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viernes, 12 de abril de 2024

LA PESADILLA

Por Roberto Marra

Hace mucho tiempo, por los años '60, Ernesto “Che” Guevara expresó, en una carta a sus hijos:“Sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo”. ¿Qué pasó que, después de tanto tiempo de haber sido dicho este manifiesto esencial de lo humano, todo se reduce ahora a la especulación de la sobrevivencia miserable e individualista y el “sálvese quien pueda”? ¿Cómo lograron convertir aquellos paradigmas donde predominaba la justicia social como base, en un amontonamiento de individuos enajenados y procaces, incapaces de sentir otra cosa que odios y rencores hacia los demás?

Pasó y pasa el capitalismo, profundizado en estos últimos tiempos hasta niveles de irracionalidad pocas veces tan difundidos y aceptados. Pasó y pasa la multiplicación de la marginación social, el embrutecimiento y la negación de derechos, base de sustentación de un aislacionismo premeditado de grandes sectores sociales, a los que se arrojan a la basura que va dejando la “economía de libre mercado”, cuya libertad consiste en el genocidio por goteo (o el abierto y generalizado asesinato de tantos seres humanos como demanden los intereses de las corporaciones hegemónicas).

Tanta y tan fuerte fue y es la prédica satánica del Poder Real mundializado, que las rebeldías son, hoy en día, como pequeños maullidos gatunos, reemplazando a los otrora rugidos de tigres de los pueblos sublevados ante las injusticias. Nada parece ser suficiente, ahora, para despertar la ira de “la gente”, esta suavizada denominación que reemplazó a aquella que nos hablaba de “pueblo” como cuerpo cohesionado de seres humanos con sentimientos y valores inconmovibles.

La naturaleza tiene a la adaptación como uno de sus métodos para la sobrevivencia. Pero hay adaptaciones imposibles de siquiera soportar, cuando para que sucedan los cambios que se propongan, se demanda la muerte (literal) de miles o millones de nuestros congéneres, a nombre un supuesto éxito económico o financiero. Imposible de soportar, si antes no somos bombardeados mediáticamente, para ir conformando un espíritu negacionista del otro como un igual, sometiéndonos al desgarro de la sociedad como tal, para transformarla en simple amontonamiento de seres pretendidamente “libres”, pero definitivamente esclavos de un Poder que no tiene límites a la vista.

Argentina está en pleno tránsito hacia el fin de su existencia como Nación soberana, gracias a la brutalidad popular generalizada, que acepta cada paso hacia su eutanasia nacional como si fuera un mandato divino, una orden transmitida al payaso que oficia de presidente en forma directa por un dios que, de acuerdo a las manifestaciones públicas del energúmeno en cuestión, se parece demasiado a Lucifer.

Así, la pérdida del trabajo de miles de empleados carece de valor alguno para la masa informe de imbecilizados con frases como “hay que esperar”, “no se podía seguir con la fiesta kirchnerista” o “algo habrán hecho”. Si no les alcanza el sueldo, no importa, porque dentro de un tiempo (décadas, según el infradotado que los subsume en el sueño letal) se les multiplicará. Si hay pibes que no pueden comer todos los días o mueren (literalmente) de hambre, se tratará de un daño colateral, cuyos culpables serán... aquellos gobiernos que sí les posibilitaban comer todos los días. Si los viejos tienen que elegir entre medicamentos y una polenta para sobrevivir un tiempo más, será porque no supieron ahorrar...

La bestialidad en su máxima expresión, el abandono como categoría plausible, la pérdida de soberanía como orgullo de pertenencia a otra bandera, el desconocimiento de la historia como referencia de valores que nos pudiera re-unir. Paso a paso, se irá perdiendo nacionalidad, sentido soberano y territorio, como imbécil modo de llegar a ser parte de un imperio decadente, pero que en sus últimos estertores nos acarrea al infierno de sus decisiones macabras.

Esta pesadilla puede terminar, casi paradójicamente, con más sueños. Pero no los que nos adormecen y nos entumecen, sino con aquellos que sirvieron antes y servirán siempre para despertarnos de los letargos inducidos por el enemigo, como método de sometimiento y profundización del saqueo al que nos empuja todo el tiempo. Pero es justamente tiempo lo que no tenemos, es exactamente lo que nos quitan con tanta pasión antisocial, empujándonos a la pelea permanente por los mendrugos que van tirando a los costados del camino del enriquecimiento egoista y obsceno.

Rebelarse es, hoy, obligatorio, para lo cual habrá que rebobinar la película de un pasado demasiado reciente como para haber sido olvidado y repasar la historia que nos hizo posibles los breves períodos de felicidades compartidas por millones. Esa es la labor primordial, para comenzar a transitar el regreso a las fuentes de la sabiduría popular, eliminando los obstáculos de los engreídos y los traidores, siempre prestos a sembrar rencores incongruentes con las necesidades desesperantes de las mayorías abandonadas a su suerte.

Y no perdonar jamás a los autores de esta masacre siniestra, ni a sus mecenas doctrinarios. Sólo así será posible volver a sentir el aire fresco de la solidaridad más auténtica, la justicia social elevada como escudo ante los rapaces ladrones de nuestras vidas y nuestra historia, para sentir el renovado empuje de la soberanía de un Pueblo empoderado con el valor supremo de la palabra Patria.

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