Recordamos
cuando, siendo muy chicos, nuestros familiares trataban de encontrar Radio
Habana o Radio Rebelde, que buscaban denodadamente en un viejo receptor de onda
corta. Fue desde allí que ya nos cautivó su voz. Vibraba de un modo muy
especial y, aún sin percibir en su cabal dimensión todo lo que estaba diciendo,
asumíamos que era trascendente. Era el comienzo, apenas, de una Revolución que
no dejaríamos de admirar ya nunca más.
En pocos
años más, la búsqueda en la radio ya la hacíamos por nuestra cuenta, para
escucharlo en sus casi interminables discursos, pero que jamás podían aburrir,
por su coloquial forma de hablar. Comenzamos a comprender sus mensajes y fue
más fuerte, entonces, esa etérea relación. No había nadie más capaz, para unir la
pasión con el análisis, la decisión con la cautela, la orientación con la destreza.
Sus palabras
transmitían sus sueños, ánimos e ilusiones, que automáticamente se convertían
en nuestros. Impulsaban nuestras adolescentes ansias de entonces, por hacer
saltar por los aires al putrefacto mundo de miseria y dolor que nos rodeaba. Él
era capaz de resumir con expresiones sencillas pero profundas, doctrinas que
apenas comenzábamos a entender, pero que intuíamos imprescindibles.
Crecimos con
él, y su resistencia la hicimos nuestra. En medio de nuestras bestiales
dictaduras, tuvimos también la certeza de sus mensajes, para avanzar en una
lucha en la que él nos lideraba sin saberlo. Pasamos por la Universidad junto a
él, asumiendo la defensa de una revolución que él comandaba, pero que ya era de
todo el Mundo.
Nos
peleábamos con tantos imbéciles y cobardes que nunca entendían la dimensión de
su figura y sus actos, encerrados en la maraña de tanta mentira mediática
imperial. Sufrimos junto a él y su Pueblo, un bloqueo que cercaba también
nuestros sueños justos de verdadera libertad.
Alegrábamos
nuestras vidas con cada triunfo, con cada avance, con cada logro de la “islita”
que mantenía viva la esperanza de un Mundo mejor. Comprendimos mejor, por él,
el significado de la solidaridad. La efectiva, la auténtica, esa que otra
líder, más cercana, definiría con certeza paradigmática como “la Patria es el
otro”. Y que otro gran argentino sin tiempo, había plasmado antes con la
entrega de su vida por ese sentimiento pensado.
La claridad
de sus reflexiones de los últimos tiempos, nos protegía de los extravíos ideológicos
y sus traicioneros promotores. Hacía posible entender la ineludible necesidad
de continuar intentando cambiar el Planeta, para salvarlo.
La inmensidad
de su vida y su obra desconcierta a los incrédulos y los extraviados, pero no a
su Pueblo. No a nosotros, sus eternos y gratificados admiradores. No a las
generaciones por venir, que encontrarán en su camino, el propio.
Tal vez, un
día, buscando entre los ruidos de las emisoras de una vieja radio, aparezca
nuevamente su inmensa, poderosa y cautivante voz, venida desde los tiempos en
el que ese solo hombre fue capaz de hacerle un tajo profundo a la historia
humana y convertirla en esperanza.
Será posible
entonces, en ese instante prodigioso, recuperar el aliento perdido con su
partida, y reverdecer los íntimos impulsos revolucionarios que sólo Fidel supo incrustar
en nuestras almas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario