Si
nos atenemos a lo que expresan grandes sectores de la sociedad,
estamos vencidos. Los poderosos nos han pasado por encima, nos han
aplastado hasta convertirnos en papilla económica, simple alimento
de la estructura perversa de la acumulación de fortunas ajenas y
degradaciones humanas de las mayorías.
Los
números parecen indicar que la realidad se ha modificado
irreversiblemente a favor de los de siempre, los eternos dueños de
las cosas y las vidas. Sus acopios de fortunas mal habidas, sus
evasiones permanentes, sus elucubraciones financieras para el
vaciamiento del Estado, parecen haber concretado el sueño
oligárquico del dominio absoluto de la Nación.
Una
comparsa de atontados los aplauden, creyéndose invitados a una
fiesta de pocos y para pocos, a la que nunca accederán, salvo para
servir las copas del engaño y la deshonra. Otra parte de la sociedad
mira sin ver, esperando milagros que nunca llegarán. El resto no ve
salidas posibles y terminan acurrucándose en los rincones de la
desesperanza y el vacío existencial.
Ante
este espectáculo dramático, quienes ejercen el Poder aprietan el
acelerador de sus maquinaciones destructivas, al ver allanado el
camino para barrer con aquellas ilusiones de bienestar que ayudaron a
destronar de las conciencias de las mayorías. Peor que nunca se
advierte la degradación humana en la que nos sumergen, apoyados por
la represión adiestradora de voluntades.
Los
jubilados terminan aceptando que les quiten beneficios, los
trabajadores que les coarten derechos, los pequeños empresarios que
les reduzcan el mercado interno y todos que les aumenten la edad
jubilatoria, con el único objetivo de castigar al “corrupto
populismo”. Mientras tanto, una manada de elefantes blancos sigue
pasando por sus espaldas, cargados con las fortunas que llevarán a
los paraísos fiscales, sin que nadie parezca percatarse.
Pero
toda pesadilla tiene un final. Justo cuando parece que estamos por
caer al vacío final, se enciende una luz y suena el despertador de
la sensatez. Y lo que parecía irreversible, ahora se comprende como
insoportable. Las falsedades de las sinrazones se abren ante los ojos
de los hasta ahora enceguecidos por tanta parafernalia idiotizante,
convirtiendo la desesperanza en voluntad de alteración de la
realidad impuesta y acción para modificarla de raiz.
Resonarán
entonces las palabras de San Martín, cuando Pueyrredón le negó los
fondos para el cruce de los Andes, diciéndole que era “un
sueño imposible”. Y el
Gran Capitán le contestó: “Imposible,
sí, pero impostergable”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario