Por Roberto Marra
¿Qué hacer? ¿Para qué? ¿Por qué? ¿Para quienes? ¿Cómo? ¿Dónde? ¿Cuando? ¿Con qué?
He ahí las preguntas fundantes de un Plan. Para ellas son las respuestas que se deben buscar y proponer. Desde esas realidades expuestas y analizadas en profundidad es que se pueden inferir salidas a los dramas padecidos por las mayorías populares. Con tales certezas (con todas al mismo tiempo) es que se obtendrán la atención colectiva de la ciudadanía, dándole seguridades de contar con una base doctrinaria y con expectativas materializables.
No es que no se se hayan manifestado muchas veces esas respuestas. Sólo que siempre han sido lanzadas al aire de la intrascendencia porque se hacen en forma parcial y como modo de llamar la atención del electorado, antes que de buscar efectivamente las soluciones demandadas por los posibles votantes. La mayoría de las veces no pasan de enunciaciones grandilocuentes, adornadas con los consabidos mensajes que aseguran que sólo quien las dice es capaz de realizarlas. Son actos de individualismos que evaden la acción colectiva, por temor a perder poder entre sus pares. Son miserias humanas en momentos que reclaman grandezas.
Hoy, cuando las expectativas no parecen superar la mediocridad de “no perder” una elección, se sigue postergando lo taxativamente solicitado por la máxima conductora del Movimiento Nacional y Popular, acerca de elaborar y presentarle a la comunidad un Programa de gobierno antes de imponer sólo la candidatura de una persona, por mejor que ésta sea. Se trataría sólo de un Programa, una enunciación de las líneas gruesas de un futuro Plan, una base que enumere los puntos más necesarios para abordar en esta coyuntura, pero con visión estructural de carácter mediato.
Pero ahí están las respuestas: lanzamientos de candidaturas, personalistas al extremo, con las repetidas manías de pretender sabidurías a comprobar después de electos. “Estoy preparado”, “yo si puedo”, “tengo ganas”, “sé como hacerlo”; esas son las frases que sentencian la falta de conciencia del drama padecido, la incoherencia con lo necesario, la postergación de lo imprescindible por la pasión de ser figura antes que actor de reparto.
Mientras tanto, como el enemigo sigue haciendo como que se pelean entre figurones que sólo debieran generar espanto, algunos desprevenidos del sector hoy gobernante, saborean posibles triunfos antes de tiempo. Olvidan que la ciudadanía, al menos un sector amplio de la misma, se guía por una mediática hegemónica que traduce la realidad de una manera absolutamente tergiversada, profundizando el desprecio y el odio hacia la figura que centra en sí las expectativas populares, generando el alejamiento de la razón y la comprensión de los hechos.
¿Qué hacer? ¿Para qué? ¿Por qué? ¿Para quienes? ¿Cómo? ¿Dónde? ¿Cuando? ¿Con qué? Vuelven a resonar las únicas preguntas que valen. Se plantan ante nosotros como dudas trascendentes y elementales. Demandan respuestas de quienes pueden darlas, que no serán nunca los causantes históricos de todos nuestros males. Requieren también de la participación de los demandantes, que deberán ser los actores principales de la magna obra de reconstruir una Nación atravesada por estigmas apañados por un gobierno que no pudo, no supo o no quiso terminarlos.
Es la hora de los pueblos protagonistas, no de los jerarcas encumbrados. Es el tiempo de escuchar a los demandantes y transmutar sus exigencias en políticas de Estado. Es cuando se requiere de audacia y capacidad resolutiva, de actitudes firmes y miradas al horizonte de un desarrollo que nos reconvierta otra vez en Soberanos. Las respuestas son sencillas, pero imponentes por sus magnitudes: deberá hacerse lo que se debe; para refundar la Nación; porque la historia está incompleta; para quienes han sido y son los postergados; con la precisión del conocimiento y el empuje de la pasión; desde todos los espacios de poder y en cada rincón donde reine la injusticia; en el tiempo preciso que asegure las mayores probabilidades de éxito; y quitándoles las fortunas mal habidas a los eternos ladrones de esperanzas.
Atreverse a transitar ese camino de la verdad popular, es la vía de escape a la devastación prometida por un enemigo que ya no se disfraza de cordero. Vienen por todo los que les queda por robarnos. Vienen por la vida de cada uno de nosotros. Vienen por el territorio que no reconocen sino como colonia, rendidos como están a los pies de un imperio que, aún en decadencia, nos amenaza con la muerte cotidiana y la indignidad de ya ni siquiera tener Patria.
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