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martes, 4 de abril de 2023

ESTAMOS MAL

Por Roberto Marra

Estamos mal, pero vamos bien”. Con esa frase, Menem lapidaba la justicia social, revertía el imaginario peronista del que se jactaba de formar parte y mostraba sin tapujos hacia donde nos dirigíamos en ese mar de vergüenzas sociales a las que se sometía a la población. Treinta años después, a pesar de haber pasado por el infierno del 2001 y su contracara, la recuperación de la razón de ser del más popular de los movimientos políticos nacionales, con su secuela de bienestar real de la inmensa mayoría del Pueblo, con la esperanza palpable de un futuro virtuoso, basado en el rescate de la soberanía y el impulso al desarrollo productivo, científico y social, regresamos a aquel concepto degradante de la política, esa obscena manera de mostrar un camino de miserias eternizadas hasta que el prometido “derrame” neoliberal provea de alimentos a los nadies de siempre.

Si hay algo fundamental para lo que sirvió el gobierno cambiemita, es para rebajar las expectativas, a tal grado, que la resignación forma parte ya de cualquier cosa que se proponga desde el actual gobierno, en el que su máxima figura no atina ahora a otra cosa que a suplicarle a los poderosos que no aumenten tanto sus precios, mientras en lo internacional se aviene a lo que el FMI determina con la repugnante fórmula de la espera de mejores tiempos... ¡para comer!

Dejando de lado la supuesta buena voluntad del individuo gobernante, su acción práctica indica que los resultados no se corresponden con las necesidades perentorias. Podrá esgrimirse la situación emergente de la pandemia soportada, de la guerra desatada, de la sequía sobreviniente, pero no existe la posibilidad de tapar con esos argumentos el atraso generado en los salarios, la profundización de la miseria que se dice combatir. Porque se trata, hasta donde sabemos, de un gobierno con base peronista, cuyas bases doctrinarias ordenan el bienestar popular, aseguran la preeminencia de los derechos sociales, regulan la actividad productiva agraria e industrial, marcan la pertenencia a una Patria Grande hoy caída en desgracia, a pesar de la recuperación de algunos gobiernos de orientación claramente populares.

Estamos mal, porque vamos mal”, sería más apropiado decir. Y seguirá siendo así en tanto no nos sacudamos la caparazón que separa a los gobernantes de su Pueblo enajenado. Seguirá su derrotero de pobrezas permanentes y miserias repetidas hasta que las decisiones partan de dar preeminencia a lo obvio, lo que se ve demasiado pero parece no sentirse en toda su dimensión. Es tiempo (hace rato) de cortar con la sumisión al poderoso entramado corporativo y su imperio proveedor de capitales bicicleteadores y razonamientos espúrios. No queda márgen para otra aventura miserable por la pendiente de la disgregación nacional, detrás de figurines repugnantes de la politiquería barata y ofídica, digna de un cuento de terror. No podemos resignar las banderas honrosas que supimos sostener otrora con pasión revolucionaria, para dar paso al descuartizamiento del Movimiento popular por excelencia, en nombre del famoso “no se puede”, estigma oscuro y maloliente que alimenta las pantallas de la inmoralidad mediática.

Queda poco tiempo para la batalla electoral. El enemigo se aglutina, aún con sus divergencias de un falso internismo “pour la galerie”. Gozan de antemano los dueños del Poder Real, listos para abalanzarse por los últimos derechos que quedan en pié. Nos espera un tiempo profundamente desesperanzador si los “dinosaurios” regresan al poder político total, que ya han conquistado en gran parte sin otra acción que la prebenda, la extorsión y la corrupción.

Habrá que lavarse la cara de la derrota ideológica, sacudirse las gotas de la re-encarnación neoliberal de tiempos que supimos superar, y actuar con independencia de los pretendidos dirigentes que no pudieron, no supieron o no quisieron modificar la realidad. Tocan a la puerta, es el diablo en persona que nos convoca a la miseria y la desaparición como Nación. Es tiempo de convocarnos nosotros a ponerle el candado de la vergüenza popular, para correr hacia adelante los sueños, desatar el nudo de la desesperanza y aplastar al enemigo con millones de sometidos que entiendan que sólo dejarán de serlo por su voluntad de recuperar la dignidad de ser Patria.

