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Por Alberto Müller *
La cuestión cambiaria está nuevamente sobre el tapete en la
Argentina. El año 2011 encendió las luces de alerta: por primera vez
desde 2002, la cuenta corriente del balance de pagos había dejado de ser
positiva. Esto puso en marcha un conjunto de medidas gubernamentales
que nos colocaron en un nuevo escenario. Sobresalen el control de
cambios para la adquisición de divisas y las restricciones al comercio
de importación de bienes.
Desde un ángulo más serio, se aportan varios cálculos que pretenden
determinar si el tipo de cambio se encuentra retrasado. Son varios,
porque esta cuenta se puede hacer de más de una manera. El fondo
conceptual sin embargo es básicamente el mismo: un tipo de cambio
“elevado” lleva a cambios en precios relativos que producen mayores
exportaciones y menores importaciones de bienes y servicios, y
viceversa. Si la cuenta corriente externa no está en equilibrio (y no
existe la posibilidad de obtener financiamiento a tasas razonables), la
devaluación se impone. El problema es en todo caso el cuánto. No es el
camino que ha seguido el Gobierno, sin embargo. Además de los controles a
las compras de divisas, ha optado por el control de las transacciones
de importación, una suerte de política “de facto” de cambios múltiples,
o, mejor, un sistema de racionamiento parcial. Un verdadero horror para
los cultores de los mercados “libres”.
¿Sería eficaz una devaluación para corregir el desequilibrio
externo? Por lo pronto, se requiere asumir que es posible devaluar en
términos reales; en otros términos, que no toda devaluación se traduce
en un incremento automático de precios internos. Vale la aclaración,
porque esto es lo que sostienen los cultores del tremendismo, defensores
de la devaluación pero al mismo tiempo sostenedores de la tesis de que
la devaluación “va a los precios”. La coherencia no parece ser su
fuerte.
La respuesta a la pregunta de si conviene devaluar requiere
identificar las causas del brusco cambio de signo de la cuenta corriente
en 2011. Si se tratara efectivamente de un desfasaje cambiario
veríamos, por ejemplo, un incremento generalizado de importaciones, y
una caída de exportaciones, en los últimos años. El análisis de las
cifras sugiere algo diferente. Cuatro son los componentes del saldo en
cuenta corriente: mercancías, servicios (donde sobresalen los servicios a
las empresas y el turismo), rentas de capital (utilidades e intereses) y
transferencias. El cambio de signo en la cuenta corriente entre 2010 y
2011 se explica principalmente por las cuentas de mercancías y de
servicios.
¿Puede entonces una devaluación asegurar el retorno al superávit de
la cuenta corriente, levantando al mismo tiempo las restricciones al
comercio y a la compra de divisas?
En cuanto a mercancías, los consumos energéticos son por lo general
muy poco elásticos al precio, porque no hay sustitutos a la mano. Si
Argentina entró en déficit en el sector energético, esto es ante todo
consecuencia del gradual agotamiento de sus reservas de hidrocarburos
convencionales. Más allá de la retórica que reclama mayores precios para
incrementar la producción, lo cierto es que en 1998, cuando el barril
de petróleo valía 15-20 dólares, alcanzábamos los 50 millones de metros
cúbicos de petróleo, y exportábamos algo menos del 40 por ciento de la
producción. Con un precio interno de alrededor de 48 dólares por barril
–y precios aun mayores para la producción “nueva”, vía los programas
Petróleo Plus y Gas Plus– la producción siguió declinando.
Si hay un efecto de una eventual devaluación, será sobre el resto de
las corrientes comerciales; ya hemos visto que ellas son hoy día
fuertemente superavitarias. Y por lo menos en lo que atañe a las
exportaciones agrarias y agroindustriales tradicionales, el impacto del
tipo de cambio sobre la producción es marginal: simplemente
incrementaría la renta de la tierra, en moneda local.
¿Y qué hay de los servicios? Esta pregunta es de respuesta compleja,
porque hay una multitud de partidas involucradas. En cuanto a los
fletes, ello dependerá del comercio exterior. Y para responder a una
afirmación corriente con relación al turismo, la experiencia de 2012 ha
mostrado que éste ha continuado siendo deficitario, pese a las muy
fuertes restricciones a la compra de dólares para viajes. La opción de
compra en el mercado negro implicó un costo muy elevado, que de por sí
simula en el escenario real el efecto de una devaluación; y no vemos
efecto relevante. Nuestra sospecha es que parte importante del flujo
turístico que viaja al exterior es bastante poco sensible a los precios
relativos, se trata de individuos con ingresos medios y altos que
encuentran además financiamiento en dólares atesorados o fugados al
exterior. El tipo de cambio poco influye.
Salir del entuerto externo no es cuestión de devaluar hasta
equilibrar la cuenta externa. Medidas de administración e incentivo a
una mayor competitividad podrán ser más eficaces en cuanto apunten sobre
todo a las exportaciones industriales; hay espacio además para un
incremento sustancial de la eficiencia energética. Esto requiere más
capacidad estatal de la que se está mostrando en estos años. Sin ir más
lejos, controles de cambio mediante, faltan insumos para la industria
pero sobran cervezas y fideos importados en los supermercados. De lo que
podemos estar seguros es que una devaluación como la que “sugiere” el
mercado negro llevaría la Argentina a una recesión, por la caída del
poder de compra de los sectores medios y bajos, como ocurrió
históricamente. Este no es el camino.
