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lunes, 25 de febrero de 2013

LAS PAREDES DE LA HISTORIA

Imagen de grupojauretche1.blogspot.com
Por Guido L. Croxatto*

El siglo XX dejó demostrado que el Derecho, pero también disciplinas científicas como la Física, la Química o la Biología, por puras que se pretendan (y se presenten), no son nunca apolíticas. Que la apoliticidad de la ciencia (del saber que se genera en la universidad) es un eufemismo; y una trampa, en la que nunca más debe caerse. Y en la que no debe caer el Derecho. Porque esta trampa tiene y tuvo precios muy caros. 
La memoria trabaja con aquello que no ha sido. Ese impedimento, eso que no ha llegado a ser, también tiene derechos. Voces. Sentidos. Un nombre. Sin comprender esa ausencia en el presente no se puede hablar de historia; las formas en que esa ausencia está, se realiza; tampoco podemos elaborar una definición adecuada de la violencia. La pregunta por la ausencia es la pregunta por una violencia que no pudo ser nombrada  (porque los únicos testigos finales del horror, los que debieran hablar en primera persona, como dice Semprún, están muertos). La ley de medios parte de algo que fue ausente. De lo que no fue dicho. De lo que no se puede decir. Intenta decir algo más. 
No hay disciplina que no sea parte de la Historia. Todos los lenguajes emergen del pasado. Por eso ponemos en tela de juicio la neutralidad/independencia del saber, la neutralidad/independencia de la justicia. También el Derecho hunde sus raíces en ese pasado que a menudo se niega y que no quiere ser nombrado. Nada escapa de allí. Ningún lenguaje "cae del cielo". El Derecho nunca es neutral. Todo proceso, toda palabra de memoria y justicia, a su vez, requiere de una articulación con otros. Hay tres palabras que se deben entrelazar: memoria, acción, y otredad. 
Hayden White destaca el carácter creativo de la representación en  la historia, la evidencia de que los hechos no hablan solos (siempre hay una voz disimulada que se presenta como "neutral" detrás de ellos), sino que es el historiador quien los hace hablar. Esa es la voz que se escucha. Esta es la politización en la historia. La politización del lenguaje. Por eso es importante la palabra/poesía. El sentido es aportado por el historiador/juez. No por los hechos. Por eso la frontera entre el presente y el pasado es difusa (un punto más para cuestionar la neutralidad del saber que no quiere ser político). Eso está más claro en la memoria, que se presenta como parte de la vida política, social, cultural, que en la Historia, que se reivindica como disciplina objetiva, no "contaminada" con los intereses inevitables del presente del que la historia se dice separada por enormes barreras. Pero la justicia también razona así. La memoria combate la hipocresía de la historia. Los huecos vacíos (die Lücken) de esa Historia. La memoria dice lo que no dijo la Historia. Combate la hipocresía de la palabra no dicha. La misión de la memoria es recuperar la dignidad/identidad en la palabra. La memoria nos enseña otro modo de decir la Verdad. La verdad que saldrá de la ESMA está inevitablemente unida a la memoria. 
Los desaparecidos no tuvieron, en siete años de dictadura, un titular. El deber de informar de la prensa argentina no los alcanzó. Su desaparición, su tortura, su secuestro, el robo de los hijos, no eran noticia. Estaban ocultos. El Río de la Plata, el skivan 07, el pentotal sódico, los estudiantes universitarios "que andaban en algo raro" y después desaparecerían, no fueron alcanzados por el deber de informar. Su libertad no contó. 
