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lunes, 22 de mayo de 2017

AHORCADOS

Imagen Diario Registrado
Por Roberto Marra

Parece ya una moda ese tipo de ataque policial consistente en tomar del cuello a las personas para inmovilizarlas. Con un delincuente, tal vez in fraganti,  se puede ver como un acto justo para evitar la continuidad del delito o males mayores hacia otras personas. Sin embargo, lejos de estos heroísmos, se reproducen en los últimos tiempos estas acciones brutales contra los, físicamente, más débiles integrantes de nuestra sociedad.
Así, hemos podido ver cómo gruesos policías han tomado por el cuello y arrastrado por el piso a mujeres, adolescentes y niños, con furia desmedida y brutalidad crispada. Sin importar circunstancia ni relevancia de las acciones que hubieran estado realizando estas personas, atacan con saña y sin pudor para demostrar, en todo caso, su poder sobre el resto de la sociedad.
También parece que los límites establecidos por las leyes han sido olvidados, cuando escuadrones de robocops se introducen en establecimientos escolares y universidades, armados hasta los dientes, sin respetar convención alguna establecida para preservar la seguridad real de alumnos y docentes.
Meter miedo es, sin dudas, el objetivo final. Asegurar el predominio de sus poderosos mandantes sobre todos nosotros es la evidente orden. Evitar expresiones populares manifestadas libremente ha sido el camino elegido siempre por los gobernantes ineptos, que no gobiernan sino que avasallan, que no ejercen sus funciones para quienes los eligieron, sino para quienes los sostienen con los hilos de una indignidad titiritera.
Al frente de los ministerios o secretarías que se ocupan de la mentada seguridad se encuentran, casi siempre, personajes de escasas neuronas pero sobradas prosapias antidemocráticas, por decirlo suavemente. Son los ámbitos ideales para las brutalidades que emanan de sus mínimos talentos, transformados ahora en casi dueños de las vidas de quienes debieran proteger de los verdaderos delincuentes, que resultan ser, más veces que lo que pudiera esperarse, sus lucrativos cómplices.
La destrucción económica de la Nación continúa su vertiginoso camino. Las pérdidas de derechos sociales se profundizan inexorablemente. Las reacciones populares, lenta pero progresivamente, comienzan a reflejar el empobrecimiento y la paralización productiva. “Algo habrá que hacer”, dirán los empresarios con patente de ministros, con tal de no perder sus miserables ventajas. Y ahí están las respuestas: perseguir, intimidar, ahorcar, golpear y, llegado el caso… algo más.

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