Por Ricardo Forster*
La Argentina es como un laboratorio en el que cada semana se hacen distintos experimentos. Nada de lo que parecía seguro permanece ante los continuos cambios de protocolos que habilitan a nuevos investigadores para que desarrollen sus experiencias teniendo como ratones de laboratorio a una sociedad por lo general atribulada, confusa y poco dispuesta a ser víctima de tanto manoseo.
Un día es el fantasma angustiante de la inflación; un fantasma que entre nosotros despierta los más recónditos y oscuros recuerdos de una época tenebrosa cuya sola mención aterroriza al simple ciudadano. Con rapidez inusual, los investigadores de ese objeto extraño y extravagante que lleva el nombre de “Argentina” se dedican a analizar qué consecuencias conlleva el bombardeo que sobre la población se hace recordándole sus pesadillas hiperinflacionarias: qué nuevas conductas, que gritos histéricos, qué reacciones alucinadas y qué nueva forma de fragmentación social y cultural se despliega al calor de ese experimento entramado con los lenguajes arcanos y encriptados de economistas que cuando intentan explicar algo lo vuelven más misterioso y angustiante. Todo está allí como un cóctel molotov que amenaza con hacer saltar cordura y sensatez mientras nos regresa, como sociedad, al tiempo del sálvese quien pueda, un tiempo que, como ya sabemos gracias a la historia realmente acontecida, suele concluir en lo peor. En el laboratorio, sin embargo, se privilegia la asepsia y la objetividad, esa que descree de formadores de precios, de políticas de comunicación asociadas a la espiral inflacionaria pero a la que también contribuye una, a estas alturas, incomprensible manipulación de las estadísticas oficiales que sólo parece contribuir a llevarle agua al molino de los anunciadores de la catástrofe. Los investigadores más jóvenes, aquellos que todavía no se resignan a lo rutinario y establecido, se preguntan por qué y para qué el Indec fue promotor de su propia ilegitimación. Sueñan, como puede hacerlo quien aún tiene las ilusiones intactas, que se podrá recuperar la confiabilidad del dichoso organismo estatal al mismo tiempo que también será posible demostrar con rigurosidad científica de qué modo los grandes grupos económicos, beneficiarios de los procesos de monopolización y oligopolización de las últimas décadas, son, en gran parte, responsables directos del aumento de los precios. Los más arrojados, y tal vez utópicos, buscarán asociar con pruebas incontrastables la complicidad de la corporación mediática a la hora de amplificar el pánico inflacionario.
Otro día, y cuando la repetición malsana del sadomasoquismo económico termina por hartar a tirios y troyanos, en el laboratorio se lanzan a investigar la repentina proliferación del “miedo”. Claro que ahora necesitan incorporar a psicólogos, especialistas en problemas espirituales, a sociólogos de la cultura y a avezados mitógrafos que puedan explicar lo que significa el miedo, cómo se genera, a quiénes ataca y por qué (en particular si nos topamos con un “miedo” que dice ser el producto de la persecución ideológica y de la crispación oficialista y no a ese otro, más atávico, que se relaciona con la famosa inseguridad, tema que siempre tienen a mano en el laboratorio para sacarlo a la luz pública cuando no aparecen otros objetos de investigación más adecuados y cuando están carentes de fondos). Si los fenómenos inflacionarios combinaban realidad y ficción, lo hacían de modo tal que la mayoría de los mortales con entrar en un supermercado podían comprobar si algo sucedía con los precios (más difícil era trabajar con la inflación de la propia inflación desplegada astutamente por algunos actores interesados en magnificar su presencia entre nosotros). Con el “miedo” es más arduo y complejo porque se escapa de los datos “objetivos y cuantificables”, sortea las explicaciones seriales y se introduce de lleno en el pantano que horroriza a casi todos los científicos que provienen del campo de las ciencias duras: la subjetividad, el impresionismo social o los laberintos de la construcción de imaginarios culturales. Lo cierto es que durante esta semana tuvieron que trabajar a destajo ante la invasión mediática del “miedo” (incluso alguna revista de esas de amplia circulación se atrevió, con total impudicia que no dejó de azorar a los investigadores, a destacar en tapa y con un fotomontaje de Kirchner convertido en Hitler, que el miedo está acá, se mueve con amplia libertad y sale de las usinas del fachoprogresismo