ESTAMOS MAL

Por Roberto Marra

Estamos mal, pero vamos bien”. Con esa frase, Menem lapidaba la justicia social, revertía el imaginario peronista del que se jactaba de formar parte y mostraba sin tapujos hacia donde nos dirigíamos en ese mar de vergüenzas sociales a las que se sometía a la población. Treinta años después, a pesar de haber pasado por el infierno del 2001 y su contracara, la recuperación de la razón de ser del más popular de los movimientos políticos nacionales, con su secuela de bienestar real de la inmensa mayoría del Pueblo, con la esperanza palpable de un futuro virtuoso, basado en el rescate de la soberanía y el impulso al desarrollo productivo, científico y social, regresamos a aquel concepto degradante de la política, esa obscena manera de mostrar un camino de miserias eternizadas hasta que el prometido “derrame” neoliberal provea de alimentos a los nadies de siempre.

Si hay algo fundamental para lo que sirvió el gobierno cambiemita, es para rebajar las expectativas, a tal grado, que la resignación forma parte ya de cualquier cosa que se proponga desde el actual gobierno, en el que su máxima figura no atina ahora a otra cosa que a suplicarle a los poderosos que no aumenten tanto sus precios, mientras en lo internacional se aviene a lo que el FMI determina con la repugnante fórmula de la espera de mejores tiempos... ¡para comer!

Dejando de lado la supuesta buena voluntad del individuo gobernante, su acción práctica indica que los resultados no se corresponden con las necesidades perentorias. Podrá esgrimirse la situación emergente de la pandemia soportada, de la guerra desatada, de la sequía sobreviniente, pero no existe la posibilidad de tapar con esos argumentos el atraso generado en los salarios, la profundización de la miseria que se dice combatir. Porque se trata, hasta donde sabemos, de un gobierno con base peronista, cuyas bases doctrinarias ordenan el bienestar popular, aseguran la preeminencia de los derechos sociales, regulan la actividad productiva agraria e industrial, marcan la pertenencia a una Patria Grande hoy caída en desgracia, a pesar de la recuperación de algunos gobiernos de orientación claramente populares.

Estamos mal, porque vamos mal”, sería más apropiado decir. Y seguirá siendo así en tanto no nos sacudamos la caparazón que separa a los gobernantes de su Pueblo enajenado. Seguirá su derrotero de pobrezas permanentes y miserias repetidas hasta que las decisiones partan de dar preeminencia a lo obvio, lo que se ve demasiado pero parece no sentirse en toda su dimensión. Es tiempo (hace rato) de cortar con la sumisión al poderoso entramado corporativo y su imperio proveedor de capitales bicicleteadores y razonamientos espúrios. No queda márgen para otra aventura miserable por la pendiente de la disgregación nacional, detrás de figurines repugnantes de la politiquería barata y ofídica, digna de un cuento de terror. No podemos resignar las banderas honrosas que supimos sostener otrora con pasión revolucionaria, para dar paso al descuartizamiento del Movimiento popular por excelencia, en nombre del famoso “no se puede”, estigma oscuro y maloliente que alimenta las pantallas de la inmoralidad mediática.

Queda poco tiempo para la batalla electoral. El enemigo se aglutina, aún con sus divergencias de un falso internismo “pour la galerie”. Gozan de antemano los dueños del Poder Real, listos para abalanzarse por los últimos derechos que quedan en pié. Nos espera un tiempo profundamente desesperanzador si los “dinosaurios” regresan al poder político total, que ya han conquistado en gran parte sin otra acción que la prebenda, la extorsión y la corrupción.

Habrá que lavarse la cara de la derrota ideológica, sacudirse las gotas de la re-encarnación neoliberal de tiempos que supimos superar, y actuar con independencia de los pretendidos dirigentes que no pudieron, no supieron o no quisieron modificar la realidad. Tocan a la puerta, es el diablo en persona que nos convoca a la miseria y la desaparición como Nación. Es tiempo de convocarnos nosotros a ponerle el candado de la vergüenza popular, para correr hacia adelante los sueños, desatar el nudo de la desesperanza y aplastar al enemigo con millones de sometidos que entiendan que sólo dejarán de serlo por su voluntad de recuperar la dignidad de ser Patria.

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