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En el lenguaje corriente, ciertos políticos y académicos descalifican,
abominan del término “populismo”. Los “izquierdistas” critican al populismo
porque éste no apunta a erradicar el sistema capitalista. Los conservadores lo
critican porque, aun incompletamente, defiende más los intereses de los
sectores populares. Se lo usa, se lo invoca de manera peyorativa, como un
insulto, como si fuera una “mala” palabra. Por cierto, populismo se deriva de
lo popular, de pueblo. ¿Estará mal hablar de lo popular/pueblo o encarar
políticas en defensa de lo popular?
En contraposición, ¿estos
sectores preferirían emplear el concepto de elitismo o de grupos selectos (no
populares) que serían diferentes y mejores que la gente común? Intentan
vilipendiar y construir una idea estigmatizante, desvalorizada de lo popular,
desde su propia posición de clase. Algunos por odio de clases y otros por
inveterada miopía intelectual, reflotan la vieja antinomia de “popular versus
antipopular”.
Juan Cruz Varela, hermano de
Florencio, fue un escritor y político argentino, instigador –junto a Salvador
María del Carril– del fusilamiento de Manuel Dorrego, perpetrado por Juan
Lavalle. En 1828, después de la caída del gobierno popular de Dorrego, escribió
los siguientes versos: “La gente baja ya no domina y a la cocina se volverá”.
Fantástica y desgraciada oda antipopular, que refleja el pensamiento de muchos,
de ayer y de hoy. Lo que estaba y está por supuesto también en juego en la
actualidad es la disputa por quién ejerce el poder: uno u otro sector social.
En el basamento ideológico del
retrógrado sistema de segregación racial, denominado “apartheid”, se mencionaba
que “El más educado de los negros es, por definición, inferior al menos educado
de los blancos”. Si adecuáramos esta afirmación a las categorías “rico/pobre”,
podríamos leer, remedando a los seguidores del “apartheid”: “El más educado de
los pobres, es, por definición, inferior al menos educado de los ricos”.
El desprecio que algunos vuelcan
sobre el populismo parece asimilarse a las críticas que se verifican, en el
ámbito de la Justicia, hacia las concepciones “garantistas”, que tienden
precisamente a garantizar los derechos de todos. ¿Qué otra cosa se debería ser?
¿Antigarantista? Por ejemplo, al dictador Videla, a Martínez de Hoz, a la
Sociedad Rural Argentina, a los Macri de hoy, los seducían y los seducen las
ideas y las políticas antigarantistas. Quieren garantías (y especialmente
privilegios) sólo para los poderosos.
Las políticas progresistas de
Inclusión Previsional, de la Asignación Universal por Hijo, el Programa
Pro.Cre.Ar de viviendas, el Programa Conectar Igualdad, el Programa Progresar
han sido recurrentemente tildadas de populistas, de demagógicas. ¡Menos mal que
existen estas políticas que propenden a una mayor justicia social! Estas
medidas, ¿son criticadas por impericia, por irresponsable liviandad, por
interés político de mera y burda oposición? Y ni qué hablar de aquellas
extraviadas (para decir lo menos) expresiones de ese dirigente político
nacional, que avergonzarían y enfurecerían a don Hipólito Yrigoyen, cuando
criticó la Asignación Universal por Hijo y dijo que la misma “se iría por la
canaleta del juego y de la droga”.
Resultan asombrosas, cuando no
tristemente patéticas, las opiniones de algunos cientistas sociales que
aparentan pasar como objetivos y rigurosos, arremetiendo sistemáticamente
contra lo popular, contra el populismo, obteniendo el beneplácito y la
adulación de poderosos diarios, canales y radios que representan los intereses
más antipopulares y que, como es coherente con su ideología, hasta apoyaron la
dictadura cívico-militar-eclesiástica iniciada en 1976.
Muchos de estos cientistas
sociales provienen del campo del “progresismo” o del “izquierdismo”. Muchos
hasta fueron funcionarios del menemismo y del gobierno de la Alianza y poco o
nada hicieron desde los ministerios y reparticiones de Desarrollo Social.
Convendría repasar y recordar sus nombres, para ver si se trata de las mismas
personas.
Critican al kirchnerismo por
populista. Lo mismo hacen otros con Evo Morales en Bolivia, con Rafael Correa
en Ecuador, con Dilma Rousseff en Brasil. Lo que es un mérito, en beneficio de
las mayorías más desprotegidas, intentan transformarlo en algo descalificable,
en algo abyecto. Resulta evidente que no critican para mejorar y avanzar;
critican para debilitar y retroceder.
En 2014, en el marco concreto de
la cruda realidad internacional y nacional, resulta absolutamente pertinente
apoyar las políticas de carácter popular, en línea con la defensa de los
sectores más postergados.
De merecer una crítica o un
epíteto insultante, de parte de los diversos sectores objetivamente
antipopulares (“izquierdistas” o conservadores, cientistas sociales o no),
preferiría y hasta me halagaría que me dijeran “populista”. ¡Populista, sí: a
mucha honra!
* Trabajador social. Profesor
Titular de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).
Publicado en Página12
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