* Prof. Titular - Director del Cespa-FCE-UBA.
Primero el crecimiento
Por Alejandro Fiorito *
Las experiencias de políticas de ingresos no son muy difundidas por
el carácter ad hoc que suelen asumir en las diversas experiencias
internacionales, y por lo tanto lo difícil es sacar conclusiones de
casos tan dispares de aplicación. La idea de estas políticas es tratar
de morigerar, que no eliminar, la elevación del nivel general de precios
sin afectar el crecimiento con el que normalmente está vinculada,
fundamentalmente en presencia conjunta de crecimientos importantes y
fuerte puja distributiva, como es nuestro caso. En tanto tienen una
norma distributiva, se convierten por acción u omisión en un tema
central de la política económica. Las herramientas que se han utilizado
en algunas experiencias registradas de la historia van desde la
indización de precios y salarios en inflaciones muy altas (por caso
Brasil, Israel y nuestro país en los ’70 y ’80) hasta acuerdos de
precios y salarios (en el caso de Australia en 1983).
Es por ello que el Estado debe intentar intervenir políticamente
bien para lograr disciplinar a los actores, o bien para paliar en algo
su incidencia. Al revés, es difícil que procesos de fuerte crecimiento
de países en desarrollo puedan manejarse sin inflación. Por caso,
procesos de crecimiento económico de 7 y 8 por ciento en Corea,
Tailandia, Singapur, Indonesia y Filipinas mostraron en los ’70 tasas de
inflación de dos dígitos. Otro tanto pasó con Brasil o México en la
época.
Lo que decididamente abona la necesidad de políticas de ingresos se
basa en que el crecimiento general de precios se debe estrictamente a un
canal de costos y puja distributiva. En efecto, la formación de los
precios recibe impulsos de costos que macroeconómicamente se integran
conceptualmente en salarios –dada la productividad—, los insumos
importados y los márgenes unitarios de ganancia de las empresas.
Análisis empíricos de la inflación obtienen explicación significativa
vía variaciones salariales y del tipo de cambio, ambos modifican costos y
no aparece significativo ninguno de los agregados monetarios. A pesar
de ello, dos tipos de “aceite de ricino” son automáticamente
recomendados por el convencionalismo: ajustes fiscales y/o políticas
monetarias de control cuantitativo. Pero en ambos casos los efectos de
los mismos “tiran el bebé (crecimiento) con el agua sucia (inflación)”.
El primero falla, puesto que los impulsos de demanda no impactan
sobre el nivel de precios en las economías capitalistas no planificadas,
ya que no hay tendencia hacia el pleno empleo de recursos, ni de
trabajo. En efecto, algo de esto se pudo observar aquí en 2009 y en
2012, donde la falta de demanda autónoma, y por ende de crecimiento del
producto, no hizo que la inflación disminuyera demasiado.
El segundo tipo no logra su objetivo, en tanto el “setentismo”
monetarista vernáculo sigue suponiendo a trasmano del mundo que es la
inflación la que instiga por la emisión de dinero exógenamente
determinada por la autoridad monetaria. Nunca se aclara cuáles son los
canales de transmisión (exceso de demanda) y supuestos adoptados (oferta
rígida) por los cuales el “exceso de emisión” forzaría un exceso de
demanda inflacionario y no en cambio la adquisición de bonos, activos o
divisas. Por otro lado, los inconvenientes de subir las tasas de interés
reales como lo ha hecho Brasil para contener la inflación (shock de
oferta de precios internacionales de transables) redundan en un menor
crecimiento (Brasil creció a la mitad que la Argentina entre 2003-2010).
Puja distributiva y políticas
Ese rol inflacionario independiente de las subas de precios de
commodities está dado por la puja distributiva entre sectores de la
producción. Por lo tanto, en la medida en que se crece, la recomposición
del nivel de empleo permite una situación de mayor poder de negociación
de los trabajadores que en paritarias pueden tanto recuperar lo perdido
por subas de precios pasadas como adelantar subas autónomas de
salarios. Estas subas son también normalmente trasladadas a precios por
parte de los empresarios en la búsqueda de mantener sus márgenes reales
unitarios constantes. Si los planteos de estos sectores sociales son
inconsistentes con el crecimiento real del producto, se producen
aumentos generales y nominales de los precios que se propagan
inflacionariamente. Es allí donde debe intervenir el Estado para
interrumpir esa lógica que de suyo históricamente termina en una caída
del salario real.
Las recientes medidas de congelamientos de precios acordados son un
mero ejemplo de lo ad hoc de cada experiencia de intervención. Las
experiencias anteriores de la Argentina tampoco son buenas guías para
comparar la situación actual y augurar un nuevo fracaso por parte de la
ortodoxia. Desde el punto de vista de un programa persistente de control
de precios y salarios, puede ser este congelamiento un primer paso que
permita frenar este año un mayor salto del nivel de precios, hacia otra
etapa de controles más afiatados de precios y salarios. No hay que
perder de vista que de nada sirve un efectivo control inflacionario si
se lo hace afectando al salario real, y por ende a costa del crecimiento
del nivel de actividad. Por lo que los objetivos de un crecimiento
importante son prioritarios por sobre los de la inflación.
Publicado en Página12
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