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viernes, 2 de junio de 2023

LA HEREJÍA DE LA NECESIDAD

Por Roberto Marra

La necesidad tiene cara de hereje, dicen. De ahí que resultan muy poco atractivas, para quienes están necesitados de soluciones urgentes a problemas elementales, las disquisiciones sobre estrategias electorales, planificaciones a largo plazo, reuniones con entidades internacionales de crédito, y cosas por el estilo. El estómago manda sobre el cerebro, cuando el hambre acucia. El corazón responde antes que la razón frente a los planteos de futuros sin presentes.

Sin embargo, tales conclusiones no pueden esgrimirse para borrar lo imprescindible de los actos previsores que intenten encaminar a la sociedad hacia mejores situaciones, donde lo justo sea la equidad distributiva y los derechos dejen de ser un recitado de constituciones y leyes incumplidas. Nada impide, salvo la incapacidad y/o la ineficiencia, que lo acuciante vaya de la mano con la elaboración de planes que contengan las soluciones definitivas a los problemas.

Nadie debiera contraponer las circunstancias económicas agobiantes de millones de ciudadanos a la construcción de una nueva estructura política, social, cultural y, obviamente, macro-económica, que le de marco a la posibilidad superadora de los dramas cotidianos y provea, al mismo tiempo, de soluciones a largo plazo para que los males originales sean erradicados. Eso significa atacar la raiz de los problemas, enfrentar a los enemigos más poderosos enquistados en todas las estructuras financieras, estaduales, legislativas y judiciales. Representa, también, confrontar con el poder más importante del momento: el mediático, el que establece certezas sobre lo que no existe y niega la realidad hasta convertirla en falsa mentira.

En tiempos electorales, todo esto se debiera resumir en la elaboración de programas de gobierno que ofrezcan soluciones a ambas condiciones temporales. Quien pretenda erigirse en gobernante de la Nación, tiene la obligación de mostrar sus “uñas de guitarrero” para plantarse ante tanta circunstancia negativa inmediata, tanta controversia promovida por la entente comunicacional hegemónica y tanta historia degradada por la destrucción permanente de los derechos sociales.

A lo largo de los períodos donde lo popular es denostado u olvidado por seguir directivas del enemigo, el retroceso es resultado de la conculcación de aquellos derechos. Aplicando medidas originalmente generadas por los grupos de poder cartelizados para obtener y mantener sus máximos beneficios, aún gobernando supuestos representantes del Pueblo, se termina aplastando la esperanza de quienes confiaron en ellos para defender la dignidad de la vida.

Cuando llega el tiempo de las urnas, aparecen como hongos en la humedad los candidatos que, sin mostrar más que sus ganas, pretenden convencer de poder hacer lo que no gestionaron hasta el momento, aún teniendo ingerencias relativas para hacerlo. O, al menos, que no se diferenciaron de quienes incumplieron sus palabras. “Yo se lo que hay que hacer”, suelen decir, pero no dicen qué. “Estoy preparado para gobernar”, diran otros u otras, como si todo se tratara de voluntades individuales y capacidades no demostradas.

Vuelve lo hereje de la necesidad, esta vez como parodia de aquella que de verdad sienten los padecientes de los males que no se han sabido o no se han querido solucionar. Los programas, bien, gracias. Las propuestas solo serán un remedo de las necesidades reales, vulgares listados de grandilocuencias sin raíces en el Pueblo, simples eslóganes de campañas millonarias donde prevalecen las sonrisas de cartón de una carteleria obscena.

Se puede y se debe ser preciso en la descripción de la realidad. Se puede y se debe ser elocuente a la hora de poner sobre la mesa las soluciones ofrecidas al electorado, para que su comprensión pueda asumir el carácter de impulsor de sus militancias o, al menos, sus acompañamientos. Es preciso resolver la aparente contradicción entre soluciones apremiantes y construcciones de caminos hacia objetivos superiores de mediano y largo plazo.

Eso se llama planeamiento, la materia más evitada en la política argentina, el olvido permanente de todas las gestiones, la razón primordial de los fracasos, la traba definitiva a los sueños de las mayorías, aplastados por la certera planificación del desprecio a los derechos, al odio promovido por quienes sí saben utilizar ese recurso básico para sus beneficios sectoriales, matando las ilusiones de felicidades populares, eternamente postergadas en nombre de la frase favorita de los inútiles: “por ahora, no se puede”.

 

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