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viernes, 19 de mayo de 2017

LA FELICIDAD ¿DE TODOS?

Por Roberto Marra
Es siempre difícil definir la felicidad. Durante siglos, filósofos, psicólogos, sociólogos y antropólogos han estudiado el origen y las razones de este sentimiento. Suele definirse como la emoción que se produce en las personas cuando logran algún objetivo, aunque el grado de esa emoción dependerá de cada sujeto y su contexto. La felicidad influye mucho en el comportamiento de las personas, ya que al sentirla, muestran un enfoque más positivo y motivaciones para mayores logros.
También la economía se involucra en esto de lograr felicidad. Algunas personas exacerban este costado material del sentimiento en cuestión, por lo que solo lo sienten cuando obtienen más y más beneficios pecuniarios. Profundamente relacionado con la obtención de poder, los millonarios del Mundo buscan siempre mayores beneficios, aun cuando sus fortunas representen varias vidas de lujos inacabables.
Pero no solo los ricos podrán sentirse felices cuando mejoran sus niveles económicos. Quienes viven en las más miserables condiciones, no necesitarán demasiado incremento en sus ingresos para verle la cara a la felicidad. Es que allí estamos hablando de comer o no comer, de tener o no un techo donde cobijarse. Así se explican las caras de felicidad de los niños comiendo algo delicioso, cuando rara vez pueden hacerlo. O con el juguete nuevo que jamás habían tenido.
De eso debiera tratarse, entonces, la construcción de una sociedad mejor. De obtener la posibilidad de felicidad para todos. La cuestión es cómo y mediante cuales artilugios y medidas lograr el acceso a esos sentimientos tan particulares y diversos que provoquen bienestares masivos y duraderos.
Todo apunta a la desigualdad, esa construcción milenaria que se asienta ya en el subconsciente de todos los seres humanos. Es lo que hace posible la dominación de unos sobre otros y la aparición de modos perversos de felicidades basadas en sufrimientos ajenos y que, aunque parezca imposible, satisface, a veces,  también a los mismos humillados, que han dejado de ser individuos, para convertirse solo en herramientas del poder.
No se explicaría, si no, las felicidades de muchos pobres contemplando las riquezas exhibidas por los millonarios que les impiden sus propias dignidades. O la aceptación de las mentiras de los cínicos que les roban sus esperanzas para acumularlas en las alforjas de inservibles egolatrías monetarias. No se podría concebir, si así no fuera, la caída una y otra vez en las mismas manos de politiqueros, profesionales del odio y la traición, con repetidas promesas vacías, de felicidades que nunca llegarán.

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