oficialista que utiliza a filósofos nazis para desplegar sus estrategias políticas y que se dedica a escrachar a periodistas independientes). Resulta complicado y agotador, para los investigadores, compatibilizar el miedo que siente Mirtha Legrand con el que siente la senadora jujeña, o el que siente una pulposa modelo con el que desliza con su habla conspirativa Lilita Carrió, o más llano y brutal el senador Morales, atribuyéndole a Milagro Sala la potestad de armar a las fuerzas piqueteras dispuestas para aterrorizar a las clases medias. Más difícil resulta establecer las correspondencias, señaladas por varios políticos opositores y por algunos comunicadores, entre regímenes exterminadores y genocidas (como el nazismo y, en otra medida, la dictadura videlista) y un gobierno democrático que, entre otras cosas, prohibió reprimir cualquier protesta social y derogó las leyes de impunidad y los indultos de los criminales habilitando nuevamente los juicios por la verdad y la justicia. Algo confusos y aturdidos, los investigadores se deciden por abandonar esa línea de indagación que los conduce al pantano de la subjetividad, la manipulación, la exageración y la alucinación. Sospechan, tratando siempre de mantener su prescindencia y su sacrosanta objetividad en la que han sido formados, que un tufillo a impudicia y a mentira se cuela entre los pliegues del “miedo” sobreexpuesto. También acuerdan con que los escraches contra periodistas del grupo Clarín, anónimos y por lo tanto moralmente cobardes, no contribuyen ni favorecen a despejar la nube malsana que se ha detenido sobre nuestras cabezas; pero también han aprendido, los más viejos por experiencia propia y los más jóvenes por haberlo estudiado, que una dictadura es una dictadura y quienes tienden a subestimar o a banalizar sus acciones criminales es porque o no las han sufrido o han sido cómplices de ellas.
Alguna otra semana, sobre todo en ciertos momentos de calma, en el laboratorio se dedican a investigar por qué gran parte de los comunicadores y de los especialistas afirman que la Argentina está “aislada internacionalmente”, que “se ha puesto de espaldas al mundo” y que ha “quedado reducida a ser aliada del régimen de Hugo Chávez o, peor todavía, del cubano”, y lo hacen creyendo, como personas con sensibilidad que son, que esos intachables observadores independientes de nuestra realidad dicen verdades concluyentes y desinteresadas. Los investigadores, serios y aplicados, se dedican primero a recopilar toda la información disponible. Por una casualidad de esas que dejan sus huellas imborrables en la historia de los grandes descubrimientos científicos, el mismo día que llegó el presupuesto para poner en marcha la investigación se enteraron (aunque no por la tapa de los principales diarios ni por los noticieros de los grandes grupos mediáticos; sino por noticias al margen o en periódicos extranjeros como The New York Times o Le Monde) que la presidenta Cristina Fernández se había entrevistado con Barack Obama –pese a que con bombos y platillos se había anunciado que su par estadounidense no la iba a recibir– y, más tarde, con el premier chino y que, al día siguiente y recién arribada a nuestro país, iba a recibir al presidente de Rusia en la primera visita que un presidente ruso realizara a la Argentina. Algo confundidos por tan flagrantes contradicciones, nuestros investigadores llegaron a la conclusión (luego de analizar otras cuestiones como el Mercosur, la relación con Brasil, la pertenencia al grupo de los 20 y a las naciones que discutieron la problemática nuclear, además de revisar las muy buenas relaciones con la comunidad europea y la apertura hacia los mercados asiáticos más el casi seguro nombramiento de Néstor Kirchner al frente de la Unasur) de que ciertos medios de comunicación –los más poderosos y concentrados– mentían descaradamente. Después de varias reuniones urgentes en las que se discutió qué hacer con estas conclusiones irrefutables y científicamente corroborables y siguiendo la línea de conducta que fija la ética de la investigación, acordaron en lo difícil y compleja que era la Argentina a la hora de ofrecer a la opinión pública (otro arduo tema de indagación que decidieron posponer para otra ocasión) un relato verídico de aquello mismo que, siendo del orden del sentido común, no suele ser aceptado por aquellos que se ocupan de fabricar sus propios relatos de lo que realmente sucede en nuestro país.
*Publicado en ElArgentino.com
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