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martes, 24 de enero de 2023

AL SERVICIO DEL IMPERIO

Por Roberto Marra

El poder es el tema fundamental cuando se habla de política. La lucha por la dominación de las conciencias tiene como fin último alcanzar el poder de decisión en el manejo de la cosa pública. El uso de los medios de comunicación tienen ese básico rol, es la herramienta cultural por excelencia para generar adhesiones o rechazos, esperanzas o desconfianzas, amores u odios, patriotismo o deslealtad. Las demostraciones de poder son la forma en que se manifiestan las primacías de unos sobre otros, y cuando de países se trata, esas acciones pueden tener diversas maneras de expresión, pacíficas o violentas, directas o solapadas, abiertas o encubiertas.

El predominio de los imperios se ha basado siempre en la permanente demostración de poder sobre las otras naciones. A veces, sin tapujos, agreden y cercenan territorios, desconocen soberanías ajenas y mutilan las independencias. Otras, generan avances sobre las economías de los países que les interesa capturar, con aviesas maniobras financieras que descalabran el desarrollo y trastocan los objetivos de los gobiernos que manifiestan posiciones divergentes con sus intereses. Siempre, condicionan la vida de los pueblos con medidas agobiantes, con zancadillas permanentes a sus dignidades, atravesándose en sus historias para anular sus libertades en nombre de la única libertad que les interesa, la del mercado.

El paso de los años y sus inevitables experiencias, ha sido aprovechado por el imperio de turno, adaptando sus métodos para mantener, de una u otra forma, algo, mucho o todo su dominio en los países que les importa. La extorsión financiera, el maniqueísmo ideológico, los avances de su cultura sobre las del resto de las naciones, son parte del arsenal del que se valen para generar temores, desapegos, transculturizaciones, “virus” que inoculan a sus víctimas sociales para direccionar las políticas nacionales hacia los intereses que necesita el imperio y no las naciones que las implementan.

Básico entre lo básico, la caracterización como “dictadores” o “tiranos” que hacen de los líderes de los países que no se rinden a sus exigencias y amenazas, son la base para exponer lo que consideran una “necesidad”: el derrocamiento de esos gobiernos rebeldes. Pero antes, buscan el respaldo de otros gobiernos que, aún cuando no sean demasiado proclives a aceptar el dominio del imperio en cuestión, son suceptibles de ser coaccionados, en virtud de sus deudas con los organismos crediticios que el imperio maneja a su antojo y/o por la incapacidad o cobardía de sus líderes.

Así es como suceden esas manifestaciones de aparente repudio a la ingerencia imperial, pero acompañadas de advertencias a los líderes “discolos” (los supuestos “dictadores”) para que se “democraticen”. Una manera de tratar de quedar bien con Dios y con el diablo, que acaba con la dignidad propia y genera más zozobras en los países atacados, vulnerando sus soberanas decisiones y ejerciendo el vil rol de “infantería ideológica” del imperio ante sus gobernantes. Una forma más de degradar las posibilidades del ejercicio de la independencia, en nombre de los “derechos humanos” supuestamente vulnerados, en esas naciones vilipendiadas.

Los cipayos locales, felices. Van horadando las bases doctrinarias de los movimientos populares mayoritarios, socavando la credibilidad militante, aplastando los conceptos que generan voluntades revolucionarias, haciendo trizas la esperanza. Van ganando batalla tras batalla sobre los gobernantes dubitativos, aquellos que no se animan a decir otra cosa que “no se puede”, que balbucearán respuestas intentando apaciguar los ánimos de quienes esperaban otra cosa de ellos, hablando de “tácticas” ante el poder del imperio, cuando se trata de simple sumisión a sus designios.

La tragedia de los pueblos comienza con el abandono de la utopía de la libertad. No de aquella que nos vende el capitalismo feroz, que se basa en el individualismo acérrimo y el desconocimiento de la solidaridad. No la libertad de hacer lo que cada uno quiera, sino lo que la sociedad necesita para alcanzar la felicidad de todo el Pueblo, sin excepciones ni privilegios. No parece, hoy día, ser esta una prioridad de los gobiernos que se pretenden populares y aceptan profundizar las diferencias entre clases y sostener las ideas que el imperio, feroz y descarnadamente, le cambia por espejitos de colores de un futuro que sólo será de desolación y miseria, en nombre de una “democracia” de cartón pintado.

 

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