correa.
Mientras tanto, desde un sector de la autodenominada “izquierda”, acostumbrados a vivir de la negación permanente como método para hacerse notar, son más tajantes en sus definiciones, pretendiendo mostrar a Lula y todos los demás Presidentes populares como cómplices corruptos del Poder, como enemigos del Pueblo, como simples engranajes de la continuidad capitalista en contra de los trabajadores.
Están también aquellos que no están ni con unos ni con los otros, impolutos personajes que hablan desde alturas intelectuales pretendidamente inaccesibles, agentes de lo antipolítico llevado al extremo de la sinrazón, tratando de destruir cualquier mínima aceptación de los éxitos de los proyectos “populistas”, degradando hasta la condición humana de sus representantes, aseverando lo que no pueden demostrar y afirmando lo que jamás se hizo como cierto.
El plan de los poderosos está resultando. Con la impagable (pero bien paga) colaboración mediática, han logrado lo que nunca en otros tiempos históricos, esta vez con la rapidez que la tecnología comunicacional actual les posibilita. En el fondo, nada ha variado respecto a lo hecho en otras épocas de restauración conservadora, pero llama la atención el nivel actual de estupidización de las mayorías, capaces de votar a sus enemigos para sentirse parte de lo que nunca serán.
Es que si hay una deuda de estos años de felicidades palpables, de derechos renovados, de inclusiones con futuros de desarrollo social justo, es la de no haber creado las condiciones para la concientización mayoritaria en base al entendimiento de la realidad y sus necesidades organizativas para la defensa de lo conquistado.
Todo lo que se intentó fue siendo minado por los enemigos, enquistados en la estructura económica y también en el Estado. Florecieron los “topos” y los “internistas”, infiltraciones de odios preparados para saltar a la yugular del Pueblo, empoderado pero desorganizado. Con la tenacidad propia de los diferentes, de los elegidos por la historia, los líderes pudieron hacer más de lo que el Poder podía imaginarse, pero no bastó.
Sin ser lo único, lo comunicacional brilló por la ausencia de planes alternativos a los de la simple creación de leyes que se empantanaron en los barros jurídicos, la otra pata fundamental de la que se sirvieron los enemigos para acabar con las experiencias populares. Poderes judiciales conformados por los más auténticos representantes de la oligarquías de cada uno de nuestros países, fueron destruyendo desde adentro de las estructuras estatales los avances que se iban realizando.
Pero los tiempos del llanto han terminado. Las horas de los lamentos deben finalizar. Es momento de la reorganización, es cuando los esclarecidos deben tomar las riendas del carro de las verdades escamoteadas, arrojadas al escarnio televisado de las falsedades. Se deben apurar las unidades de los Pueblos, abandonando los prejuicios miserables, pero con la sagacidad de separar la paja del trigo, porque los desleales de antes intentarán colarse, otra vez, en el tren de la esperanza al que, tal vez, podamos permitirles subirse al estribo del último vagón, haciendo de la desconfianza una herramienta de la preservación ante las enormes luchas que se vienen.
Las desventajas deberán suplirse con imaginación. La falta de medios con creatividad. La memoria deberá ser el alimento que otorgue fuerzas para controlar el mando de este renovado tren de la justicia. De la social y de la otra. Porque nunca más se deberá perdonar a los hacedores de las desgracias más atroces, del hambre y la derrota, de la muerte temprana de los que nunca alcanzan sus destinos, robados con placer por los infames que jamás han pagado por sus desmanes y traiciones.

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