El Derecho necesita de la Memoria. Hay una renovación del lenguaje (de las categorías que utiliza el Derecho) a partir de la Memoria. Esto es lo que se está abriendo en la ESMA. Hay un antes y un después de la ESMA (la crisis del Derecho es una crisis del lenguaje que se habló allí, de las frases que usó el derecho en ese lugar mientras robaba hijos para presentarse como algo "válido"). La memoria ataca el problema central del Derecho: su validez. Esto es lo que está en juego en los juicios de la ESMA: la validez del Derecho. Borrar no es sólo matar. Es impedir que se diga. Que haya un "yo" que se pueda decir. El Derecho debe dejar al desnudo el pasado que no se contó. Robo de hijos. El Derecho está aprendiendo a combatir la hegemonía denegatoria que se expende con su palabra en cada rincón de la cultura. Por eso necesitamos los Juicios. Para aprender a ver lo que no se podía ver. Para aprender a decir lo que no se podía decir. Hay una palabra que falta. Hay que ponerle nombre y apellido a la mentira. A la complicidad. Al silencio. 
La pregunta que queda es qué historia nos están enseñando. Y qué hacemos nosotros jóvenes ante esa historia. Y cómo pueden decirnos que con los juicios de Derechos Humanos, juzgando los vuelos de la muerte, el gobierno está "tergiversando" la realidad. Los juicios de la ESMA son inseparables de la Ley de Medios, porque los une un mismo camino: dar la palabra. Escuchar lo que no fue dicho. La memoria es ese espacio donde la palabra se hace libre. Llega a ser un derecho. La Ley de Medios hace de la palabra un derecho. Así como la memoria inauguró en el país el derecho a la identidad, la Ley de Medios inaugura el derecho a la palabra. Esta ley trae, pues, un nuevo Derecho. La Ley de Medios democratiza. Más voces. Más democracia. Ya nadie dice "yo soy independiente", "yo tengo la verdad"; sí más dirán "yo tengo palabra". Eso es el cambio profundo. Es un cambio de modelo sobre la verdad. Un cambio que involucra al saber, a la Historia. Juzgar el pasado es aprender a hablar. Hay una tautología en la neutralidad. Allí es donde avanza el Derecho. Este es el centro de nuestra crítica a la historia y sus historiadores. Ser "neutral" es usar un lenguaje purificado para mirar desde afuera, para no ver lo que no debe ser visto. Lo que la historia decidió que debe quedar callado. Oculto. Callar lo que se debe callar es ser "neutral". El Derecho rompe entonces con la Historia neutral. Entonces tenemos el deber de no ser "neutrales". De construir un lenguaje nuevo, diferente, "político", crítico, comprometido con lo que nunca se vio. Con lo que nunca se dijo. Con lo que nunca vio la justicia. Hay que avanzar al último ámbito donde no solemos avanzar, donde solemos callar los abogados: la palabra. El lenguaje. Todos los límites y todos los debates están condensados allí. 
La época de la neutralización de la política es la época del pensamiento único asentado en la globalización neoliberal. Lo neutro de todo saber, de toda información, de toda palabra, de toda circulación de cuerpo-lengua es, por homogeneizante, sospechosa de inclinación hacia los Amos del poder y las corporaciones que saben fingir que ellas son apolíticas y neutras. Independientes de nada. Es decir, fascistas por hipocresía, negadoras de que posicionan su punto de vista hegemónico informativo como "neutral" (negación de lo otro, negación, por ende, de toda forma de la memoria, que es hablar en la otredad, que no puede escucharse). La demanda contra ese fascismo no es pluralismo ingenuo (lo inverso de pensamiento único); es militancia organizada y no disciplinada (el desesperado hermetismo de Celan por decir algo). Formación cultural ciudadana para generar-multiplicar luchas populares de lenguaje y re-politización. Aprender la palabra. Necesitamos una justicia que se comprometa con la verdad de verdad. Que deje de fingir una "independencia"/neutralidad del saber que es apenas una forma del abandono. Del dejar morir de Foucault. La justicia está para ser justa. Para luchar por el derecho de los que no tienen derecho. No para ser neutral. La diferencia entre la justicia y el derecho, dice Derrida, es que el Derecho calcula, es mezquino, es pobre. La justicia no. Tiene una misión más alta. La misión de la justicia es romper las paredes de la Historia. Aprender a ver lo que hay detrás, lo que durante mucho tiempo fue, y los que durante mucho tiempo fueron puestos detrás de la pared. Detrás del Derecho.

*Publicado en Tiempo Argentino

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